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ALEMANIA

Dos perdedores pretenden gobernar un país

Esta mañana, de vuelta al trabajo, la cruda realidad se veía reflejada en los rostros de mis compañeros: perplejidad, decepción, derrota. Y eso a pesar de que en la cantina había representación de casi todas las fuerzas políticas que se presentaban a las elecciones. Los votantes de la CDU, profundamente decepcionados; los del SPD, desencantados en su “casi lo conseguimos”; los del FDP, meditabundos, discutiendo posibles coaliciones. Pero todos, sin excepción, conscientes del verdadero significado de los resultados de anoche: el miedo a las reformas y la apatía inmovilista de sus conciudadanos. Los alemanes no lo tienen fácil. Quien forme gobierno tampoco.

Esta mañana, de vuelta al trabajo, la cruda realidad se veía reflejada en los rostros de mis compañeros: perplejidad, decepción, derrota. Y eso a pesar de que en la cantina había representación de casi todas las fuerzas políticas que se presentaban a las elecciones. Los votantes de la CDU, profundamente decepcionados; los del SPD, desencantados en su “casi lo conseguimos”; los del FDP, meditabundos, discutiendo posibles coaliciones. Pero todos, sin excepción, conscientes del verdadero significado de los resultados de anoche: el miedo a las reformas y la apatía inmovilista de sus conciudadanos. Los alemanes no lo tienen fácil. Quien forme gobierno tampoco.
Vista parcial del Reichstag.
Quienes apostaron por las propuestas de Angela Merkel no lo hicieron completamente convencidos. Lograron, eso sí, colocarla como la candidata más votada, pero dejándola en una situación tan precaria que apenas si merecen el gesto de agradecimiento. Pero ellos no son los responsables. Angela Merkel no ha conseguido despertar la confianza en un amplio sector de la sociedad alemana. La mujer que sólo hace dos meses parecía dispuesta a colocar su partido al borde de la mayoría absoluta no ha sido capaz de movilizar las voluntades de sus conciudadanos. Que el SPD tampoco lo haya conseguido apenas minimiza el fracaso de Merkel.
 
Tal vez Merkel confió demasiado en sus paisanos. Los aplastantes datos de las encuestas le llevaron a pensar, equivocadamente, que la sociedad alemana estaba ávida de reformas. Esperaba de los votantes las "ganas de cambio" necesarias para alcanzar una cómoda mayoría. Notó a lo largo de la campaña, es cierto, cómo los votantes se mostraban cada vez más inseguros ante sus propuestas, pero ignoró las consecuencias que ello podía suponer cuando, por ejemplo, en decisión absolutamente personal, mantuvo su favoritismo por las tesis de Kirchof, a sabiendas de que no eran las mismas que se recogían en el programa de la CDU. Y eso no lo perdonan ni los votantes ni los camaradas de partido, que ya durante la campaña –aumentando el clima de inseguridad y confusión– no dudaron en hacer públicas sus reticencias.
 
Perdedores en estas elecciones son los dos grandes partidos populares, cuyo atractivo disminuye año tras año. Los verdaderos ganadores son las pequeñas formaciones, que se consolidan, al tiempo que corroboran lo que no pocos sospechábamos: el sistema político alemán no es un sistema de tres, si no de cinco partidos. Los agoreros que anunciaban una catástrofe sin parangón para la singular alianza entre Gysi y Lafontaine esconden la cabeza y queman sus oráculos. Los resultados de PDS/Die Linken (PDS/La Izquierda) son bastante mejores de lo que ellos mismos pensaban en mayo. Su meteórica ascensión en el panorama político nacional sólo se ve ensombrecida por el gran triunfo de los liberales. Un triunfo "ácido", por supuesto, y gracias a algún punto procedente del saco de la CDU. Pero un triunfo que demuestra una vez más que no pocos votantes del centroderecha prefieren una campaña electoral sin altibajos, de perfil liberal, sin contradicciones y sin anuncios efectistas en los foros de discusión. Ser consecuente, a veces, también tiene premio.
 
Pero, a la vista de los números, los liberales no saben si llorar o reír. En la tarde de ayer las copas de sekt (espumoso) dejaban un amargo sabor final, pues tras el brindis por los resultados llegaba la certeza de las cifras: gobernar en coalición con la CDU ya no era posible. Hace sólo una semana, en el congreso del partido en Berlín, se tomó una decisión: o en el Gobierno con la CDU o en la oposición. Las cifras pueden obligar a los líderes del FDP a cambiar sus postulados. Desde primeras horas de la mañana de este lunes, aún en plena resaca postelectoral, suenan las voces de los más prácticos: podemos replantearnos el tema de las coaliciones, otras opciones son posibles.
 
Gerhard Schröder.Y la otra opción, la que ha ido ganando adeptos a lo largo del día, es la de una coalición con CDU y Verdes. Los verdes, que, arrastrados por su complicidad con el SPD, tampoco tienen apenas nada que celebrar, excepto la seriedad y claridad de miras de sus líderes en una situación como la de ayer. "Hemos de hablar con todas las partes y buscar la mejor solución para el país", fueron las palabras pronunciadas por Joska Fischer. Sin florituras. Si alardes. Sin victimismo.
 
Las florituras y el alarde fueron cosa de Gerhard Schröder. Su comportamiento en el domingo electoral ha merecido toda clase de calificativos, tanto de sus enemigos políticos como de la prensa germana. Desde el "bastante infantil" de Niels Diederich hasta las palabras más duras de Frank Brettschneider, que veía en la actitud del canciller una "pérdida del sentido de la realidad, acompañada de un toque megalómano". El SPD ha perdido un 4,2% de los votos, y eso es incontestable. La derrota de los socialdemócratas, en el oeste a manos de la CDU/CSU y en el este dejando escapar el 25,4% de los votos hacia el PDS, no admite dudas. Excepto para Schröder, que se considera legítimo ganador. La ley no escrita por la cual el candidato más votado es quien inicia conversaciones para formar gobierno es en Alemania tan vinculante como si estuviese recogida en la Grundgesetz (Constitución). Schröder tendrá que dar marcha atrás.
 
No parece que nadie esté por la solución más adecuada para el país. La gran coalición se rompe por los personalismos. El ego de los políticos se presenta, una vez más, como verdadero argumento central de la acción política frente al interés común. Merkel, como la más votada, quiere formar Gobierno. Schröder, en su columna de vanidad, sólo entiende una coalición bajo su tutela.
 
Mientras tanto, la patronal alemana se muestra contrariada con el resultado de los comicios. Su presidente, Jürgen Thumann, duda incluso de que alguien sea capaz de formar un Gabinete con capacidad de gobierno. Sus llamamientos a la cordura política, en pos de una gran coalición, no parecen impresionar a los protagonistas, de momento. Al mismo tiempo, nos recuerda las dificultades que tal Gobierno tendría para desarrollar e implantar reformas de verdadero calado.
 
Nos esperan dos o tres semanas de suspense político. Los líderes alemanes deben concentrarse en su responsabilidad y en la necesidad de alcanzar cuanto antes acuerdos viables. Alemania no soportaría otros cuatro años de incertidumbre. Europa tampoco.
 
 
Luis I. Gómez Fernández, editor de la bitácora Desde el exilio (afiliada a Red Liberal), reside en Alemania desde 1988.
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