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Eva Miquel Subías

Vosotras no sois como ella

Más allá de sus propuestas, muchas de ellas poco operativas, otras absurdas y alguna de gravedad considerable, lo que irrita a muchos españoles es su frivolidad a la hora de plantear asuntos de gran magnitud y complejidad.

De vez en cuando, aunque no muy a menudo, leemos o escuchamos alguna noticia que nos engrandece, que nos hace respirar tranquilos, que nos devuelve la fe en lo maravilloso de este mundo y sus posibilidades. Y en algún momento descubres a personas que te dejan boquiabierto y con la sensación de ser alguien demasiado pequeñito. De hecho, una servidora se topa a diario con personas que merecen la pena. Aunque a veces no las vea.

No hace demasiado leí una entrevista a una doctora en Químicas que patentó una pintura insecticida y decidió abandonar su Valencia natal para instalarse en Bolivia, tras contarle un médico guaraní que en su pueblo la gente moría por el mal de Chagas, una enfermedad mortal, al parecer, transmitida por las miles de chinches que inundan sus casas. Pilar Mateo lo dejó todo para emplazarse entre poblados indígenas y emprender un proyecto tan apasionante como arriesgado. Es obvio que me impactó.

He tomado esta mujer a modo de ejemplo, pero podía haberlo hecho con cualquier otra de las muchísimas que se acuestan a diario con la tranquilidad de haber hecho bien las cosas y la satisfacción de haber contribuido a hacer algo por su país, por su entorno, por su gente, ya sea en ambientes científicos, periodísticos, deportivos, sanitarios, e incluso políticos, ya sea en el terreno personal. Muchas de nuestras madres o abuelas son claras muestras de ello.

Y es por todo ello que la pose adoptada por la ministra de Igualdad me molesta especialmente. No se trata, tal y como apunta El País, de ninguna conspiración de la derecha mediática para atacarla sistemáticamente. Ni porque sea una mujer joven y atractiva. Ni tan siquiera porque su trayectoria plantee dudas al respecto de su talla profesional para ejercer tal responsabilidad.

Ahora mismo les cuento por qué. En la última entrevista concedida por Bibiana Aído al diario del Grupo Prisa y que si tienen algún tipo de interés pueden rescatar en su página web, cuyo nombre no exento de buena dosis de cursilería responde al de "Amanece en Cádiz", la ministra más joven y apasionada del Ejecutivo nos ha deleitado, tal y como nos tiene acostumbrados, con sabrosones titulares.

Confieso que sigo todavía impactada desde que el gran referente gaditano dijo aquello de "trabajar en una nueva masculinidad". Esta declaración de principios vino al hilo del anuncio de la puesta en marcha de una línea telefónica para maltratadores "dudosos". Vamos, de los que antes de partirle la nariz a sus esposas, reposan con los pies en alto y se dedican a reflexionar sobre tal posibilidad. Y claro, necesitan compartirlo con alguien.

A eso me refiero. Más allá de sus propuestas, muchas de ellas poco operativas, otras absurdas y alguna de gravedad considerable, lo que irrita a muchos españoles es su frivolidad a la hora de plantear asuntos de gran magnitud y complejidad. Y esa fue precisamente mi respuesta a la cuestión que me formuló una amiga socialista, solvente y preparada, al respecto de tanto revuelo por alguna de las numerosas salidas de tono. No lo pudo decir pero estuvo de acuerdo.

La culpa de sus males, según sus propias palabras, la tiene "la derecha, donde se da la unión de misoginia y gerontocracia, que puede ser una bomba letal [...] atacan las políticas de igualdad porque cuestionan el orden establecido y no pueden soportar que una mujer joven y de pueblo pueda ocupar un sillón en el Consejo de Ministros".

Veamos. Podría ahora mismo citar a muchas mujeres, de todas las edades, que llegaron muy alto antes, ahora y mucho más en el futuro. Con esfuerzo, eso sí, con dedicación, por supuesto, con enorme sacrificio, también, y con renuncias –en algunos casos– personales. Pero sin papeles ni leyes en sus manos que les dijeran cómo tenían que enfocar sus vidas ni cómo debían pensar para instalarse en ningún feminismo políticamente correcto. Con talento y tesón.

La postura respecto a la prohibición de la burka o el nicab no se puede despachar alegremente diciendo que hay que intensificar el trabajo con las comunidades musulmanas para su progresiva erradicación, porque es tan surrealista como peligroso. Y mucho menos se puede abordar un asunto tan serio como la interrupción de embarazo modificando una ley donde una de sus grandes aportaciones sea la de permitir abortar a una menor sin conocimiento paterno, porque se trata de algo tan escalofriante como irresponsable.

Es de todos sabido que es más fácil mantener la dignidad, integridad y credibilidad, que volver a recuperarlas una vez perdidas. Y si no lo sabe, que se lo vaya preguntando a su jefe.

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