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DESDE GEORGETOWN

La larga marcha de la derecha (I)

En 1960 el republicano Barry Goldwater publicó un libro que estaba destinado a convertirse en un clásico: The conscience of a conservative. Cuatro años después, en 1964, Goldwater se presentó como candidato republicano a las elecciones presidenciales frente a Lyndon B. Johnson. Fue un desastre electoral para los republicanos y una fenomenal victoria personal para Johnson, que había accedido a la Presidencia tras el asesinato de Kennedy, en 1962.

En 1960 el republicano Barry Goldwater publicó un libro que estaba destinado a convertirse en un clásico: The conscience of a conservative. Cuatro años después, en 1964, Goldwater se presentó como candidato republicano a las elecciones presidenciales frente a Lyndon B. Johnson. Fue un desastre electoral para los republicanos y una fenomenal victoria personal para Johnson, que había accedido a la Presidencia tras el asesinato de Kennedy, en 1962.
Emblema del Partido Republicano de EEUU.
Johnson, gran figura sureña, texano legendario, maquiavélico y populista a un tiempo, lanzó su programa de grandes reformas sociales, que iba mucho más allá de la consolidación de los derechos civiles conseguidos en la ley de 1964. Lo llamó la "Gran Sociedad". Cogió prestado el nombre del título de un libro publicado en 1914 por un socialista británico, Graham Wallas, profesor en la London School of Economics.
 
Con su "Gran Sociedad" Johnson quiso renovar y ampliar con nuevas bases la coalición social sobre la que se había fundado la mayoría gobernante desde 1932, cuando Franklin Delano Roosevelt llegó a la Presidencia y lanzó el New Deal como un gran contrato social para Norteamérica. Hasta ese año el Gobierno había visto su acción muy estrictamente limitada. A partir de entonces se convirtió en un elemento activo en la redistribución de la riqueza y la promoción del progreso social.
 
El New Deal, con esas dos palabras mágicas que apelan a una zona muy profunda del subconsciente norteamericano, prometía la igualdad y condensaba un ideario hecho de confianza en el Gobierno, apoyo a los sindicatos y recelo hacia los empresarios. Roosevelt consiguió un apoyo amplio de una clase media atemorizada por la crisis económica, de trabajadores industriales, granjeros, negros, católicos y judíos.
 
Retrato de Roosevelt en una portada de TIME de 1982.Tras la depresión de 1929 las políticas del New Deal permitieron a los norteamericanos recobrar la confianza y cimentaron una coalición social y una ideología que dirigió la política de Estados Unidos a partir de entonces, incluso cuando hubo presidentes republicanos, como Eisenhower, en la Casa Blanca. Tanto el Partido Republicano como el demócrata compartieron durante todos estos años el mismo credo. Aunque está claro que quien se benefició del nuevo pacto social fue el Partido Demócrata.
 
No todo el mundo hace un balance positivo del New Deal. Muchos economistas e historiadores sostienen que sin él la sociedad norteamericana se habría recuperado antes de la crisis de 1929. La intervención del Gobierno, según esta teoría, no hizo más que empeorar las cosas. También hay quien afirma que la única razón por la que el New Deal y su práctica intervencionista se mantuvieron durante tanto tiempo fue por la existencia de un enemigo exterior: el comunismo, que llevó a los norteamericanos a olvidarse de sus principios individualistas y antiintervencionistas.
 
Sea lo que sea, es un hecho indiscutible que la ideología y la coalición social que constituyeron la base del New Deal marcaron la pauta de la política norteamericana desde 1932. Johnson, con su "Gran Sociedad", quiso ampliar esta coalición y, una vez conseguidos los derechos civiles, fundamentarla en nuevas bases. Johnson fue el primer presidente activista, en cierto sentido revolucionario, desde Roosevelt. También fue el último... hasta la llegada a la Presidencia de George W. Bush.
 
Goldwater, el adversario de Johnson en las elecciones de 1964, perdió por goleada. Sólo ganó en seis Estados, cinco de ellos sureños. Pero su libro muestra que, si hubiera tenido la menor oportunidad, hubiera sido un presidente tan activista como Johnson y como Bush.
 
De hecho, la derrota de Goldwater marca, según una visión comúnmente aceptada, el principio del fin de la gran coalición que había apoyado el New Deal y el punto de arranque para la formación una nueva mayoría, más inclinada al Partido Republicano.

En este cambio de tendencia intervienen sin duda elementos históricos de otro tipo. La Guerra de Vietnam –una gran empresa idealista promocionada por los demócratas y a la que puso fin Nixon, un republicano– desacreditó a los demócratas. El movimiento surgido de la reivindicación de los derechos civiles radicalizó a la izquierda y acabó secuestrando al Partido Demócrata. Por si fuera poco, los desastrosos resultados económicos del proyecto de la "Gran Sociedad" condujeron a la crisis económica de los años 70.
 
En cualquier caso, lo que para Goldwater fue una derrota política fue también el inicio de la gran renovación ideológica y territorial del Partido Republicano. Es una renovación ideológica porque, a partir de ahí, en el Partido Republicano irán avanzando las ideas que acabarán por romper el consenso que hasta entonces había hecho que los republicanos apoyaran las ideas y políticas derivadas del New Deal. Goldwater era un hombre radicalmente contrario al intervencionismo y al gasto estatal, desconfiado del Gobierno Federal, receloso de los sindicatos y favorable, en cambio, a la iniciativa individual y empresarial.
 
También fue una renovación generacional y territorial. Por aquellos años los cuadros dirigentes del republicanismo estaban copados por las élites del norte de la Costa Este, hombres blancos y protestantes, exactamente como el abuelo del actual presidente. Goldwater empezó a desplazar a esta selecta minoría de patricios instalados en un cómodo pragmatismo ideológico, nutrido de la pertenencia al mismo círculo social, a las mismas instituciones, a los mismos clubs. Además de volver al clásico ideario de gobierno minimalista clásicamente norteamericano –y republicano, antes de 1932-, desplazó el eje del poder republicano hacia el sur, iniciando así lo que se ha dado en llamar la "estrategia sureña".
 
La victoria del republicano Richard Nixon en 1968 pareció corroborar este análisis. En realidad sólo lo hacía en parte, y sobre todo en lo que respecta al desplazamiento del poder dentro del Partido Republicano. Nixon, a pesar de su larga carrera política, no pertenecía a la oligarquía del Partido Republicano. En buena medida la desalojó del poder y afianzó el republicanismo en el Sur. No rompió, en cambio, el consenso ideológico ni las políticas económicas en que se basaba el New Deal. Al contrario. Nixon, tan poco querido por la opinión y por la prensa progresista, es de los presidentes más intervencionistas y socialmente más progresistas del siglo XX.
 
Pero algo se había puesto en marcha, como apuntó en 1969 otro libro bien conocido: The Emerging Republican Majority, de Kevin Philips, ayudante de John Mitchell, secretario de Justicia con Nixon. Esta nueva mayoría que estaba emergiendo tardó tiempo en consolidarse, pero por fin logró llegar al poder en 1980, cuando Ronald Reagan accedió a la Presidencia. Como Nixon, Reagan procedía del Oeste. Estaba muy alejado de los círculos republicanos aristócratas y elitistas, linajes de patricios y hombres de negocios que lo miraban con desconfianza. Pero, a diferencia de Nixon, Reagan sí que había hecho suyo el ideario antigubernamental de Goldwater.
 
Ronald Reagan.Además, Reagan contaba con el apoyo muy activo de una parte de la sociedad norteamericana que empezó a reaccionar contra los radicalismos propiciados por la Nueva Izquierda desde los años 60 (propuestas de legalización de las drogas, militancias proabortista, feminista y gay, promoción de las diferencias étnicas o culturales).
 
Tal vez la marea fuera aún más de fondo y tradujera, más allá del simple hastío político, un inicio de rearme contra la sensación de desorientación moral y degradación de los valores que se apoderó del conjunto de las sociedades occidentales desde mediados de los años 60 (aumento de divorcios, incremento de las familias monoparentales, crecimiento de los índices de criminalidad, sida a partir de los 80, etcétera).
 
Reagan ganó sus dos campañas electorales con unos resultados extraordinarios. En 1984 perdió en un solo Estado, Minnesota. Fraguó una nueva mayoría en torno a una nueva propuesta conservadora y liberal, en ruptura radical con las políticas previas. Se declaró beligerante frente el comunismo y la Unión Soviética, una posición abandonada por Nixon y por Carter, y redujo la intervención del Estado con fuertes bajadas de impuestos.
 
¿Por qué no calificar de activista o revolucionario a un presidente como Reagan, que evidentemente marcó una época? Porque, por muy firme y dinámica que se mostrara en numerosos terrenos, y por muchos cambios que introdujera, la Administración Reagan, que empezó a desmantelar la "Gran Sociedad" de Johnson, nunca se propuso desmantelar el New Deal. Reagan, demócrata de los de Roosevelt en su juventud, no quiso poner en cuestión algo que parecía haberse convertido en uno de los fundamentos de la sociedad norteamericana.
 
Para que empiece a vislumbrarse una política clara de puesta en cuestión del New Deal habrá que esperar al segundo mandato de George W. Bush, estrenado hace unos meses. Una de las muchas paradojas de esta historia es que Reagan, más liberal que Bush, se mostrara mucho más respetuoso con algunas de las tradicionales políticas sociales norteamericanas, en particular la Seguridad Social.
 
Desde que Reagan dejara el poder, en 1988, hasta el año 2004 se han sucedido muchos acontecimientos. Tantos, que han permitido hablar a la vez de una reconstrucción de la mayoría republicana y de una reconstrucción de la mayoría demócrata.
 
Zell Miller.Durante el primer mandato de Bush hubo quien señaló que entonces se estaba reconstruyendo una mayoría demócrata como la que los republicanos supieron crear desde 1964 hasta finales de los 80. Es la teoría expuesta por los estudiosos Judis y Teixeira en un libro, The Emerging Democratic Majority (2001), que retoma el clásico de Kevin Philips, pero desde el otro lado del espectro político. Incluso hubo republicanos que pensaron que era mejor perder en 2004, para regenerar el partido.
 
La victoria de Bush en las elecciones de 2004 parece desmentir estas hipótesis y dar la razón a quienes, desde las filas republicanas, afirman que lo que está teniendo lugar es un realineamiento histórico que permitirá a los republicanos retomar la hegemonía que perdieron en 1932 y que volvieron a ganar con Reagan, después de la larga marcha iniciada a principios de los años 60.
 
También hay quien apunta, como el senador demócrata y conservador Zell Miller –en su libro A National Party No More. The Conscience of a Conservative Democrat (2003), el mismo libro que retoma como epígrafe el título del de Barry Goldwater–, que los demócratas han perdido la confianza del electorado y no tienen por ahora la menor esperanza.
 
Zell Miller, muy activo en círculos conservadores, está insinuando algo evidente: que no le molestaría nada presentarse como candidato a la Presidencia en 2008… por los republicanos. Hay quien le ha tomado la palabra, y se habla de un ticket compuesto por Miller y Condoleeza Rice. Un demócrata sureño de toda la vida con una mujer negra para la Vicepresidencia. Sería la candidatura más drásticamente revolucionaria de la historia de Estados Unidos, y la presentaría el Partido Republicano.
 
¿Cómo se ha llegado al punto en que una candidatura tan extraordinaria haya empezado a resultar verosímil?
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