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Eva Miquel Subías

Silencio

España no es un país que presuma de reflexionar demasiado y los bandos y los compartimentos estancos están a la orden del día.

Ya es un comentario habitual en almuerzos, cenas y tertulias varias aquello de "qué callados estáis los catalanes", refiriéndose a las personas que somos o vivimos allí y no compartimos la deriva que ha tomado en los últimos tiempos el Gobierno de la Generalitat.

Sigue siendo también una expresión repetida la de "os merecéis lo que allí tenéis" o "si no os gusta, manifestaos en otro sentido".

Déjenme, si no les importa, apuntar unas cosillas al respecto. Porque cuando has estado participando –en los años 90– en debates semanales en prime time en TV3 defendiendo posturas nada políticamente correctas y haciendo lo propio en la Cadena SER, cuando has regresado a casa con trajes embadurnados de tomates y huevos tras unos lanzamientos a discreción en las sucesivas ofrendas florales a Rafael de Casanova, al tiempo que contabas, tanto en la Facultad de Historia de la UB –donde me licencié– como en diversos platós de televisión, la verdadera historia de su fallecimiento –muchos años después y en su domicilio, no así el de Villarroel–, cuando has escrito, semana tras semana y año tras año –ahora, debido a las circunstancias, con menor ritmo– en esta casa poniendo los puntitos sobre las íes sin el menor de los tapujos, cuando has rechazado dos espléndidas ofertas de trabajo por considerar que servían demasiado a una causa con la que no comulgas, cuando entras, ante cualquier provocación, a defender a una Cataluña integrada dentro de un gran proyecto español, haciendo siempre hincapié en lo que más nos une sobre lo que –según algunos– nos separa, este tipo de alusiones te las tomas como algo personal.

Sí. Por supuesto que te das por aludida. Como te das por aludida ante según qué desprecios por parte de unos y otros. Porque la generalización está extendida y estandarizada.

España no es un país que presuma de reflexionar demasiado y los bandos y los compartimentos estancos están a la orden del día. Y no es nación para personalidades y criterios propios. El corsé ideológico te oprime de tal manera que cuando lo lanzas en alguna cuneta y la pereza inunda al resto, que debe de hacer el sobreesfuerzo de escuchar y entender por qué esto sí, por qué esto no, por qué esto podría ser, pero dependiendo de la letra pequeña y gris, qué mejor que lanzar consignas genéricas y eslóganes que separen a unos de otros.

Aquí no hay victimismo de ningún tipo. Aquí lo que hay es hartazgo y la licencia –si se me permite– de poder hacer un ejercicio de desahogo donde más confianza tengo, que es precisamente aquí, otra de las cuestiones por las que también he debido justificarme ante no pocas personas aparentemente ilustradas y contestar a la pregunta de por qué una escribía aquí y no en otros lares.

Y cuando apuntas que es un lugar donde he podido decir cosas a mi antojo, sin la necesidad de estar de acuerdo con una determinada línea editorial en diversos momentos, ponen cara de incrédulos y lanzan alguna reflexión tan poco trabajada como las de los que me refería al principio de este escrito.

Con lo que pido disculpas por si mi manera de proceder no ha resultado del agrado de todos, pido disculpas por no haber formado parte de un estereotipo que ayudara a clasificar mis pensamientos y pido disculpas de antemano por lo que voy a decir. Porque no conozco una a una a las personas que han decidido no pronunciarse en un sentido u otro. Pero, aunque a mí me guste más o me guste menos, están en su pleno derecho de ejercer su silencio.

A pesar de las consecuencias. A pesar de que el silencio, en ocasiones, haya gritado más que la vociferación de un tumulto. A pesar de todo y de todos. Y a pesar de que a mi tierra, lamentablemente, no la vaya a conocer ni la madre que la parió.

En España

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