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Eva Miquel Subías

Dos más dos podrían ser tres

En menos de un mes, dos alemanes y un británico me han preguntado, algo espeluznados, por la misma cuestión.

Horneado todavía el barómetro del mes de octubre del CIS y con parte de la sociedad algo alborotada por el elevado porcentaje de intención de voto directo que supuestamente va a la emergente formación de Pablo Iglesias, hay alguna reflexión que me ronda por mi expectante cabecita.

Y ahora que los fogones de la cocina demoscópica están en boca de toda persona que algo quiera comentar al respecto de los sondeos que lleva puntualmente a cabo el Centro de Investigaciones Sociológicas con una familiaridad que sólo el español medio puede poner de manifiesto al unísono, sorprende, a bote pronto, alguna cuestión.

Antes de que empiecen a consolidarse todo tipo de teorías al respecto de la pole position de Podemos, si nos detenemos brevemente en el apartado donde se formula la siguiente cuestión, "¿Cómo se definiría en política según la siguiente clasificación?", podemos comprobar que la suma de los que se califican como conservadores, liberales o demócrata-cristianos, va muy pareja -alrededor de un punto- de los que se engloban dentro del grupo de socialistas, progresistas y socialdemócratas.

Sin embargo, tan sólo un 2,3% se confiesa alineado con la definición de comunistas, siendo éstos ampliamente superados por quienes se consideran apolíticos o los que van directos al sector de "otras respuestas".

Con lo que, yo no sé a ustedes, pero a mí me llama gratamente la atención y lo veo, en cierto modo, en forma de alivio y consuelo para buena parte de la sociedad, que anda desorientada.

Me explico. O intentaré hacerlo. Si prestamos atención a los argumentos esgrimidos en sus numerosas apariciones públicas a cualquiera que hable en nombre de Podemos, no resultará complicado ubicarlos en discursos que tenían lugar habitualmente más allá del Muro. Y si, de hecho, cerramos los ojos, las ideas expresadas no dejan lugar a equívocos, en su más aplastante igualitarismo y reparto de riqueza, por muy bien que sean éstas vocalizadas.

Es decir, de la misma manera que en el branding se trabaja el orgullo que supone llevar una determinada marca contigo, dejando patente que una buena idea es la vía más efectiva para que una firma funcione, en el ámbito de la política pura y dura, no funciona muy diferente. Se apela, en la actualidad, a la emoción. Directamente.

Y el sentimiento, vaya éste por la vía de la exaltación a la patria, o sea éste canalizado a través e nuevos estímulos que proporcionan voces refrescantes, son complicados de combatir únicamente con la razón.

Porque ésta, mucho me temo, hay que revestirla. Y hay que buscar el packaging que la haga atractiva. Y que sirva, pedagógicamente, para explicar que lo que sólo aplaude un escaso dos y pico por ciento de la población, es justamente lo que defiende la fuerza política que, según el sondeo oficial, ocupa ya la tercera posición.

En menos de un mes, dos alemanes y un británico me han preguntado, algo espeluznados, por la misma cuestión.

Y cuando veo que las dudas sociológicas planean en el ambiente, es cuando decido recurrir a Paco el quiosquero, que es, sin lugar a dudas, quien mejor resuelve según qué tipo de incógnitas con su habitual e imbatible sentido común. Y sobre todo, con una más que necesaria tranquilidad y vista a medio plazo. Que es, al fin y al cabo, como se deben enfocar las estrategias.

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