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Eva Miquel Subías

Serás el báculo de mi vejez

Estamos olvidando algo fundamental. Y es que sigue habiendo vocación. Sí, existe.

No saben las ganas que tenía de poder utilizar este título. Luego les cuento por qué.

Hoy pretendo abordar un asunto que me provoca sentimientos algo encontrados. Veamos. Los que ya me van conociendo un poco a través de estos años de confidencias varias en esta casa, sabrán de mi querencia y defensa habitual al respecto de la seniority. En todos los ámbitos, además. Me gusta el respeto y la veneración anglosajona hacia lo que supone la experiencia de alguien cuya trayectoria se considera digna de admirar y cómo la aplauden.

Pero me gusta también la energía, las ganas y la refrescante visión que un joven puede aportar, sea en una ONG, sea en un laboratorio farmacéutico, sea en la redacción de un periódico, sea en el teatro, sea en la Universidad, sea en una formación política.

Me explico. Hace pocos días la alcaldesa de Madrid se manifestó del todo contraria a la existencia de las organizaciones juveniles de los partidos políticos. O no sé si de todos, creo recordar que se refirió concretamente a las Nuevas Generaciones del Partido Popular.

Lo puedo entender. Quería decir con ello Ana Botella, o así creí entenderlo, que no le gustaba ver a jóvenes afiliados entregados a la causa política de una organización por el riesgo de profesionalización que ello supone.

Y no le falta razón. A pesar de que luego asistimos a debates en los que los expertos o tertulianos –sí, soy consciente de que no he colocado la y– se lamentan de que la juventud española no está lo suficientemente implicada y motivada en los asuntos políticos, o que en las estructuras internas de partido –esos entramados algo endogámicos– sólo las forman los mismos perfiles que han sobrevivido a las tempestades a lo largo de muchos trienios.

Toda la vida ha habido jóvenes involucrados, en mayor o menor medida. Y ahora, además, con un plus de peligrosidad por lo que supone sumarse a una de las profesiones más desprestigiadas de los últimos tiempos.

El riesgo de profesionalización está ahí. Y no es bueno. Eso es algo evidente. Pero los mismos riesgos corre un senior que hace tanto que salió de la actividad privada que con sólo imaginar su retorno empieza a tener un sarpullido corporal.

Y como no me gustan las prohibiciones en general, tampoco me gusta ésta. Si un joven, mientras estudia, mientras trabaja, o mientras desarrolla ambas actividades, quiere dedicar su tiempo libre a colaborar con un partido político, que lo haga. Faltaría más.

Porque estamos olvidando algo fundamental. Y es que sigue habiendo vocación. Sí, existe. Y es palpable. No partamos de la base de que todos los jóvenes que entran en un partido político lo hacen con la misma finalidad, porque esa premisa es errónea.

Conozco a estudiantes de todas las tendencias que creen que pueden aportar su tiempo y dedicación en construir algo mejor. Tan básico como eso. Por supuesto, también conocemos a caraduras. Muchos. Pero no creo que sean la mayoría. Honestamente lo pienso.

Me parece razonable que dediquen sus horas libres de manera altruista, como se ha hecho toda la vida, por otro lado, a una causa. Sea ésta política o sea ésta de cualquier otra índole. Me parece sensato también que no ocupen ningún puesto público remunerado hasta que no demuestren unos mínimos exigibles, tanto en el ámbito laboral como en el de la formación. Demandable, del mismo modo, en los más entraditos en años. O adoptemos la figura americana del junior assistant.

Tampoco olvidemos que quienes deciden dedicarse al complejo mundo de la política, deben saber gestionar pero se requiere un cierto olfato. Y éste no se obtiene ni mediante unas oposiciones ni estando al frente de un departamento de una multinacional. Seamos también claros al respecto.

Señoras, señores, se tiene madera o no se tiene. Antaño, por lo menos.

Veo que no tengo espacio para contarles el asunto del báculo. Pero la Historia está repleta de ejemplos y modelos de jóvenes emprendedores e intelectuales que han sido los motores que han impulsado grandes propósitos. Y así debiera ser.

Y ahora, venga. Llámenme ingenua. Es probable que así sea.

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