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LA POLÍTICA EXTERIOR DEL PREMIER LABORISTA

Blair, el puente entre ninguna parte

Todo el mundo está de acuerdo en que la política exterior y estratégica del primer ministro británico, Tony Blair, ha pivotado sobre dos grandes principios: el primero, la voluntad y disposición del Reino Unido a recurrir al uso de la fuerza allí donde fuere posible y se justificare por un fuerte compromiso, o principio, ético; el segundo, que Londres debe hacer siempre de puente entre las dos orillas del Atlántico: América y Europa.

Todo el mundo está de acuerdo en que la política exterior y estratégica del primer ministro británico, Tony Blair, ha pivotado sobre dos grandes principios: el primero, la voluntad y disposición del Reino Unido a recurrir al uso de la fuerza allí donde fuere posible y se justificare por un fuerte compromiso, o principio, ético; el segundo, que Londres debe hacer siempre de puente entre las dos orillas del Atlántico: América y Europa.
Blair es el laborista que más tiempo ha encabezado el Gobierno británico.
Camino de las elecciones de lo que con toda seguridad será su tercer mandato, Tony Blair sigue creyendo en los mismos principios y en el mismo papel del Reino Unido. Pero las cosas ya no le son tan fáciles como hace algunos años. Su papel de equilibrista se tambalea porque, en la medida en que las dos orillas no se entienden y aumenta la distancia que les separa, el poder de Blair para hacerse oír en ambos lados es cada vez menor.
 
Hay quien dice que Tony Blair es un neoconservador que no sabe que lo es. Quienes así argumentan apuntan al continuo posicionamiento del primer ministro británico en la defensa de la expansión de las instituciones y valores occidentales y, desde luego, a las actuaciones del Reino Unido en estos años, interviniendo militarmente en defensa del respeto a los derechos humanos y la dignidad humana, de Kosovo a Irak. De hecho, conviene recordar que si la OTAN actuó en defensa de los kosovares en 1999 se debió en gran parte al ardor con que Blair justificó dicha intervención, convenciendo a los americanos para que pusieran los medios y a los europeos para que prestaran su consentimiento. Pero también están los casos de Sierra Leona, Timor Oriental o Afganistán.
 
Sea como fuere, lo cierto es que hay que reconocerle a Blair valentía y una buena dosis de coherencia a la hora de presentar sus planteamientos y llevar adelante sus actuaciones. Así, tal vez su mejor discurso programático en términos de acción exterior lo diera en el Council of Foreign Affairs de Chicago, en 1999. No tan atrás como para anticiparse a los neocons americanos, pero si antes de que esta corriente de pensadores se hiciera públicamente famosa en todo el mundo.
 
Puede que Blair no entienda todo el jaleo ese de los neoconservadores, como él mismo dijo durante una reciente entrevista de la BBC, al hilo de la aparición de un libro en Inglaterra con el título The neocon reader y en el que se incluye un discurso suyo. Pero lo que desde luego sí entiende son dos cosas complementarias: una, que hay una línea clara que separa lo que está bien de lo que está mal, tanto en la vida de los individuos como en la de las naciones, en la esfera social y en el terreno político, nacional e internacional; en segundo lugar, que si es necesario intervenir en ocasiones para corregir el mal y defender el bien, hay que estar preparado psicológica y materialmente para hacerlo. Lo primero requiere la elaboración de una doctrina exterior bien fundamentada; lo segundo, el desarrollo de unos medios y capacidades militares apropiadas.
 
El papel todo lo aguanta. Por eso nos quedamos en la evaluación de la política británica con los grandes hechos. Y la verdad es que Tony Blair ha hecho cuanto estaba en su mano para hacer de las Fuerzas Armadas británicas un instrumento al servicio de su visión. Con planteamientos tan novedosos que se han intentado copiar en lo conceptual en España, Londres ha promovido una transformación tecnológica, orgánica y estratégica que ha hecho que sus ejércitos hoy sean una auténtica fuerza expedicionaria, capaz de actuar en combate, aunque a escala reducida, en cualquier parte del mundo. Y algo aún más importante, capaz de actuar conjuntamente con las tropas de los Estados Unidos.
 
Es verdad que el despliegue de más de 40.000 soldados en Irak estiró al límite la capacidad bélica británica, pero también es verdad que ese despliegue lo realizó Londres en menos de tres meses y lo sostuvo durante cerca de un año, realidad a la que, por poner un ejemplo, la Europa de Solana, la de la PESD, no se acerca ni remotamente, después de mucho tiempo de intentarlo.
 
Más discutible es su segundo pilar exterior: servir de puente autorizado entre Washington y Europa. En esto, todo hay que decirlo, Blair no es ningún innovador, pues la mayoría de premieres británicos, laboristas o conservadores, se han jactado y beneficiado de su “relación especial” con Norteamérica.
 
Tony Blair y George W. Bush.Aunque puede que Blair entienda su papel de otra manera, o lo haga motivado por causas distintas. Por ejemplo, Blair está convencido del papel preeminente de los Estados Unidos en la escena mundial una vez que el orden de la Guerra Fría está superado, y su interés en estar cerca de Washington no se deriva tanto de compromisos históricos, sino de pensar que puede ejercer una influencia benigna sobre el presidente americano, muy particularmente George W. Bush, y moderar su natural instinto unilateralista. Al mismo tiempo, su cercanía a los americanos quiere hacerla valer ante sus socios europeos, a los que intenta convencer de volverse más cooperativos si no quieren quedarse solos.
 
Blair cree en Europa, y cree que no es incompatible su europeísmo con el refuerzo de su vínculo transatlántico. Pero para eso deben cumplirse dos condiciones. La primera, que los europeos, como hemos dicho, sean más constructivos y prácticos. En lugar de estar angustiados sobre la finalidad de la Unión, por ejemplo, la UE debería volverse más capaz para enfrentarse a las crisis internacionales. De ahí, hay que recordar, la propuesta de Saint-Malo, en diciembre de 1998, arranque de toda la construcción europea que culmina en la Política Europea de Seguridad y Defensa, la PESD, cuya filosofía no era sino impulsar la capacidad de decidir y de actuar militarmente cuando la OTAN no estuviera motivada a hacerlo.
 
Desgraciadamente para Blair, ni la UE le ha hecho del todo caso, particularmente en lo referente a la capacidad de actuar, pues sigue enzarzada en interminables estudios sobre sus carencias más que en cómo solventarlas, y en lo político su buena estrella se ha ido eclipsando. La agenda reformista de Lisboa, impulsada con José María Aznar, está más que atascada, y con una España alineada y seguidista de la Francia de Chirac Blair se ha quedado solo frente al diseño de la Europa continental. El fortalecimiento del eje franco-alemán le merma aún más como fuerza sobre la que graviten todos los europeos favorables a una Europa Atlántica. Blair es un europeísta, pero de una Europa distinta a la que buscan Chirac y Schroeder. En ese sentido, su apuesta europea es un poco un fracaso.
 
La segunda condición pasa por que Washington le haga caso. Y tampoco aquí a Blair le ha salido todo redondo. Es verdad que con Bush está totalmente alineado en la guerra contra el terror y en Irak, pero no es menos cierto que su sintonía no es la ideal. Bush y Blair pueden acordar actuaciones conjuntas, pero sus mundos respectivos son tan distintos que poca cosa en común pueden encontrar. Con todo, Blair sigue empeñado en “domesticar” a Bush, y si bien le puso en un aprieto diplomático cuando el debate en la ONU sobre Irak, buscando una segunda resolución imposible, al final quien más ha sufrido de aquella agonía ha sido el propio Blair, que ha caído un 50% en popularidad y a quien le han crecido los respondones entre sus propias filas laboristas.
 
Tony Blair, George W. Bush y José María AznarEsta disonancia de base entre Bush y Blair está en la base de la buena relación entre Bush y Aznar. La proximidad ideológica entre estos dos permitió a España disputar a Inglaterra su lugar al tejano, a pesar de la enorme distancia, como se vio, entre España y el Reino Unido en materia militar.
 
Una vez retirado Aznar, y con el PSOE instalado en la Moncloa, Blair se ha quedado, una vez más, como el único interlocutor válido entre Estados Unidos y Europa. Pero las circunstancias le son poco propicias. Puede que haya convencido a Bush de que su primer viaje lo haga a Bruselas y se muestre más conciliador, pero está por ver que ejerza similar influencia sobre París y Berlín. Los signos son los contrarios.
 
Y es que no es la hora del atlantismo definido en términos tradicionales. Si Blair quiere servir de puente, tendrá que buscar nuevos anclajes sobre el que asentarlo. Lo que se avecina, desgraciadamente, entre Europa y América es más frustración y desencuentro, no armonía y cooperación.
 
A pesar de todo, menos mal que le queda un Tony Blair a la Vieja Europa, y que tenga algún que otro amigo en España, aunque ya no sea presidente del Gobierno.
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