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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

El desencanto

No hace mucho, apenas quince años, el mundo, y particularmente el Próximo y el Medio Oriente (por aquello del petróleo), estaba dividido no sólo por sus contradicciones internas, tribales, religiosas, conflictos de intereses, luchas por el poder, etcétera, sino también en "zonas de influencia"; soviética y norteamericana, para decirlo deprisa. Los países que habían realizado revoluciones nacionalsocialistas (aparentemente laicas) y eran aliados de la URSS (una alianza a veces conflictiva) eran, entre otros, Egipto, Siria, Irak, Argelia y Yemen del Sur.

No hace mucho, apenas quince años, el mundo, y particularmente el Próximo y el Medio Oriente (por aquello del petróleo), estaba dividido no sólo por sus contradicciones internas, tribales, religiosas, conflictos de intereses, luchas por el poder, etcétera, sino también en "zonas de influencia"; soviética y norteamericana, para decirlo deprisa. Los países que habían realizado revoluciones nacionalsocialistas (aparentemente laicas) y eran aliados de la URSS (una alianza a veces conflictiva) eran, entre otros, Egipto, Siria, Irak, Argelia y Yemen del Sur.
Manifestación fundamentalista en Karachi, Paquistán (18 sep 01).
Los Estados Unidos y sus escasos aliados eligieron durante años una política, por así decir, simplista: aliarse con las monarquías "decadentes" opuestas a esas dictaduras militares prosoviéticas; o sea, países como Arabia Saudí, los Emiratos, Jordania, así como Turquía, miembro de la OTAN, ayer relativamente laico pero hoy musulmán.
 
Con la desaparición de la URSS, pero no de Rusia –¡cuidado!–, y el estallido del islamismo radical y terrorista –no sólo en el mundo árabe, también en Irán, Indonesia, Filipinas, África del Norte, etcétera– las cosas han cambiado bastante, y resulta evidente que ese islamismo radical ha declarado a Occidente (término que merecería ser matizado pero que ellos no matizan) una guerra sin cuartel y se ha convertido en nuestro principal enemigo. Ayer lo fueron los totalitarismos comunistas, que dominaron medio mundo, hoy de capa caída, pero me resulta particularmente repugnante el tan frecuente desencanto y la nostalgia de la URSS, que se expresa por doquier.
 
Desencanto ante la implosión de la URSS, "patria de los trabajadores" y "faro de la Humanidad progresista", y nostalgia del "equilibrio del terror" entre los dos bloques que conduce muchos a decir sandeces y a manifestarse profundamente carcas, olvidándose adrede de que la conversión al capitalismo de casi todos los países comunistas está dando sus primeros frutos, con un desarrollo económico muy superior y un aumento del nivel de vida de sus ciudadanos. Todo es relativo. Sin citar lo que, por lo visto, no interesa a nadie: los pasos inciertos hacia la democracia, con mayor libertad de expresión y elecciones casi limpias, pongamos.
 
Además, durante ese supuesto período idílico no cesaron las guerras, guerrillas y conflictos, y no sólo en Corea o en Vietnam: también Irak agredió a Irán (un millón de muertos, no sé si recuerdan) y ocupó Kuwait; hubo guerrillas en América Latina y guerras en África (Angola, Etiopía, Congo, etcétera), para limitarse a algunos ejemplos.
 
No: el "equilibrio" del terror no evitó el terror, ni las incesantes guerras y atentados contra Israel, único país democrático de la región. Otro "detalle" que también se olvida. Y la URSS invadió Afganistán, con los trágicos resultados de sobra conocidos.
 
Si el islamismo radical y terrorista existe desde hace decenios, con organizaciones como los Hermanos Musulmanes, pongamos, fue muy minoritario, incluso en los países musulmanes. Hubo que esperar, para su estallido mundial, a la revolución islámica en Irán (saludada por toda la progresía), seguida por las de Sudán y Afganistán, que le dieron carácter estatal, contribuyendo a fortalecer el movimiento islámico. Paralelamente, potentes y millonarias ONG, como Al Qaeda, se desarrollaron por todas partes, cometiendo conocidos y tremendos atentados en Nueva York, Madrid, Bali y muchísimos otros lugares; atentados que no van a cesar porque Zapatero hable de "alianza de las civilizaciones", porque Gema Martín Muñoz se ponga el velo o porque Chirac prefiriera Sadam Husein a Bush. Para citar sólo algunas mamarrachadas "muniquesas".
 
No es difícil darse cuenta de que los países del socialismo árabe, o más exactamente del nacionalsocialismo, tras la defunción de la URSS y el fin de su potente ayuda militar, han virado hacia el islamismo y utilizan el fanatismo religioso como instrumento de su política antiamericana y antiisraelí. Turquía se islamiza a marchas forzadas; en Argelia, el nuevo código de familia somete bárbaramente a las mujeres; antes de ser tumbado por la intervención militar aliada, Sadam Husein hizo lo mismo, y el peso religioso en las recientes –y pese a todo bienvenidas– elecciones en Irak constituye un aquelarre para todo demócrata sincero.
 
Manifestación antisiria en Beirut.Siria también sigue hoy el sendero luminoso del fanatismo islámico, con su política a la vez hipócrita y agresiva en la región: apoya al máximo los movimientos terroristas en Irak, en Palestina, en el Líbano, donde la retirada de sus tropas no es sino un paripé, mientras que el asesinato de Rafic Hariri, ex prosirio, sigue movilizando a la calle.
 
Irán, también muy activo en la región, con su apoyo al terrorismo tanto en Palestina como en el Líbano, aparece cada vez más claramente como un temible adversario, con sus barbudos, sus mujeres de luto eterno y el arma nuclear, para más inri.
 
Asimismo, hay países, y Arabia Saudí constituye el ejemplo más evidente, que exportan terrorismo pero, claro, lo persiguen en sus tierras. Aunque no deba descartarse el hecho de que varios príncipes millonarios saudíes alienten los atentados contra los "infieles" en su propio país. Arabia Saudí es el más potente financiero de los movimientos islamistas en el mundo, incluyendo a los más radicales, los que preparan bombas en los sótanos de sus mezquitas y escuelas coránicas.
 
Egipto, que fue el líder del panarabismo, parece tener hoy una política incierta, ambigua. Eso no impide, más bien al revés, que en su opinión pública y en sus medios el antisemitismo y el "antiyanquismo" sean más virulentos que nunca.
 
Estamos, pues, ante una situación explosiva, peligrosa, y si la guerra no es la única solución, resulta a veces necesaria, como se ha visto en Afganistán y en Irak; en ambos, pero sobre todo en Irak, no ha concluido, como es obvio. Mientras tanto, Europa cultiva el desencanto, la nostalgia y la política del avestruz.
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