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Eva Miquel Subías

Con una palabra tuya

Voy a rendir mi modesto y minúsculo homenaje a 'mis' monjas.

Semana intensa, oigan. Informativa, laboral y personalmente hablando. Me dejo incluso algún que otro aspecto, pero casi me lo voy a reservar. Por si acaso.

En mi breve espacio del miércoles para almorzar, cazo al vuelo la columna de Carmen Rigalt donde nos habla del papel de las monjas en la Iglesia y para ello nos ilustra con una experiencia propia vivida en Cochabamba.

Me detengo por un instante y pienso. Qué caray. Les voy a rendir mi modesto y minúsculo homenaje a mis monjas. Porque se lo tienen más que merecido. Aunque sólo sea por el hecho de haberme soportado y enseñado lo mejor de ellas en mis peores años. Ya saben, la adolescencia y demás.

Lo cierto es que no puedo ser demasiado objetiva –aunque tampoco voy a tratar de serlo– puesto que mi experiencia desde los 8 a los 18 años en las Escuelas Pías de Barcelona no pudo ser más gratificante. Siendo una niña que necesitaba margen de maniobra, pero al mismo tiempo demandaba contundencia a la hora de aprender y poner en práctica los códigos diarios de conducta; que procuraba entender –no sin algún que otro berrinche– lo que podía significar el esfuerzo, la perseverancia, el trabajo bien hecho y al mismo tiempo procuraba disfrutar intensamente de los momentos libres y la vida fuera de la escuela; siendo una adolescente del montón, siempre les agradecí su labor. Y ahora, con la perspectiva que te da el tiempo, más aún si cabe.

No se lleven a engaño. Solía salir a casi castigo diario. Por hablar a todas horas, fundamentalmente. Y aún así, mi relación con ellas era inmejorable.

Lo cierto es que lo he recordado en estos días de cónclave papal. Porque son muchas horas las que pasamos hablando sobre el papel de la mujer en la Iglesia. Muchas. Les preguntaba y preguntaba y se adaptaban al guión pero sus miradas me lo decían todo.

Los ojos azules de Madre Araceli no podían ser más nítidos. Monjas de una catadura moral e intelectual intachable, muy por encima de la media, que sabían ejercer el liderazgo desde la humildad y que podrían dar ahora unas cuantas y provechosas lecciones a muchos. Dentro y fuera de la Iglesia.

No sé si esta Iglesia del Papa Francisco será "más pobre y para los pobres", algo que, por cierto, me ha descolocado un pelín. Aunque pueda entender lo que ha querido decir. Pero no sé yo. En fin, lo abordo en otra ocasión.

Ignoro si han pensado otorgarle a la mujer un papel más relevante dentro de la estructura eclesiástica. Pero honestamente creo que si hacía falta un momento, es precisamente éste. Y ya ha llegado, señoras y señores. Tampoco lo tengo muy definido, si les soy sincera. Debo darle alguna vuelta más al respecto.

Aunque les confesaré que nada me gustaría más, el día en el que vuelva a comulgar, que recibir la Sagrada Forma de alguna de las manos de ellas. No les voy a engañar.

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