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VENEZUELA

Danny, Kevin, Sean y otros chicos del montón

Hay que ver: con la que está cayendo en Venezuela, y fijarse en los viajes de un puñado de celebs a orillas del Guaire. Me refiero, claro está, al apoyo ideológico (y también crematísticamente interesado) que manifiesta a Hugo Chávez una selecta muestra de los auténticos titiriteros de lujo. Conste que con esta etiqueta no estoy señalando a las copias baratas de El Deseo Inc., sino a los lujosos originales de Mulholland Drive y aledaños.

Hay que ver: con la que está cayendo en Venezuela, y fijarse en los viajes de un puñado de celebs a orillas del Guaire. Me refiero, claro está, al apoyo ideológico (y también crematísticamente interesado) que manifiesta a Hugo Chávez una selecta muestra de los auténticos titiriteros de lujo. Conste que con esta etiqueta no estoy señalando a las copias baratas de El Deseo Inc., sino a los lujosos originales de Mulholland Drive y aledaños.
Hugo Chávez y Sean Penn.
Antes de comentar las visitas a Miraflores de esos tontos útiles de la Revolución Bolivariana que son Sean Penn, Kevin Spacey y Danny Glover (rutilante cast al que se ha sumado, en plan chica del montón, la modelo Naomi Campbell)­, conviene que explique un poco por qué digo que en Venezuela están cayendo chuzos de punta.
 
La gestión de Chávez es tan opinable, que en Venezuela desde hace meses han desaparecido de los supermercados la leche, los huevos o el azúcar, y centenares de venezolanos hacen cola en la frontera con Colombia con la única esperanza de comprar los productos de primera necesidad que se han esfumado de las estanterías de sus abastos, como lindamente se sigue llamando en ese país a las tiendas de comestibles. Todo ello gracias al Plan de Soberanía Alimentaria, el más reciente gadget (¿o habrá que escribir racket?) inventado por Chávez en esa obsesiva pelea de gallos en que anda metido con el presidente colombiano.
 
Los venezolanos no podrán consumir sacáridos o proteínas animales (¡lo contenta que estaría Elena Espinosa viviendo allí!), pero cualquiera de ellos, eso sí, puede comprarse un coche de lujo o una caja de whisky premium. O sea, igualito que en la Cuba de Raúl Castro: de qué se quejan venezolanos y cubanos, si nadie les impide ser millonarios. Algo por el estilo, no me cabe duda, pensará Boris Izaguirre, sumiso portavoz caraqueño de la progresía prisaica, que por las tardes aúlla en la SER que el PP es peor que ETA y en las mañanitas bogotanas amenaza con no regresar a Venezuela mientras Chávez no permita que Alejandro Sanz ilustre con su verbo preclaro a las masas de venezolanos dueños de Porsches y BMW. ¡Caray, qué fuera de onda, el chico Izaguirre! Si hasta su inicial mentor y modelo original, Jaime Bayly, comenta lo que hay que comentar.
 
Por cierto, y a propósito de ese gran invento que es el whisky premium, conviene saber que los venezolanos, que siempre han sido adictos al dorado alcohol, desde que la revolución bolivariana se puso en marcha están batiendo récords: en 2006, año fasto según la Scotch Whisky Association, Venezuela fue el país donde más crecieron las ventas: nada menos que 106 millones de botellas importadas. Lo que, a ojo, representa cuatro botellas por venezolano, recién nacidos y menores de edad incluidos.
 
Quizás sea éste el rostro humano más genuino del socialismo en cualquiera de sus declinaciones, incluido este avatar chavista del socialismo del siglo XXI que ya ni aspirar puede a la condición de farsa histórica: hay que pasarse la vida literalmente borracho para vivir en Venezuela sin reparar en minucias como la ineficiencia económica del régimen (abundan las fuentes, pero éste es el mejor observatorio), la corrupción generalizada y la violencia criminal. Para ilustrar este último extremo, sépase que en el paraíso socialista venezolano se registran diariamente 44 homicidios, o sea, prácticamente un asesinato cada media hora. ¿Dónde están esos arrojados medios de comunicación que a diario denuncian la violencia en las calles de Bagdad? ¿O es que los caraqueños, los maracuchos y los barquisimetanos van a tener que esperar a que invada sus ciudades el ejército del malvado Imperio para salir en las noticias?
 
Dicho lo cual, preferiría que el lector no confundiera este artículo con las grandiosas maniobras en la oscuridad de la prensa socialdemócrata. Hemos llegado a tal punto de cabalismo periodístico, que quienes sostienen desde hace tiempo que dos más dos son cuatro se sienten obligados a explicar por qué no da lo mismo obtener este resultado de entrada que hacerlo después de pasarse años afirmando que quizá sean cinco, o tal vez ocho. Pero no nos pongamos exquisitos con los detalles y alegrémonos de que hasta el New York Times, tan mimoso en un pasado reciente con el paracaidista de Miraflores, denuncie ahora la "incompetencia y autoritarismo" de Chávez, a seis meses de unas elecciones municipales y estatales que no se presentan favorables al partido del inquilino del palacio presidencial.
 
Nada como los cambios registrados por el anemómetro para mover la veleta de la prensa socialdemócrata: después de su fracaso en el referéndum de diciembre, y como su popularidad sigue cayendo desde entonces (sobre todo, tomen nota, entre los "olvidados", que son la mayoría de los venezolanos), el muñidor de La Meca caribeña del socialismo rupestre está perdiendo apoyos entre quienes ejercen el noble oficio de cerrar un ojo al mirar a Cuba y el otro cuando toca comentar la realidad venezolana.
 
No sé qué efecto logrará surtir la reciente ola de malquerencia con el régimen chavista en los montes de Hollywood, ni si a estas alturas los famosillos habrán leído al menos los comentarios que les ha dedicado Pérez Hilton, dueño del blog rosa más frecuentado en Burbank. Pero es fácil imaginar que a Danny Glover no van a amargarle éstos ni parecidos comentarios el dulce que le ha regalado Chávez: más de 20 millones de dólares para financiar las próximas cintas que el intérprete de esa exquisita joya del séptimo arte que es Arma Letal ha anunciado pretende producir: una sobre la gesta antiesclavista del haitiano Toussaint Louverture y otra, aún muy hipotética y nebulosa, sobre El general en su laberinto, la novela de García Márquez sobre los últimos días de Bolívar.
 
Uno de los muchos venezolanos que no quieren que Glover se lo lleve crudo.Glover fue el primero en apuntarse a la peregrinación a la ermita caraqueña del Santo Niño de la Revolución Bolivariana. Ya entonces había hecho méritos para convertirse en el portavoz de los Actores Antiimperialistas, Inc.: en septiembre de 2006 fue el encargado de presentar al presidente venezolano ante un público al borde de la histeria en el templo baptista de Mount Olivet, en Harlem. Fiel a su tradicional histrionismo, Chávez deleitó con un sermón contra el "demonio" Bush a unos feligreses que sin duda también disfrutarán de lo lindo con los hate speeches del reverendo Jeremiah Wright. Confieso mi incapacidad para comentar este tipo de manifestaciones, más allá de la obvia perplejidad que produce el constatar que quienes reprueban a Bush y su Administración por su "integrismo" son los mismos que aplauden a personajes como Chávez o Wright, y sin duda también los que se disponen a votar a Obama por la profunda y meditada razón de que es negro. Ay, nuestros progres: tan cerca de Chávez y tan lejos de Andrés Eloy Blanco y Machín...
 
Tras Glover, fueron por la vereda tropical en pos del caudillo caraqueño Sean Penn y Kevin Spacey. Lástima por Spacey, excelente actor, sobre todo cuando lo dirige, mira por dónde, algún hórrido derechista como Clint Eastwood. Lo de Penn es más de lo mismo en este chico malcriado que no esperó a que Bush ordenara la invasión de Irak para destilar moralina antiamericana en su contribución a 11’09’’01–September 11. Y recientemente ha sido la chica Campbell quien ha visitado Caracas para entrevistar a Chávez. Como todo lo que es susceptible de empeorar acaba siempre empeorando, en menos de un año hemos pasado de Toussaint Louverture y García Márquez a una telenovela, venezolana como es lógico: los habitantes de este país no pueden comprar leche o huevos, pero tienen el orgullo de suponerle a su presidente un romance con la supermodelo cocainómana.
 
La razón de estas muestras de pleitesía a Chávez y su régimen hay que buscarlas, como siempre en Venezuela, en la corrupción, fomentada por el Estado y engrasada con petrodólares. Uno de los más recientes inventos de Chávez es Villa del Cine, una caricatura de Cinecittà con la que el hegemón tropical pretende insuflar el credo bolivariano al cine local. Para que no falte detalle, y para no apartarnos del guión telenovelero, esta institución está en manos de una persona cuyo único mérito visible es ser la amante del actual ministro de Cultura, un señor nacido en Vigo que responde al pintoresco nombre de Farruco Sesto y que, entre otras lindezas, utiliza su cargo público para adjudicar sin concurso previo y a dedo contratas de mantenimiento y construcción de infraestructuras a una empresa, Pemegas, de la que es socio.
 
Hay que saber que, en años de bonanza, en Venezuela a duras penas se estrena una decena de cintas producidas total o parcialmente en el país. También conviene saber que los cineastas venezolanos, en su inmensa mayoría, se han acostumbrado a esperar sentados a que el Estado petrolero les facilite la producción de sus obras maestras. Lógicamente, ante la promesa de una nueva fuente de dinero público (que en Venezuela no ya Carmen Calvo sino los creadores e intelectuales siempre han pensado que no es de nadie, y por lo tanto mejor está en su bolsillo) los cineastas locales se han apuntado a la moda de ensalzar al nuevo Duce del celuloide. Incluso directores con una trayectoria cumplida fuera del país y que hasta anteayer se mostraban críticos con el régimen, como Fina Torres, exhiben la misma sumisa adoración que los estelares Glover y Penn.
 
Días de glorioso cine no sé si nos deparará la cuna del Libertador, pero sin duda seguiremos asistiendo al fascinante espectáculo de los titiriteros rampantes a los pies del caudillo. Mientras, los otros, la mayoría de los venezolanos, seguirán en lo mismo, tan anticuados ellos: pasando hambre y muriendo a balazos.
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