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Eva Miquel Subías

De paños, forros y cinturillas

Después de estar trabajando toda una vida dejando bien alto el listón de Cataluña, aparece ahora una pandilla de memos a hacerles perder el tiempo y el dinero con tal de que aparezca "draperia", en lugar de "pañería".

Regresaba una servidora en el Tren de Alta Velocidad procedente de Barcelona sorteando vientos racheados cuando recordaba la historia que minutos antes me habían comentado unos amigos de mis padres. A pesar de conocer más casos como el que a continuación les voy a relatar, no acabas de salir de tu asombro cada vez que te topas con uno de ellos. Por represivo y por surrealista. O por ambos.

Una pareja de catalanes dedicada a la venta de telas e instrumentos de sastrería cuyo oficio familiar se remonta a finales del siglo XIX posee un establecimiento en pleno Eixample barcelonés. El nombre de la tienda responde al apellido familiar, que es claramente catalán y que voy a obviar porque ya tienen ellos con lo que tienen. Pero, digamos, la especialidad de la misma, es decir, la descripción de las labores que realizan, tales como pañería, sastrería, o confección de forros, aparece en castellano, entre otros motivos y dejando de lado el principal –que es porque les viene en gana–, por el simple hecho de que venden a toda España bastante más de lo que venden en Cataluña. Así, los membretes y catálogos de presentación aparecen rotulados en castellano e ilustrados con una fotografía del local.

Como buenos comerciantes y catalanes, saben que es de buena educación intentar agradar en lo máximo a tu principal cliente y. por lo tanto, a la hora de decidir la lengua en la que iban a elaborar sus tarjetas de presentación, no hubo duda. Decidieron utilizar el castellano en aras de una mayor operatividad.

Y lo gracioso del asunto es que la historia me la narraban en un catalán impecable, vamos, el que llevan utilizando desde que nacieron, ellos, sus padres, sus amigos y toda su familia. Bien, vamos a ello.

La cuestión es que acaban de recibir una carta de la Agencia Catalana de Consumo, firmada por el subdirector general de Disciplina de Mercado (¡!) en la que se les insta a redactar, en un plazo de dos meses, el rótulo de su establecimiento "por lo menos en lengua catalana", en cumplimiento del artículo 2 de la Ley 1/1998 de Política Lingüística, por el que se establece que la lengua propia de Cataluña es el catalán, informándoles además de que, según el artículo 32.3 de la misma ley, la señalización y los carteles de información general de carácter fijo y los documentos de oferta de servicios de los establecimientos abiertos al público han de ser redactados, del mismo modo, en catalán. Si no proceden a su cumplimiento se iniciarán, siempre según el escrito, las actuaciones necesarias con tal de corregir la infracción. Sin más. Sin especificar en qué consiste esa "corrección".

Por cierto, los redactores de la inspiradora y democrática epístola tienen la caradura de decir que se debe a la denuncia de un ciudadano/a. En el barrio se están todavía desternillando de la risa, por no tener otras opciones más a mano. Y se ríen además de que la multa proceda de quienes no sabrían traducir al catalán conceptos como festón, pasacintas o quiebre sin estar amarrados al diccionario de l´Institut d´Estudis Catalans, al Xuriguera o al Pompeu Fabra.

O sea, después de estar trabajando toda una vida dejando bien alto el listón por toda España de una de las actividades de Cataluña con mayor prestigio y tradición, como lo es todo aquello derivado del sector textil, aparece ahora una pandilla de memos a hacerles perder el tiempo y el dinero con tal de que aparezca "draperia", en lugar de "pañería".

Me temo que no voy a tener espacio para mucho más, pero presten atención a lo siguiente, porque les doy mi palabra que no exagero lo más mínimo. En la misma acera donde ellos se encuentran, se ha instalado un tipo procedente de Sudamérica recién llegado de los Estados Unidos, que ha decidido abrir un centro de masajes y tratamientos naturópatas. Al parecer, el muchacho –según nos cuenta– al acudir a por las ayudas y comentar que quería rotularlo como "Sanar", le dijeron que al escribirse de la misma manera en ambas lenguas, no le podían otorgar la subvención solicitada. El recién llegado está todavía con los ojos que se le salen de órbita preguntando a los vecinos si se trata de alguna cámara oculta en plan bromita de bienvenida al barrio. Ya le han aconsejado que se arme de paciencia.

Les diré tan sólo una cosa, porque con la descripción de los hechos es más que suficiente. A una servidora, que en Madrid se pasa el día defendiendo y alabando a su tierra y en Barcelona hace lo propio con la tierra que últimamente la ha acogido – rozando en ocasiones comportamientos algo esquizofrénicos–, no le queda más remedio que bajar la cabeza ante comportamientos de este tipo por vergüenza.

Vergüenza ajena y la admisión de que el aldeanismo se ha apoderado de unos cuantos que tienen responsabilidades políticas y actúan con aires de dictadorzuelos del Baix Llobregat en contra de la verdadera esencia de Barcelona y Cataluña. Una verdadera pena.

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