Menú
COREA DEL NORTE

La obertura de Pyongyang

Recientemente la Filarmónica de Nueva York acudió, por motivos de trabajo, a la capital de Corea del Norte, Pyongyang. Se convertía, así, en la primera orquesta norteamericana en dar un concierto en los dominios del dictador estalinista Kim Jong Il.

Recientemente la Filarmónica de Nueva York acudió, por motivos de trabajo, a la capital de Corea del Norte, Pyongyang. Se convertía, así, en la primera orquesta norteamericana en dar un concierto en los dominios del dictador estalinista Kim Jong Il.
Kim Jong Il.
Bajo la batuta de Lorin Maazel, la Filarmónica interpretó el preludio al Acto III del Lohengrin de Wagner, el Nuevo Mundo de Dvorak, el Americano en París de Gershwin y la canción tradicional coreana Arirang. Kim Jong Il no acudió al concierto, pero sí numerosos apparatchiki, que lucían insignias con su efigie o con la de su padre, Kim Il Sung, fundador –en 1948– del tiránico régimen que impera desde entonces en Corea del Norte.
 
Maazel dijo que el concierto de marras fue un triunfo, y que quizá podría hacer "mucho bien" a las relaciones coreano-americanas. Lo cierto es que el único beneficiario de la visita de la Filarmónica de Nueva York a Pyongyang fue Kim Jong Il, cuyos propagandistas harán de ello un gesto de homenaje al Querido Líder estalinista. Como ha observado Melanie Kirkpatrick en el Wall Street Journal, en Corea del Norte "la función de la música, y de las demás artes, es servir al Estado".
 
Hace unos años Maazel compuso una ópera basada en el 1984 de George Orwell. Fue ésa una experiencia, dice, que le sensibilizó ante los horrores de las tiranías; ante "la tortura brutal, la injusticia sistemática, el desprecio a la dignidad humana". ¿Dónde se dejó tal sensibilidad cuando viajó a Corea del Norte? A la hora de defender su visita al país subyugado por Kim Jong Il, Maazel insistió en que el de los Derechos Humanos era un asunto "profundamente relevante" para todos los miembros de la Filarmónica. Pero, por lo que se vio, no lo suficiente como para que el insigne director los defendiera ante los carceleros del pueblo norcoreano.
 
Lo cierto es que Maazel, que no se priva de condenar a Estados Unidos, quita importancia a las salvajadas que perpetra el régimen de Pyongyang calificándolas como "errores". "¿Acaso es impoluto nuestro historial en materia de población reclusa y trato a prisioneros?", replicó a un periodista que le preguntó si la Filarmónica interpretaría música para un Estado policial. "Creo que podemos... dejar de enjuiciar los errores que cometen los demás". Afirmaciones como éstas vienen a demostrar que uno puede ser bendecido con un sentido de la armonía excepcional y a la vez desafinar como pocos cuando se trata de establecer juicios morales. En cierto modo, la decisión de Maazel de interpretar a Wagner fue muy pero que muy oportuna.
 
La música en Corea del Norte... A Maazel le vendría bien hablar con Ji Hae Nam, una ex propagandista del régimen de Kim Jong Il que se pasó tres años en la cárcel por interpretar una canción popular surcoreana. Allí, según declaró posteriormente ante el Senado norteamericano, fue golpeada tan salvajemente que no pudo tenerse en pie durante un mes. Allí, y luego de que los guardias le sometieran a abusos sexuales "que no se pueden imaginar", intentó suicidarse ingiriendo aguas fecales con cemento.
 
Ji Hae Nam consiguió escapar de Corea del Norte, pero se estima que todavía hay 200.000 presos políticos en el Gulag de Kim, donde tantos perecen como consecuencia de las torturas, el hambre y los trabajos forzados. Los norcoreanos son arrojados a ese infierno por cometer crímenes tales como quejarse del nivel de vida que padecen, practicar el cristianismo o no quitar el polvo como es debido a un retrato de Kim Il Sung. Y no se les encierra solos, sino en compañía de sus padres, hermanos, hijos, nietos...
 
"Con nuestra música, con nuestro arte, seremos capaces de expresar nuestros sentimientos de amistad hacia los artistas y el pueblo norcoreanos", dijo Maazel en el transcurso del brindis celebrado en el Palacio de la Cultura Popular de Pyongyang. Incluso si asumiéramos que el norcoreano normal y corriente se ha enterado de que la célebre orquesta ha visitado su país, no es probable que haya obtenido de ello demasiado consuelo. Para alguien que puede ser ejecutado por poseer una biblia o sintonizar una emisora extranjera, ¿qué importancia tiene que la filarmónica más famosa de América haya tocado para un grupo de secuaces del Gobierno? El que los miembros del Partido Comunista disfruten de lujos extranjeros vedados a la mayoría de los norcoreanos no es noticia para los súbditos de Kim Jong Il.
 
Para Maazel, conciertos como el que celebró en Pyongyang pueden servir para "entreabrir una puerta que lleva demasiado tiempo cerrada". Asimismo, cree que la presencia de artistas extranjeros, "especialmente si se trata de norteamericanos", en países como Corea del Norte garantiza a las víctimas de los regímenes totalitarios que "no han caído en el olvidado". ¿Qué harán, entonces, Maazel y la Filarmónica de Nueva York de ahora en adelante? ¿Tocar en Darfu? ¿Quizá en Zimbabue? Y, aunque sólo sea por preguntar, ¿habrían tocado para Pol Pot y sus jemeres rojos? ¿Y para Hitler y los gerifaltes de la Gestapo?
 
Lo que hay que hacer para que los habitantes de las naciones oprimidas sepan que no han caído en el olvido es no entretener a sus carceleros y hablar en su favor. Pedir cuentas a quienes les subyugan, no ensalzarlos. Difundir los nombres de los presos políticos y de quienes son sometidos a abusos. Hacerse públicamente solidario de las víctimas. En Cora del Norte, Maazel tuvo la oportunidad de hacer todo esto, de salir en defensa de la decencia y la libertad; pero lo único que hizo fue dirigir a su banda.
 
 
JEFF JACOBY, columnista del Boston Globe.
0
comentarios