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Eva Miquel Subías

La verdad sobre la xocolata amb melindros

El principal problema es que muchos populares madrileños siguen sin entender la auténtica realidad del paisaje político-social catalán y la cantidad de matices que lo dibujan. Y en ese horizonte, los pequeños detalles son decisivos.

No quería dejar pasar un día más sin hacer referencia a la visita del presidente del Partido Popular a Barcelona el pasado 23 de abril, con motivo de la celebración de Sant Jordi.

Mucho se ha hablado ya, me dirán ustedes, noticia algo caduca, me echarán en cara. Pues, sí, supongo que sí, pero espero que me permitan decirles tan sólo lo siguiente.

Así, de entrada, debo apuntar que se trata de un gesto que entraña bastante más miga de lo que pueda parecer, no sólo por lo simbólico del mismo, sino por todo lo que encierra un simple tazón de chocolate.

Ignoro si la idea partió de su protagonista, de Barcelona, de Madrid, de algún asesor o asesora, o del puñetero dragón que se le apareció una de las noches anteriores frente a San Jorge con la espada en alto. Lo desconozco, tanto da. Pero la cuestión es que Mariano Rajoy paseó por Las Ramblas, se dejó querer y achuchar, compró libros y rosas, le dio tiempo de mantener una charla con el presidente de la Generalitat y acudió a la ya tradicional recepción con motivo del día del libro y de la rosa en el Palau Reial de Pedralbes; aunque, qué quieren que les diga, una servidora le tiene mucho cariño al Pati dels Tarongers del Palau de la Generalitat, lugar donde se celebraba tan emblemático día bajo la Presidencia pujolística, a pesar de que estábamos todos apretujadillos y con el riesgo de que una minúscula naranjita se abalanzara sobre tu taza poniéndote perdido el primaveral traje.

Pero en fin, a lo que iba. Bien, Mariano, bien. Me gustó.

Otra cosa es la cantidad de hipótesis, supuestas estrategias y crípticas rotaciones ideológicas o más bien identitarias que muchos periodistas, de los llamados "de Madrid" y otros de "los medios catalanes" han señalado desde la barcelonesa jornada. Porque, francamente, he podido leer alguno que me ha hecho cierta gracia.

La expresión "giro catalanista" es de lo más simpática. Pero si así fuera, por lo que una cada día más torpe servidora cree que se entiende por ella, ¿dónde situamos a Josep Piqué? ¿Antes o después de ese presunto volteo? ¿Y a Daniel Sirera? Porque ya son muchos años girando y girando y claro, con tanta vueltecita, uno acaba mareándose y no avanza demasiado.

El Partit Popular de Catalunya es –¿cómo les diría?– para quien no lo conoce, un gran enigma y para quienes lo hemos conocido en algún momento, no es tarea fácil describirlo. Alguno de ustedes habrá visto en alguna ocasión o habrá leído sobre las severas y crueles sesiones de entrenamiento a las que son sometidos los pobres niños chinos con el fin de aumentar el medallero olímpico. Pues en clave política doméstica, podríamos decir que una pasadita por el insondable mundo del PP catalán, te da una ligera idea de lo que debe ser. Y, aunque no logren demasiadas medallas, te curten de por vida y te enseñan dos o tres claves francamente interesantes. Una de ellas podría tratarse de cómo sobrevivir a una crisis interna de manera permanente sin morir en el intento, otra, de cómo premiar siempre a quienes peores resultados obtiene y otra, cómo superar la claustrofobia de una cada día más preocupante endogamia.

¿Se acuerdan de la carta que envió Josep Piqué a Mariano Rajoy el día de su despedida, en la que hacía referencia a ciertas "miserias y mezquindades"? Gráfico, muy gráfico.

Pero en fin, dejando de lado cuestiones que no ayudan demasiado a fortalecer a los populares catalanes, tales como cambiar de líder y de mensaje cada cinco minutos o dar un giro completo, otro medio o un ligero toque de cadera según sople el viento. O mirar simplemente hacia otro lado desde la sede de Génova durante un par de décadas conociendo de primera mano y teniendo perfectamente diseñadas cuáles eran las verdaderas raíces del "problema" –ahora ya irremediablemente inherentes a cualquier idea que se quiera llevar a cabo–, algunas de las cuales no estaría mal que se mantuvieran intactas.

La tradicional defensa de un ambicioso proyecto para Cataluña implicada en la empresa común de España es plenamente compatible con la idiosincrasia y naturaleza catalanas, así como con el propósito de impulsar y potenciar las convicciones con respecto a un modelo determinado de sociedad libre de intervencionismos asfixiantes, afrontándolo sin complejos y sin tener que hacer esfuerzos inútiles por agradar a todo el mundo.

Y reconozcamos que torear en esa plaza, créanme, no es sencillo. A pesar de ello, los números, en términos electorales, lo reflejan todo o casi todo, y si nos dedicamos a hacer un repaso de cada una de las citas con las urnas, se pueden obtener varias y definitivas conclusiones. Aunque tampoco parece importar demasiado a quienes toman las decisiones que, no nos olvidemos, siguen viviendo en Madrid.

El principal problema y que no podemos obviar, es que muchos de ellos siguen sin entender la auténtica realidad del paisaje político-social catalán y la cantidad de matices que lo dibujan. Y en ese horizonte, los pequeños detalles son decisivos.

Aunque no se lo crean, en la xocolata amb melindros está la clave. Continuará.

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