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ESTADOS UNIDOS

El futuro del voto evangélico

Nadie discute el importante peso de los cristianos evangélicos en las últimas victorias republicanas. No obstante, la aparición de algunos signos de desafección, aunque sea parcial, obligan a revisar el futuro de un apoyo que será sin duda decisivo en el futuro.

Nadie discute el importante peso de los cristianos evangélicos en las últimas victorias republicanas. No obstante, la aparición de algunos signos de desafección, aunque sea parcial, obligan a revisar el futuro de un apoyo que será sin duda decisivo en el futuro.
Hay opiniones para todos los gustos en lo que se refiere al papel de los cristianos evangélicos en la política norteamericana. Hay quienes recalcan su peso demográfico y la importancia de su apoyo electoral, aunque también hay quienes afirman que el excesivo apoyo de los republicanos a lo que algunos llaman la "derecha religiosa" es contraproducente, pues provoca rechazo entre importantes franjas de población.
 
Esta última tendencia se refleja en dos libros recientemente publicados en Estados Unidos: The Conservative Soul: How We Lost It, How to Get it Back, de Andrew Sullivan, y American Theocracy, de Kevin Philips. Ambos se quejan amargamente de que los evangélicos han tomado el control del Partido Republicano y lo han transformado a su imagen y semejanza. Pero, más allá de estas quejas, lo cierto es que está sucediendo, aún muy tímidamente, precisamente lo contrario.
 
Si en las presidenciales de 2004 los votos evangélicos se repartieron entre un 78% para Bush y un 22% para Kerry, en las últimas elecciones legislativas el apoyo a los demócratas subió hasta el 28%. Nada espectacular, es cierto, pero sí un síntoma preocupante para los republicanos, si consideramos que hasta un 40% de los cristianos evangélicos afirman no estar satisfechos con el actual rumbo del país.
 
Pero miremos por un momento hacia atrás, hasta los años 20 del siglo pasado, momento en que se gestó el apoyo de los protestantes fundamentalistas al Partido Republicano, principalmente debido a su hostilidad hacia el New Deal.
 
El padre del New Deal, F. D. Roosevelt, en una portada de la revista TIME.En aquellos tiempos el discurso evangélico hacía hincapié, principalmente, en la lucha contra el alcohol y el vicio que afirmaban llevaba asociado, la hostilidad hacia las doctrinas evolucionistas y, tras la Segunda Guerra Mundial, el anticomunismo. Su influencia se dejaba notar en múltiples ámbitos: el apoyo a la familia, el respeto a las oraciones en las escuelas, las restricciones a la actuación del Gobierno federal; en definitiva, en lo relacionado con los rasgos predominantes de la vida norteamericana previa a la década de los 70.
 
Con los 70 y la llegada de la generación hippie los protestantes evangélicos se replegaron, si bien mantuvieron su compromiso anticomunista, y de la oposición al alcohol pasaron a la oposición a las drogas, que se iban extendiendo cada vez más. La prohibición de las clases de Biblia en las escuelas públicas provocó que los evangélicos buscasen nuevas formas de educar a sus hijos, principalmente el homeschooling, que empezaría a desarrollarse con fuerza a partir de este momento.
 
Otro cambio importante sucede en esta época: la tradicional animosidad protestante hacia los católicos, percibidos como obedientes a un líder extranjero y, por tanto, sospechosos de poco patriotismo, va transformándose en una nueva percepción, mucho más positiva, principalmente a causa de la figura de Juan Pablo II, el Papa que derrotó al comunismo y que mostró un compromiso innegociable con la defensa de la vida.
 
Ronald Reagan.La década de los 80 son los años de Reagan, años de lo que se llamó "fusionismo", en que diversas familias y sensibilidades se unen para dar un fuerte golpe de timón y cambiar el rumbo por el que avanzaban los Estados Unidos. Sin renunciar a sus principios básicos, los evangélicos apuestan por el apoyo al mercado libre, por un Gobierno limitado y por una defensa nacional fuerte. Carl Henry, Billy Graham y compañía se muestran partidarios de la libertad individual, que entienden como constitutiva del ser norteamericano, al tiempo que desconfían de un Estado del Bienestar hegemónico en Europa y que consideran un peligro para esa libertad que tanto aprecian.
 
Y así llegamos hasta la actualidad, cuando parece que la generación de los baby-boomers, los hijos de los 50 y 60, va desencantándose y alejándose de lo que parecía una sólida unión entre evangélicos y republicanos. Este desencanto tiene varias explicaciones. Por un lado está la constatación de que, una vez en el poder, muchas promesas se incumplen, y cuestiones irrenunciables son aplazadas una y otra vez por los staffs de Washington. Tampoco ha ayudado la guerra de Irak: si bien fue apoyada inicialmente por los evangélicos, ahora muchos creen que es un callejón sin salida por el que, además, quieren hacerles pagar el pato. Por último, no podemos ignorar ciertas tendencias inherentes al evangelismo que a menudo le dirigen peligrosamente a lo que podríamos calificar de "sentimentalismo".
 
Así, el documento "For the Health of a Nation: An Evangelical Call to Civic Responsability", propuesto en 2005 por la National Association of Evangelicals, si bien incluye elementos tradicionales de la postura política evangélica, como la libertad religiosa, la santidad de la familia y de la vida humana, también incorpora peticiones de "compasión hacia los pobres", "protección del medio ambiente" y "freno de la violencia". Casi se podría decir que desean recuperar aquel "conservadurismo compasivo" que aupó a George W. Bush en 2000 y que se ha evidenciado a menudo como contradictorio.
 
De hecho, precisamente esa insistencia en hacer el bien con medios estatales crecientes es vista cada vez más por un mayor número de norteamericanos como una trampa, bienintencionada pero letal, por la que el Gobierno federal cada vez va restringiendo más las libertades reales en aras de una compasión que no duda en meterse en el hogar de los ciudadanos. Otra de las grandes familias que dieron lugar al fusionismo que ha dado la victoria a los republicanos en los últimos años, los libertarians, se muestran especialmente descontentos con este conservadurismo compasivo, que consideran un modo de colarles por la puerta de atrás el Estado del Bienestar socialdemócrata. Pero esto ya es otra cuestión.
 
Por de pronto, quedémonos con el descontento de las nuevas generaciones de evangélicos y con su coqueteo con algunas de las ideas de la izquierda por su lado más sentimental. Está por ver si ese distanciamiento culminará en desafección o si el próximo candidato republicano sabrá mantener el apoyo muy mayoritario de que gozó Bush entre los evangélicos.
 
 
© Fundación Burke
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