Acostumbro a decir que todo en esta vida es cíclico. Desde el tono gris, que siempre regresa con fuerza cada dos o tres temporadas, hasta las infalibles piezas de música pop de los años 80, pasando por una regeneración de España o el encaje del País Vasco en ella –antes– o el de Cataluña, más de actualidad.
Fíjense si todo vuelve que junto con los calcetines a media pierna de canalé ha aparecido una formación política cuya fuente de inspiración son las doctrinas del más tradicional y rotundo comunismo de mediados del siglo XX.
Vivimos peligrosamente en una era en la que el despliegue de los denominados cascos azules por todo el planeta, no impide que miles de mujeres y niñas sean violadas con total impunidad a escasos poblados de donde éstos se sitúan en el Congo, por poner uno de los desoladores y desgraciadamente innumerables ejemplos.
Y además, la eficacia de los métodos de los que deben velar por los derechos humanos y los intereses de los más desfavorecidos, se pone cada día más en entredicho, al igual que el perfil de algunos de los dirigentes que así los tutelan.
Seguimos viviendo, trampeando entre el coach y el community manager, una etapa en la que la ideología se guardó hace tiempo en un cajón, ahí también, entre las hombreras y las botas de punta, y donde el perfil "de perfil" se impone con fuerza. O donde ministros socialistas franceses bien podrían tener cartera en gobiernos populares, o donde Duran i Lleida puede defender una Cataluña integrada en una España fuerte o no, depende del contexto y de cómo uno se haya levantado esa mañana.
La derecha y la izquierda como tal andan ambas desfasadas. Pero no estaría mal que los socialdemócratas por un lado y los liberales por otro –con permiso de los conservadores y democratacristianos– pudieran, no sé, elaborar un manual de usuario con el fin de saber en qué punto nos encontramos y hacia dónde podríamos dirigir nuestros pasos; una especie de guía con las líneas maestras y a ser posible adaptada a los tiempos que nos ha tocado vivir.
De hecho, creo que son muy pocas las naciones las que realmente tienen claro donde están y hacia dónde quieren ir. Israel, por ejemplo, es una de ellas. Pero como quiero dedicarle una columna enterita, no deseo detenerme demasiado, a pesar de destacar otro hecho innegable: la habilidad de los terroristas de Hamas para caer entre algodones en los regazos del buenismo internacional y de la progresía más tradicional.
Si mi intuición no me falla, el ciudadano medio anda algo cansado de aquello que algunos denominan "centro", por no denominarlo entre "Pinto y Valdemoro". Tiene una la sensación de que el votante demanda claridad, acompañada ésta de cierta contundencia cuando así se requiera. Pero claridad, al fin y al cabo.
De la misma manera que el trepa de siempre se ha aferrado al networking como tabla de salvación, el clásico que anda por la vida sin que le roce una mota de polvo, puede llegar a confundir defender una postura centrista con la posición en modo de superviviente zigzagueo. Y no. No es exactamente lo mismo, como la mayoría de ustedes sabrá, queridos amigos.
Insisto, una vez más, en la profunda necesidad de reivindicar un back to basics. Vayamos al fondo del armario y hagamos repaso, créanme.
Así que démosle al botoncito y hagamos un reset completo. Y les hacemos un guiño, así de paso, a los geek, ya que sus compañeros de la serie Big Band Theory andan en horas bajas.
Y ahora, sí. Acabo ya. Que me lío.