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IBEROAMÉRICA

Los buenos y los malos

En el último medio siglo hemos visto a gran cantidad de políticos y gobernantes latinoamericanos aplaudir y abrazar al delincuente y criminal Fidel Castro. Ya en el siglo XXI, el déspota más popular es el protegido de aquél, Hugo Chávez, a quien se halaga para así conseguir limosnas que claramente provienen de robos perpetrados contra los venezolanos y los inversores extranjeros.

En el último medio siglo hemos visto a gran cantidad de políticos y gobernantes latinoamericanos aplaudir y abrazar al delincuente y criminal Fidel Castro. Ya en el siglo XXI, el déspota más popular es el protegido de aquél, Hugo Chávez, a quien se halaga para así conseguir limosnas que claramente provienen de robos perpetrados contra los venezolanos y los inversores extranjeros.
Hugo Chávez y Fidel Castro.
Ese doble estándar también lo aplican muchos políticos estadounidenses y europeos. Recientemente fue noticia de primera página que Al Gore cancelara, a última hora, su participación en una conferencia en Miami por la presencia en la misma de Álvaro Uribe.
 
Entre Al y Álvaro, claramente me quedo con Álvaro. Aunque no comparto su manera de pensar en lo relacionado con la guerra contra las drogas, en la que Estados Unidos ha logrado trasladar los muertos a América Latina –al no poder impedir el consumo entre sus propios ciudadanos–, Uribe ha sido el mejor y más valiente presidente de Colombia en por lo menos una generación.
 
Los gobernantes socialistas, intervencionistas y populistas de América Latina siempre terminan empobreciendo a las grandes mayorías, mientras sus familiares y amigos se vuelven multimillonarios, pero suelen ser aplaudidos por la prensa internacional, los organismos de las Naciones Unidas y las organizaciones no gubernamentales. Mientras, los acusados de derechistas son malos por definición: se les inventa toda clase de crímenes y robos al erario, y sus logros y el bienestar que hayan podido aportar sus políticas son ignorados.
 
Salvador Allende.El mejor ejemplo de ello es el general Augusto Pinochet, quien por petición del Congreso chileno derrocó al presidente comunista Salvador Allende en 1973, evitando así los desmanes que hoy ocurren a diario en la Venezuela socialista del siglo XXI.
 
No defiendo las dictaduras militares. En Venezuela, el Ministerio de Sanidad y los hospitales del Gobierno dejaron de adquirir medicinas al laboratorio farmacéutico de mi padre porque éste se negó a firmar el "Libro de Oro" en apoyo a la continuidad en el poder del general Marcos Pérez Jiménez; también fue destituido de la presidencia del Banco Provincial, que había fundado para financiar a pequeños empresarios de la provincia, por negarse a seguir extendiendo créditos al Estado y proteger así los depósitos de sus clientes.
 
Ahora bien, Pérez Jiménez hizo menos daño que muchos de los presidentes venezolanos elegidos democráticamente desde entonces. Éstos estatizaron la industria petrolera, destruyeron la moneda, politizaron a los jueces y empobrecieron a los venezolanos mediante el proteccionismo y la concesión de financiamiento estatal a sus compinches, con lo que engendraron monopolios y miseria. Chávez ha procedido a perfeccionar todas esas infames políticas socialistas, que comenzaron con la reforma agraria y el anuncio de que no habría nuevas concesiones petroleras a las empresas extranjeras.
 
En 1958 Venezuela era el principal exportador mundial de petróleo, mientras que en el siglo XXI la producción, el refino y la exportación del oro negro caen año tras año. Telesur y Aló Presidente nunca podrán tapar esa realidad.
 
Pero decir la verdad no es políticamente correcto. Es probable que el lector no sepa que la privatización de las cuentas de retiro del Seguro Social chileno, instrumentada durante el Gobierno de Pinochet, ha rendido a los trabajadores chilenos un promedio del 10,1% anual, por encima de la inflación, a lo largo de 26 años, sin los desfalcos de que suele ser objeto el Seguro Social en México, Venezuela y tantos otros países. En Estados Unidos sólo los políticos y los empleados federales gozan de un sistema de pensiones tan bueno y eficiente como el de los chilenos. Los demás, aparentemente, no nos lo merecemos.
 
 
© AIPE
 
CARLOS BALL, director de la agencia AIPE y académico asociado del Cato Institute.
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