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Eva Miquel Subías

Democracia cuarentona

La arrogancia y la osadía van de la mano con una ligereza que sólo el paso del tiempo es capaz de aplacar.

Corría el año 2008 cuando Obama estaba a punto de formar su primer Gobierno y al hilo de lo cual dediqué una columnita en esta santa casa cuyo título respondía a "El valor de la seniority".

Años más tarde estaba a punto de recuperar ese mismo título para contarles algo parecido. En esta ocasión, coincidente con las palabras de uno de los líderes emergentes españoles al respecto del nacimiento antes o después de la democracia como garantía de serlo en mayor o en menor medida.

Decía Arcadi Espada, lúcido como siempre y sin duda -en mi opinión- uno de los mejores columnistas que tenemos en España y libre, además, de deudas editoriales y mucho menos intelectuales; decía -sigo- algo así como que "no hay nada más viejo que aludir a la juventud para demostrar que se es más demócrata".

Lo cierto es que la juventud tiene menos cargas y te hace ir más ligero de equipaje. Si hay que soltar lastre, el peso de éste es claramente menor.

Pero, al mismo tiempo, la arrogancia y la osadía van de la mano con una ligereza que sólo el paso del tiempo es capaz de aplacar.

En mi etapa de juventud, o de post adolescencia, porque, permítanme que me siga sintiendo joven y apasionada, llegué a conocer a numerosos jóvenes reaccionarios, cuya concepción de la democracia debía ser pulida por sus mayores, quienes sí valoraban la existencia de la misma. Precisamente por haber sentido en sus propias carnes la ausencia de ella.

Países anglosajones y nada sospechosos de no abrazar las virtudes democráticas y su amor por la Libertad, como Estados Unidos o el Reino Unido, cuentan en sus respectivos gobiernos con pesos pesados de la política, reconocidos en el sector privado y valorados en su trayectoria pública. Señores y señoras con espolones, vamos.

Con pieles curtidas y escamas de doble vuelta. No olvidemos la edad con la que Hillary Clinton va a optar a la presidencia de su país. O cómo obviar la figura de Angela Merkel.

Los valores democráticos, queridos amigos, se sienten o no se sienten. Se practican o no. Y nada tiene que ver con el año de nacimiento. Nada en absoluto.

¿Son acaso muchos jóvenes revolucionarios garantes de principios democráticos?

Nuestra joven democracia es una cuarentona estupenda, con un cutis terso y refrescante, con una estimulante visión del horizonte y con un temple posado que hace que contemple el paso más que ligero de nuestra sociedad con atractivo recalmón.

Habrá, por supuesto, quien prefiera un par de veinteañeras. Pero como me decía hace pocas horas un buen amigo tuitero, "Occidente se precipita a su decadencia porque las mujeres ya no os ponéis en jarras".

Y es que nuestra democracia se ha forjado con hombres y mujeres hechos y formados y que, desde su más tierna juventud, miraban a sus progenitores con orgullo y admiración, aún pensando en que podrían haberse equivocado. Pero con el respeto debido a la seniority. Que es, al fin y al cabo, donde se apoya y se cimienta una nación.

Los mismos, por cierto, que se dejaron la piel para que sus hijos puedan decirles ahora que ya no les toca. Aunque me temo que ya contaban con eso.

En España

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