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Eva Miquel Subías

Estas cosas nuestras

El Rey no ha hecho más que cumplir con parte de su cometido, velar por esta Constitución nuestra que no hace más que recibir zarpazos.

Los españoles adoramos la conspiración. Nos pone. No lo podemos evitar. Y como consecuencia de ello, el más simple y puro cotilleo. Que también. Cada semana, de hecho, nos desayunamos con unas cuantas campañas pendientes de urdir, con una docena de polémicas y, sobre todo, con la poderosa visión y los augurios varios de los cabezas visibles de turno, que creemos están en posesión de la verdad. Total, tampoco podemos contrastarlo demasiado.

Uno de los temas que han llenado de contenido buena parte de las tertulias y debates en nuestro país –dejando a un lado la desdichada renuncia de Esperanza Aguirre, quien deja a los madrileños en una evidente situación de orfandad– ha sido el desembarco bloguero y digital de la Casa de Su Majestad el Rey.

Don Juan Carlos se ha estrenado con una misiva online en la que hace un llamamiento a la unidad de todos los españoles, insistiendo en que

no son estos tiempos buenos para escudriñar en las esencias ni para debatir si son galgos o podencos quienes amenazan nuestro modelo de convivencia.

Normal. Al fin y al cabo, el Rey tiene entre sus cometidos el de "guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y respetar los derechos de los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas", tal y como reza el artículo 61 de nuestra malherida Carta Magna.

Con lo que, señoras y señores, nuestro monarca no ha hecho más que cumplir con parte de su cometido, que es, ni más ni menos, que velar por esta Constitución nuestra que no hace más que recibir, día tras día, zarpazos en forma de crecientes amenazas.

De todos es sabido y conocido que en la marcha por el Ensanche barcelonés con motivo de la Diada de Catalunya se clamó por el pacto fiscal, se criticaron los recortes que el Gobierno no ha tenido más remedio que llevar a cabo y se pidió a gritos la independencia.

Es un hecho evidente que miles de personas salieron a la calle acreditando su descontento, y buena parte de ellas confiadas en que la autodeterminación podría devolver la prosperidad a las familias catalanas.

Nos encontramos con una desafección creciente, y la situación económica que padecemos hace que adquiera una nueva dimensión.

Así, el Rey ha sido criticado por solicitar, "desde la unión y la concordia",

una recuperación de los valores que han destacado en las mejores etapas de nuestra compleja historia y que brillaron en particular en nuestra Transición Democrática...

Una reacción que ha extrañado a unos y a otros. Y sin embargo, vemos con pasmosa naturalidad que al Rey se le exija respeto por la diversidad, cuando no ha hecho más que demostrarlo y evidenciarlo cada vez que ha tenido oportunidad para ello.

Una diversidad, gratificante y enriquecedora, cuyo manto calentito y protector ha cobijado a no pocos representantes políticos durante décadas. Políticos que no sólo han sido respetados, sino que se han atendido sus demandas puntual y delicadamente.

Lo que en cualquier nación del mundo sería tratado con normalidad, aquí hace que nos rasguemos las vestiduras, nos flagelemos y salgamos al balcón a apresurarnos a decir lo imprudentes que somos, esclavos de una precipitación imperdonable.

Si me permiten, les diré que lo que necesitamos –en no pocas cuestiones– es cierta naturalidad a la hora de abordar las cuestiones y avanzar en nuestras posiciones. Y si la Monarquía expresa su posición y un deseo de unidad nacional, está –precisamente– haciendo más plena esa diversidad. Digo.

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