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ECONOMÍA

La banca, talón de Aquiles latinoamericano

Para los inversores internacionales, América Latina es el pariente pobre de China y la India. Mientras leemos a diario noticias sobre el inmenso crecimiento económico del Asia oriental, América Latina sigue estando asociada con el populismo y el impago de las deudas contraídas.

Para los inversores internacionales, América Latina es el pariente pobre de China y la India. Mientras leemos a diario noticias sobre el inmenso crecimiento económico del Asia oriental, América Latina sigue estando asociada con el populismo y el impago de las deudas contraídas.
Lamentablemente, esa imagen oscurece el progreso experimentado en los últimos cuatro años. El crecimiento acumulado de América Latina en ese período sobrepasa el 18%. En 2006 las exportaciones de los sectores minero y energético contribuyeron al 5,3% de crecimiento que registró la región. La inflación latinoamericana cayó a menos de un 5% el año pasado, si bien en Venezuela ascendió al 15,8%.
 
Aun así, siguen siendo objeto de crítica los planes de liberalización económica ejecutados en la década de los 90, y sigue siendo muy difícil fundar nuevas empresas y crear riqueza. Un informe del Banco Mundial destaca que en 2006 había menos regulaciones y obstáculos para abrir un nuevo negocio en Irán que en Brasil. En EEUU los trámites para fundar una empresa suelen solventarse en 5 días, mientras que en Brasil hay que invertir 152. No es de extrañar, pues, que la McKinsey Quarterly reportara recientemente que el 38% de la economía latinoamericana opera en la informalidad.
 
El bancario es uno de los sectores sometidos a una regulación excesiva en América Latina. En agosto del año pasado Luis Alberto Moreno, presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, declaró que poner topes a los intereses bancarios perjudica a las empresas pequeñas, pues ven así cegadas sus fuentes de financiación. Las leyes latinoamericanas contra la usura suelen perjudicar a los más débiles.
 
El Sr. Moreno se refería a un hecho económico: imponer topes a los intereses hace que disminuya la financiación disponible. Si los potenciales prestamistas no pueden cubrir costes y obtener una rentabilidad atractiva, utilizan ese capital para otros fines.
 
Quienes salen perdiendo son justamente aquellos a quienes se trata de ayudar. Los que fundan una empresa por primera vez no suelen tener un historial crediticio, por lo que están dispuestos a pagar más para hacer sus sueños realidad.
 
Irónicamente, las leyes latinoamericanas contra la usura tienen más que ver el mercantilismo que con los escrúpulos. A partir del s. XIII, los teólogos dejaron de considerar inmoral el cobrar intereses, especialmente cuando se trataba de compensar las utilidades que los dueños del dinero podían lograr al utilizar su capital en negocios propios.
 
En su libro Teoría del dinero y del crédito, publicado en 1912, Ludwig von Mises sostenía que el dinero es un bien económico "con sus propias fluctuaciones en su valor". Por lo tanto, el precio óptimo y justo del dinero empleado como capital será, como pasa con otros bienes, el que determine el mercado.
 
Esta visión no era compartida por las teorías mercantilistas que dominaban el pensamiento de los administradores coloniales de América Latina. Los mercantilistas insistían en un alto grado de control gubernamental sobre la economía en parte porque consideraban la vida económica como un juego de suma cero: lo que uno gana lo pierde otro.
 
En América Latina el control de los intereses formaba parte de una complicada estructura burocrática diseñada para reforzar la posición de los funcionarios coloniales y frenar el desarrollo de los comerciantes independientes.
 
Acabar con los controles sobre los intereses no resuelve todos los problemas. La banca regional es débil también porque la competencia es limitada. La eliminación de dichos controles atraería nuevos capitales y fomentaría la competencia. Esto es muy importante, porque el crecimiento latinoamericano se basa hoy en día en los altos precios del petróleo, los metales, el carbón y las materias primas. Mantener regulaciones de la época colonial es un lujo que América Latina no se puede permitir en pleno siglo XXI.
 
 
© AIPE
 
SAMUEL GREGG, director de investigaciones del Acton Institute.
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