Menú
Eva Miquel Subías

El Método Grönholm

Cuán traidor es el subconsciente. Y no sólo en lo que respecta a la utilización del pronombre posesivo anterior al Gobierno, muy similar al que suele utilizar la copresentadora Belén Esteban cuando habla de "su" programa.

Tengo la sensación de que últimamente todo el mundo se cree muy digno. El verbo merecer es el que más han repetido los representantes políticos en lo que va de semana, aunque algunos parezcan haber olvidado aquel 2004 donde todavía cobró mayor protagonismo.

"España se merece un Gobierno que diga la verdad", apuntaba contundente Don Alfredo Pérez Rubalcaba justo antes de que finalizara el calendario de veda para dar caza a los esbeltos faisanes.

Así, el pasado fin de semana el presidente de Gobierno afirmaba sin pestañear que para ganar unas elecciones había que merecerlo, en clara alusión a la posible victoria de los populares de cara a las próximas elecciones municipales y obviando como suele hacer cualquier rastro imborrable que perdurará en la memoria de nuestro país. Incluso en la suya, aunque pretenda estrujarla mentalmente.

Y en la misma localidad andaluza donde se celebró la Convención Municipal del PSOE, no podía faltar el Ministro de Fomento para deleitarnos con su particular visión de la política española. Deberíamos, sin duda, inventarlo de no existir. El gran estadista de nombre José Blanco acusó a Javier Arenas y a Mariano Rajoy de "no ser bastante compatibles con la democracia, puesto que siempre que se han presentado, han perdido las elecciones".

Dejando al margen la gravedad a la hora de confundir el hecho de ganar o perder unas elecciones con el hecho de que exista o no un sistema democrático, lo que me parece escalofriante, más si cabe, es que se permita a este tipo soltar por su pequeña pero retorcida boca una barbaridad tras otra con la tranquilidad de que nada va a acontecer a su alrededor. Simplemente porque estamos habituados a ello. Sin más. Y me trae sin cuidado que el contexto sea el de un recinto repleto de almas ansiosas de aliento mitinero, donde ya se sabe que la demagogia es el único guion que siguen unos y otros.

Y justo en el momento de contarles esto, tiene lugar en el Congreso de los Diputados la sesión en la que la Portavoz del Grupo Popular se enzarza dialécticamente con Rubalcaba por el caso de los EREs andaluces, con lo que el otro contraataca acusándola de ruin y preguntando a ésta cuántos empleos se podrían haber creado con los "millones del caso Gürtel", cuyo principal cabecilla –debemos recordar– sigue en prisión. Todo muy edificante.

Pero la dignidad vuelve a ser la estrella de la jornada. Y ahora viene el momentazo: "No voy a consentir que se trate de manchar la acción de mi Gobierno". Pero cuán traidor es el subconsciente. Y no sólo en lo que respecta a la utilización del pronombre posesivo anterior al Gobierno, muy similar al que suele utilizar la copresentadora Belén Esteban cuando habla de "su" programa. No sólo me refiero a eso, no.

Dignidad y democracia. A la izquierda española se le llena la boca con estas dos palabras, que, todo sea dicho de paso, pronuncian en vano una y otra vez. Pero ya se sabe, dime de lo que presumes. Y hoy no estoy para andarme con sutilezas, qué le voy a hacer.

Volví a ver recientemente la versión cinematográfica de El Método Grönholm. Es un largometraje francamente interesante desde muchos puntos de vista, con un texto atractivo, ingenioso y suficiente como para mantenernos atentos con tan sólo una claustrofóbica sala de reuniones de un alto piso de un edificio financiero con unos actores –espléndido cada uno en su papel– que interpretan a unos ejecutivos que participan en una curiosa y agresiva selección de personal para acceder al puesto.

Pues les diré algo. No pude evitar establecer comparaciones –sí, lo sé, mis distracciones son cada día más preocupantes– con nuestro Gobierno, con nuestra oposición, con nuestros políticos en general.

Así, salvo el dubitativo y cambiante –fantástico Ernesto Alterio– que bien podría ser quien representara a los nacionalistas catalanes, el resto encarna una lucha sin cuartel para conseguir el objetivo final donde los ganadores se mezclan con los vencidos, puesto que la sensación de ganar o perder se acaba diluyendo por no saber realmente lo que significa el concepto en sí mismo, una vez cada uno de ellos ha sacado lo peor y lo mejor de sí mismos. En definitiva, lo que realmente merece o no la pena. Vaya, ¿previsible?

En España

    0
    comentarios