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DESDE JERUSALÉN

Los postrerohablantes

El Estado que Mahoma estableció en Medina cuando la gobernó durante los diez últimos años de su vida refleja la demanda del Corán de un gobierno consultivo: se basaba en la llamada Constitución de Medina (Dastur al-Medina, 622) que respetaba a las minorías y gobernaba por consentimiento. El Islam es compatible con la democracia; no lo son quienes en nombre de esa religión pretenden imponer por la fuerza una teocracia mundial que comenzó por establecer el primer Estado de la historia gobernado por ayatolás, una que sigue padeciendo el pueblo iraní desde 1979.

El Estado que Mahoma estableció en Medina cuando la gobernó durante los diez últimos años de su vida refleja la demanda del Corán de un gobierno consultivo: se basaba en la llamada Constitución de Medina (Dastur al-Medina, 622) que respetaba a las minorías y gobernaba por consentimiento. El Islam es compatible con la democracia; no lo son quienes en nombre de esa religión pretenden imponer por la fuerza una teocracia mundial que comenzó por establecer el primer Estado de la historia gobernado por ayatolás, una que sigue padeciendo el pueblo iraní desde 1979.
Los presidentes de Irán y Venezuela, Mohamed Jatami y Hugo Chávez.
Su actual teócrata rige el régimen de terror –interno y exportado– que reprime la libertad de conciencia y expresión, que oprime a la mujer y a las minorías… y que acaba de ser alabado por un presidente hispanoamericano como "democrático, antiimperialista, ético y faro para el mundo".
 
Jatami inauguró en Venezuela una ensambladora de tractores de capital mixto, y al concluir su visita (12-3-05) declaró que "el futuro pasa por la democracia". No queda claro si esas palabras insinuaron su despedida parcial, por el hecho de que dejará la presidencia en agosto, o su despedida total, por el hecho de que la tiranía medieval iraní –gracias a la asertiva política exterior norteamericana– se halla a la defensiva y, por tanto, podemos prever su derrumbe en el futuro cercano.
 
En cualquier caso, las palabras que merecen olímpica atención fueron las de su demagógico anfitrión, quien por un lado se ufana de latinoamericanismo y por el otro se saltó –entre tanta lisonja al "faro del mundo"– que ese faro ocasionó sólo en Argentina más de cien muertos en dos atentados contra la comunidad judía que no tenían precedentes desde la Shoá.
 
Atentado contra la AMIA (Buenos Aires, 18-VII-1994).La extravagante aplicación de la terminología no es novedosa, pero cabe consignar que también está en retirada: de haber sido el instrumento preferido de los totalitarismos, va quedando hoy en boca de una minoría  anacrónica. Así, los nazis llamaban Evakuierung a la deportación a los campos de la muerte, "tratamiento especial" al asesinato y "solución final" al Holocausto. Los comunistas, quienes promovían internamente la lucha de clases y externamente exportaban la revolución y su imperio, lo hacían bajo el amparo de un supuesto "Consejo Mundial por la Paz" creado en Varsovia en 1950.
 
La idea se había lanzado en el "Primer Congreso de Paz", celebrado en París (20-4-49), donde los Soviets, conscientes de la capacidad nuclear norteamericana –demostrada en la Segunda Guerra Mundial–, fingieron promover el desarme con el objetivo de darse el tiempo necesario para alcanzar los logros (huelga aclarar: los militares exclusivamente) de los norteamericanos. Gracias a su red de espionaje, lo consiguieron. Cuando pudieron ensayar su bomba atómica (29-8-49), y más tarde la de hidrógeno (12-8-53), ya no hizo falta engañar a Occidente con la consigna de "coexistencia pacífica" y procedieron a lanzar sus protegidos a diversas aventuras bélicas, desde Medio Oriente hasta Biafra.
 
El roncalés y el chavés
 
La manipulación del lenguaje que denomina "solución" al genocidio y "paz" a la guerra se conoce en ciencias políticas como "lenguaje esópico" (pobre el antiguo fabulista griego, cuyo nombre, sin culpa ni cargo, fue hurtado para la funesta adjetivación).
 
Los totalitarismos tienden a seleccionar las voces apropiadas para confundir y dominar. Arafat usaba copiosamente la palabra paz cuando se dirigía al mundo democrático –Israel incluido–, y así bajaba las defensas de sus interlocutores y escondía bajo nombre inmaculado su campaña de destrucción general.
 
Su admirador Hugo Chávez no se contentó con las flores al notorio judeófobo de Teherán, sino que conminó al mundo a "liberarse de la tiranía mediática que impone ideas falsas tales como que el Islam es fundamentalista, violento, peligroso y atrasado". Cabe insistir en que Chávez no se refería a la respetable religión del Islam, sino a su rostro más tenebroso: el régimen de los ayatolás iraníes, que, como es bien sabido, es laico, propulsor del desarme, confiable vecino y vanguardia de la ciencia y la educación.
 
Podemos hacer caso omiso de ese vocabulario populista, u oírlo como la vana verborrea de quien hunde a la sufrida Venezuela en un peculiar progreso que –como el iraní– marcha hacia atrás. Pero rescatemos además lo positivo: el lenguaje de Chávez es hoy el de una minoría en retirada que permite evocar a otros postrerohablantes. El último hablante del idioma dálmata (la décima lengua románica) se llamaba Tuore Udaina Burbur y falleció en 1898 a los 77 años; la última hablante del roncalés (la novena lengua vasca) fue Antonia Anaut, que falleció sorda en 1976 a los 88 años, tras pasar sus últimos años parloteando un idioma que ya nadie podía comprender.
 
En algunos años más no se entenderá el chavés, que sobresale hoy gracias a su rutinaria diatriba antinorteamericana. Durante el homenaje a Jatami, explicó el demagogo en chavés que al presidente norteamericano "lo obsesiona ser el dueño de todo y ha dicho que Dios lo mandó para salvar el mundo". Pero no se desanimen, pueblos del universo, porque desde Caracas se anuncia la redención: "Dios es el que nos tiene que salvar de él a los demás, porque él es la verdadera amenaza para el mundo. Nosotros reivindicamos al Cristo de la paz, de la justicia, de la solidaridad y el amor frente al Dios violento y guerrero".
 
Probablemente Chávez no leyó a Rubén Darío, pero sus palabras caben más en un plagio de la poesía modernista que en un discurso político medianamente coherente. Jatami es la cara de la paz y el amor. Los Estados Unidos son el rostro del iluminado violento.
 
El problema que se le presenta a quien discrepe con los postreroparlantes es que el astuto manejo de los términos nos obliga siempre a aclarar conceptos, a fin de no ser malentendidos. En pocas palabras, debemos comenzar defendiéndonos. ¿Cómo podríamos oponernos a un Consejo "por la paz", a la "democracia" que inaugura Jatami, a la "lucha por la paz" de Arafat, al "no a la guerra" de los pacifistas pro-Sadam?
 
Se trata, por suerte, de un problema menor, en comparación con la dicha de saber que los postreroparlantes van siendo menos y que su chachareo apenas viene desde Irán, Corea del Norte o Cuba, con apenas bufonescos imitadores en Caracas. Como el dálmata y el roncalés, su idioma será cada vez menos objeto de la política o la lingüística y más de la paleología.
 
 
Gustavo D. Perednik es autor, entre otras obras, de La Judeofobia (Flor del Viento) y España descarrilada (Inédita Ediciones).
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