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Eva Miquel Subías

El español gruñón

Que si no se vive mejor en ningún sitio que en España. Que si somos los más solidarios. Que si somos súper demócratas. Pues miren. No.

El español es gruñón. Así, en general. De hecho, la mayoría de encuestas relacionadas con el sector del turismo, por poner un ejemplo pre-veraniego, reflejan que los españoles, fuera de nuestras fronteras, dejamos pocas propinas y nos quejamos permanentemente.

Lo cierto es que no me sorprende. Basta con ver la reacción de la sociedad ante catástrofes como la del huracán Sandy en Nueva York para percatarse al momento de que hay núcleos sociales preparados para desarrollar al instante mecanismos de ayuda mutua y de solidaridad manifiesta y otros, sin embargo, en los que los miembros que lo integran prefieren ir a ocupar un sitio en la plaza pública y bramar contra el Estado antes que acercarse al vecino a ofrecerle una buena ducha y unas toallas, como hacían los vecinos del Greenwich Village a los que se habían quedado atrapados en sus casas sin electricidad.

Y ahí está la diferencia entre un sociedad y otra. Básicamente. La primera, desde luego, confía antes en la persona que en el Estado.

El último informe de la OCDE al respecto del bienestar económico y social no deja lugar a ninguna duda. España ocupa un más que discreto puesto 20 de entre los 36 países que son objeto del análisis, y en cuya cola se sitúan Turquía, México y Chile.

Por supuesto, Australia, Suecia y Canadá vuelven a salirse de la tabla.

El denominado Índice para una Vida Mejor contempla diversas áreas entre las que figuran empleo, comunidad, vivienda, compromiso cívico, salud o satisfacción ante la vida. Y curiosamente, dos de los ámbitos en los que, aparentemente, el español cree moverse bien y presume de ello, tales como la satisfacción ante la vida o compromiso civil, cae estrepitosamente cinco puestos más allá de la veintena. O sea. La mayoría de países avanzados y de economía emergentes, nos pasan con creces.

Alguno de ustedes estará probablemente pensando en si este índice tiene relevancia o no. Y podría incluso echarme en cara que me disperse con esta clase de encuesta.

Pero es que, si me lo permiten, una servidora cree que este tipo de sondeos refleja mucho más de lo que inicial e inocentemente indican.

Y ya saben los tópicos típicos que lanzamos por ahí. Que si no se vive mejor en ningún sitio que en España. Que si somos los más solidarios. Que si somos súper demócratas. Pues miren. No. No es verdad. O por lo menos, mucho menos que países que para mi sí son una referencia, como lo pueden ser Australia, Canadá o Estados Unidos.

Con lo que regreso a como empecé. El español es, en general, gruñoncete. Un rondinaire, que decimos en mi tierra.

No es que ahora nos falten motivos, precisamente, para estar quejosos. La situación económica es la que es y el drama que se esconde detrás de cada familia desempleada es estremecedor. Pero me refiero, tal y como pretende indicarnos la encuesta de la OCDE, a nuestro comportamiento ante según qué situaciones y la manera que tenemos de abordar los diferentes ámbitos.

Y sí, claro. Tenemos buena nota en lo que vienen a denominar balance entre vida y trabajo, es decir, el número de horas que dedicamos a nuestro ocio con respecto a las horas laborales. El tema de la salud, que no es baladí, también nos es favorable.

Pero sería interesante comprobar en qué lugar estaríamos de haberse estudiado nuestra capacidad de arrimar el hombro, de hacer piña para salir de una situación complicada, de renunciar a la demagogia pensando en las próximas generaciones, y no en las siguientes elecciones, como diría aquél. Y mucho me temo, queridos amigos, que ahí nos saldríamos realmente de la lista. Empezando por la cola, desde luego.

Y no creo, lamentándolo mucho, desviarme demasiado. Muchos derechos y escasos deberes. Lo de siempre. Nada nuevo en el horizonte.

En España

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