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Federico Jiménez Losantos

11-M: conspiración, investigación, contraprogramación

No dudo de que Acebes desconociera los últimos datos sobre el 11-M revelados por El Mundo. Tampoco dudo de que con los diversos ministros del Interior en los Gobiernos del PP hayan sobrevivido “células durmientes” del felipismo policial, incluida la “banda de Interior”, que se hayan activado antes, durante o después de la masacre del 11-M. O antes o durante y, sin duda, inmediatamente después. También creo que cuando Acebes dice que Rubalcaba no dice la verdad sobre el 11-M, Acebes está diciendo la verdad. O lo que él cree que es la verdad, y de la que, en parte, se va enterando por los periódicos.
 
Pocas semanas después de aquella carnicería y del vuelco político que logró en España, varios aspectos empiezan a dibujarse con suficiente claridad en la investigación, nada policial y totalmente periodística. El primero es que, tal como muchos sospecharon pensando en los partidos y países favorecidos por el resultado de la masacre, hay en la trama terrorista elementos obvios de conspiración interior, sea por complacencia, sea por negligencia en los organismos de seguridad (Policía, Guardia Civil, CNI) que debían seguir y de hecho seguían las andanzas de varios terroristas que han resultado ser confidentes suyos pero que ni informaron a sus superiores, al menos a todos ellos, respetando la cadena de mando, ni actuaron en consecuencia.
 
El segundo aspecto destacable es que desde el Ministerio del Interior se han sucedido dos estrategias defensivas del nuevo Gobierno, orquestadas con grosera torpeza por el nuevo responsable Alonso: una, achacar la responsabilidad política al Gobierno del PP y en concreto al ministro del Interior Angel Acebes; otra, “contraprogramar” las más sonadas revelaciones de El Mundo que ponen en solfa al Gobierno del PSOE mediante filtraciones incoloras e insípidas, aunque no inodoras, a El País. Muchos creen que sin el espionaje permanente a los periodistas del diario de la calle Pradillo habría sido difícil conseguir una y otra vez esa simultaneidad en el fuego informativo y el humo intoxicador.
 
El tercer aspecto, acaso el más importante, es que ya hay una parte sustancial de la opinión pública convencida de que el terrorismo islámico fue sólo una parte del mecanismo que desembocó en la masacre del 11-M, pero que ha habido complicidades españolas y responsabilidades marroquíes sin las que el efecto político buscado hubiera resultado imposible. Esa convicción se agiganta con los días y de nada están sirviendo las cortinas de humo del imperio polanquista. Si un solo cadáver es capaz de denunciar a su asesino incluso años después del crimen, ¿qué no podrán doscientos, instalados en lo más hondo de nuestra memoria?
 
Aún no ha empezado a funcionar la comisión del 11-M y ya el 11-M no se parece en nada a lo que fue o creímos que era. Tampoco, probablemente, a lo que acabará siendo, a lo que iremos sabiendo.
 

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