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Eva Miquel Subías

Cuando el liderazgo tenía ojos azules

Hoy voy a acabar mi copa de cava, una que dejé a medias en uno de mis encuentros con algún colega instalado en el progresismo clásico. La levanto por ella, por Margaret Thatcher.

No son pocos los que, en ocasiones, me echan en cara que pueda estar publicando en esta casa, por aquello de que me suponen enrollada o algo así, atendiendo, claro está, a los esquemas preestablecidos del manual de supervivencia de progre medio. Una servidora intenta explicarles cómo los malvados e intransigentes señores de Libertad Digital no sólo no me han tocado jamás una sola coma de mis escritos en los más de dos años de colaboración, sino tan siquiera me han hecho la más mínima sugerencia en cuanto a ninguna supuesta hoja de ruta a seguir. Y estoy convencida de que mi línea no siempre les entusiasma.

Justo lo contrario a cómo se comportan aquéllos, algo, por otro lado, nada novedoso en una sociedad donde el sectarismo es el pan nuestro de cada día. El problema es que explicarles que gracias a tipos que históricamente han creído en la libertad y la han defendido con todas las consecuencias para que ellos puedan bramar que son una panda de derechistas peligrosos, me llevaría más tiempo de lo que me suele durar una copa de cava. O un par de ellas.

Pero como no me gusta dejar nada a medias, voy a ello. Y lo voy a hacer coincidiendo con el aniversario de Margaret Thatcher. Retirada en la actualidad de la vida pública y aquejada de un Alzheimer, lady Margaret acaba de cumplir ochenta y cinco años.

Entre tanto político prefabricado, de gestos hilvanados por las manos de algún asesor de comunicación no siempre ingenioso, la que fuera primera ministra británica entre 1979 y 1990, justo después de la Caída del Muro contra el que tanto luchó, fue una de aquellas mujeres self-made a quien su marido, Denis Thatcher –el primero en creer en ella– apoyó sin reservas y le ayudó financieramente a conseguir su primer escaño por la circunscripción de Finchley. El resto, ahora, es historia. Pero conviene recordarla de vez en cuando para no perder de vista a quienes creyeron de verdad en los valores occidentales.

Por fortuna, en la mayoría de escritos relacionados con las diversas técnicas de liderazgo se sigue dando importancia a las ideas, a las identidades basadas en conceptos, valores y contenidos sólidos. Sólo así el liderazgo político podrá mantenerse firme. Repasemos, pues, algunos aspectos.

El espíritu Back to basics marcó sus inicios, donde recuperó nociones tales como esfuerzo y recompensa, mérito y libertad individual. Confió en sus propios proyectos, en sus ideas, forjadas tras muchos años de lecturas y conversaciones con los principales pensadores británicos, y estableció una línea muy clara entre lo que estaba bien y lo que estaba mal, entre una sociedad libre y otra totalitaria, entre los valores de libre mercado y la tutela estatal o la importancia de la independencia frente a la opresión o la seguridad como garantía de libertad.

No sólo dio la vuelta al propio Partido Conservador, recuperando algunos principios arrinconados, se convirtió, asimismo, en un referente mundial en la defensa de los valores democráticos consiguiendo, además, que laboristas como Tony Blair hicieran suyos no pocos de sus postulados.

Por supuesto, como todo líder, tenía sus luces y sus sombras, de la misma manera que era amada y odiada como toda persona que tiene personalidad y algo tan escaso hoy como estrambótico: criterio. Sabemos su opinión al respecto de la entonces amenaza comunista y sabemos cómo la combatió. No sabemos cómo habría actuado hoy ante la amenaza del fundamentalismo islámico y sus largos y escurridizos tentáculos. Pero puedo hacerme una ligera idea.

Se aferró al pensamiento que ella tenía en cuanto a la limitación gubernamental o en cuanto a la lucha contra el terrorismo hasta en los momentos más delicados y convulsos. Porque sólo así se demuestra para qué sirve una idea. Aplicándola cuando ésta resulta más incómoda.

Hoy voy a acabar mi copa de cava, una que dejé a medias en uno de mis encuentros con algún colega instalado en el progresismo clásico. La levanto por ella, por Margaret Thatcher, a quien le deseo un muy feliz aniversario y a quienes muchos de sus más firmes detractores le deben parte de la libertad de la que ahora disfrutan, como lo hacía Sinèad O´Connor cantando Black boyson mopeds.

En cuanto al color de ojos del liderazgo político, el que más clara y nítidamente recuerdo en los últimos tiempos es el azul grisáceo de los de ella. Y pocos más.

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