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Federico Jiménez Losantos

2. En el principio, fue Di Stéfano

El advenimiento de Beckham al Real Madrid “galáctico” de Florentino Pérez coincidió con el cincuentenario de la llegada de Alfredo Di Stéfano al club de Santiago Bernabéu. Para los amantes de las coincidencias o los devotos de la superstición pitagórica, tan habituales en el fútbol, fue precisamente en el cincuentenario de la fundación del club cuando Bernabéu vio jugar por primera vez al argentino, estrella del River Plate, y empezó a rumiar su contratación. No fue el único que lo pensó en el palco madridista: el ex-jugador y directivo barcelonista Samitier, invitado por Bernabéu, también quedó maravillado por la clase y la entrega de “la saeta rubia”, seguramente el mejor futbolista de todos los tiempos, y comenzó a preparar su fichaje. Así empezó un culebrón deportivo y político, el de la disputa del Madrid y el Barça por Di Stéfano, que ha venido alimentando la rivalidad entre los dos clubes y las dos ciudades más importantes de España.

Pero, al margen de las coincidencias curiosas y del birlibirloque de los números, las diferencias entre blancos y azulgranas en 1953 y 2003 son abismales. Como hace cincuenta años... pero al revés. El nuevo presidente del Barcelona, Joan Laporta, que como Bernabéu entonces trata hoy de sacar de su postración al club catalán, intentó adelantarse al Madrid en el fichaje de Beckham, incómodo en el Manchester por sus diferencias con Ferguson, y hasta ganó las elecciones al favorito Lluis Bassat con ese reclamo, pero Beckham, la única estrella mundial comparable a las de Florentino, se fue al Madrid. En 1953 se hubiera ido al FC Barcelona, que había construido en torno a Kubala (birlándoselo con no muy buenas artes al Real Madrid, que ya lo tenía fichado) el mejor equipo de España y acaso del mundo. En la temporada 1951-52 el Barça de Kubala había conquistado el “triplete”: Liga, Copa del Generalísimo (Franco) y Copa Latina; en la 52-53, el “doblete”: Liga y Copa del Generalísimo. Si la Copa de Europa hubiera empezado un año o dos antes, probablemente las primeras hubieran viajado también a España, pero a Barcelona y no a Madrid. Los azares de la historia y la acción individual de los hombres cambiaron el guión de los acontecimientos, porque nunca nada está escrito de antemano. Y en el fútbol, menos.

Para el FC Barcelona de 2003, Beckham debía ser el nuevo Kubala sobre el que construir un equipo tan brillante como aquel que le metió 0-5 al Madrid en el Bernabéu, con Cruyff como estrella y que en los años 70 maravillaba a cuantos lo veíamos en el Nou Camp con una alineación inolvidable: Sadurní; Rifé, Torres, Gallego, De la Cruz; Marcial, Asensi, Juan Carlos; Rexach, Cruyff y Sotil. O, mejor aún, con el que construir otro dream team, como el entrenado por Cruyff que ganó la única Copa de Europa en las vitrinas del Barça con gol de Koeman. Pero aquel Barça triomfant de los 90, presidido por José Luis Núñez, el Bernabéu catalán nacido en Baracaldo, era un modelo de gestión empresarial y financiera. O sea, lo que es hoy el Madrid de Florentino.

El “Caso Di Stéfano”
El último libro publicado sobre el Real Madrid en el año de Beckham se titula Todos los jefes de la Casa Blanca, de Julián Palacios a Florentino Pérez (Ed. Pearson-Alhambra. Madrid. 2003. 429 pp.). Su autor, Ginés Pasamontes, es un muy notable periodista barcelonés que acaso por haber nacido en Madrid o pertenecer a la amplia minoría de “merengues” en territorio “culé”, como su brillante prologuista Arcadi Espada, resume la abundante pero desigual bibliografía que sobre los presidentes del Madrid propició el centenario del club (lo mismo sucedió con el del Barça) y presta especial atención al “caso Di Stéfano” y a Santiago Bernabéu, el genio de la hazaña.

Baste un breve resumen para ver lo poco que han cambiado las cosas del fútbol aunque haya mudado tanto su tamaño. Después de su brillante presentación con el River en el Bernabéu, la crisis económica del fútbol argentino y el default o suspensión de pagos de los clubes llevó a Di Stéfano y a su mentor, Pippo Rossi, a Colombia, donde el bogotano Club de los Millonarios lo recibió como a un héroe. Tenía pendiente contrato con el River, pero el futbolista se consideraba libre por los incumplimientos del club y firmó otro con el club de Bogotá. Cuando Madrid y Barça empiezan las gestiones para ficharlo, el enviado del Barcelona no consigue el acuerdo con los colombianos, pero marcha a Buenos Aires y firma el traspaso con el River Plate por la gruesa cantidad de dos millones de pesetas, de las de entonces. Bernabéu envía a Saporta a Colombia y consigue firmar con el Millonarios la misma cesión de derechos por un millón muy largo. Sin embargo, Néstor, presidente del club colombiano, le advierte de que sus derechos caducan en 1955, con lo cual sólo podría jugar una temporada completa o temporada y media en España. Bernabéu acepta pensando que el Barça no esperará tanto tiempo. Hubo, pues, dos contratos, dos pagos y dos derechos legítimos, si bien difícilmente compatibles, porque el futbolista era genial pero sólo uno. La clonación no existía ni siquiera como fantasía popular, vagamente científica.

A partir del controvertido hecho jurídico, se suceden las escenas rocambolescas, como había sucedido dos años antes con el fichaje de Kubala. Según algunas versiones, el acuerdo del húngaro con el Real Madrid era total y sólo faltaba la firma, pero unos astutos agentes del FC Barcelona lo emborracharon –cosa no muy difícil entonces en el genial jugador- y lo convencieron de que estaba en Madrid y firmando por los blancos, cuando estaba en Barcelona, y firmando por los azulgranas. Luego, la contratación de su suegro Fernando Daucick, al que se negó el Madrid, acabaría de convencer a Kubala. En la llegada a España de Di Stéfano, los lances de enredo no son menores. Un directivo de origen catalán del Santa Fe bogotano, acérrimo rival del Millonarios, convence al irascible argentino, que se ha largado a Buenos Aires, para que no vuelva a Colombia y viaje a Barcelona. Así lo hace, previo paso raudo y de incógnito por Madrid. Se presenta como futuro futbolista del Barça en algunos partidos amistosos y hasta entrena en Las Corts. Sin embargo, su rendimiento es mediocre y no debuta en competición oficial con la camiseta blaugrana. Fernando Daucick, el suegro de Kubala, hace un informe muy negativo, aludiendo al mal carácter del argentino (aunque acaso celoso de su protagonismo frente al de su yerno) y ambos clubes llevan su litigio a la Federación Española de Fútbol. El fallo de ésta es genialmente salomónico: jugará en el Madrid las dos primeras temporadas 1953-54 y 54-55 (unos meses más de lo que cubrían los derechos colombianos) y las dos siguientes en el Barcelona (hasta el final de los derechos del River). Tras los cuatro años, los dos clubes deberían ponerse de acuerdo sobre el futuro del jugador, si es que lo tenía. Di Stéfano iba a cumplir 28 años y nadie podía saber que lo respetarían las lesiones. Menos aún que jugaría hasta los cuarenta.

Siguiendo el concienzudo relato de Pasamontes, el Barça renunció a sus derechos en una reunión de Bernabéu y Martí Carreto en el restaurante Horcher, con una frase tan poco rimbombante que es probablemente cierta: Va, per vosté el pollastre! (“¡Va, para usted el pollo!”). A estas alturas del siglo XXI, nadie duda de que el hecho legal se produjo y que el Barcelona se equivocó. Pero el formidable rendimiento de Di Stéfano en el Madrid y la gloria alcanzada por este club, que acaso pudo alcanzar el Barça, han abonado interpretaciones conspirativas, políticas y maquiavélicas sólo explicables por el mucho tiempo transcurrido y por la implantación del victimismo ante Madrid como Pensamiento Único en la Cataluña contemporánea.

En los programas especiales del centenario del Barça, las interpretaciones de los testigos de época fueron básicamente dos: que el Barça no tuvo paciencia y jugó mal sus cartas o bien que las presiones políticas forzaron a renunciar al Barça y favorecieron al Madrid. Un racionalista diría que si la culpa fue del Barça no pudo ser del Gobierno, y al revés. Pero ¿quién dice que lo razonable y lo futbolero puedan coincidir? Es rarísimo que lo hagan. Baste decir que las supuestas presiones políticas tienen también dos interpretaciones distintas: una, que las autoridades del Régimen no querían que aquel club todopoderoso que ya tenía a Kubala tuviera tambien a Di Stéfano, marcando demasiada distancia con los demás clubes españoles; otra, que las autoridades franquistas, empezando por el propio Franco, por una supuesta y visceral animadversión a Cataluña, impidieron el fichaje del argentino mediante un atropello a la ley y a la razón, que asistían al Barça. Por supuesto, hoy nadie del Real Madrid ni del FC Barcelona, por razones opuestas, quiere recordar que Di Stéfano pudo y debió ser del Barça a los dos años de ser madridista. En Madrid se entiende su fichaje como el advenimiento natural de un destino glorioso ("En el principio, fue Di Stéfano") y en Barcelona se cultiva amorosamente el rencor de una fechoría política, tesis discutible, porque si las autoridades franquistas querían favorecer al Madrid a toda costa, ¿por qué permitieron que el Barcelona le quitase a Kubala y ganara todos los títulos mientras el Madrid yacía en la indigencia deportiva? ¿Cómo permitió que estuviera veinte años sin ganar una Liga y que la temporada anterior al fichaje de Di Stefano sólo evitara en el penúltimo partido tener que jugar la promoción para el descenso a Segunda División? En fin, para qué insistir. No es que lo racionalista y lo futbolero rara vez coincidan. Es que se repelen.

La impaciencia y la prepotencia
Yo creo que lo que realmente le pasó al Barcelona arrollador del “triplete” y el “doblete” con el fichaje fallido de Di Stéfano en septiembre de 1953 es lo mismo que le ha pasado al Madrid “galáctico” en Septiembre de 2003 con el fichaje fallido de un defensa central para cubrir el hueco de Fernando Hierro: que la impaciencia y la prepotencia coinciden casi siempre. Y que ambas rinden muy mal servicio a los clubes cuyos directivos las disfrutan, porque sus equipos finalmente las padecen. Sería increíble si no hubiera sido cierto que el Real Madrid fichó a bombo y platillo al argentino Milito y no pasó el reconocimiento médico, aunque a la semana siguiente fichó por el Zaragoza; que también intentó fichar discretamente a Stam y no lo consiguió porque ofrecía una temporada y el holandés quería dos; que manifestó públicamente su interés por el alemán Metzelder, sin concretar nada; que lo concretó todo para fichar al argentino Ayala, incluyendo la voluntad del jugador, que se mostró públicamente tan eufórico por irse al Madrid como un mes antes lo estaba por irse al Barça y como dos meses después volvería a estarlo por quedarse, previa ampliación y sustancial mejora de su contrato, en el Valencia, si bien tras cinco semanas de grave cuanto oportuna “lesión” psicológica. ¿Cómo es posible que el irresistible Real Madrid de las infinitas estrellas, al que se viene Beckham cobrando la mitad que Zidane y por el gusto de vestir de blanco, sea incapaz de fichar un central en tres meses, se la den una y otra vez con queso, hasta quedar en ridículo y con Raúl Bravo de súbito central titular? Pues es posible. Ha sido.

En fin, tropezones aparte, ¿qué es lo que hace realmente distinto al Madrid de Florentino? Lo mismo que al de Bernabéu: su vocación internacional. El empeño de una empresa familiar en 1953 por hacer del Real Madrid el mejor equipo de Europa. El de una sociedad relativamente anónima en 2003 por convertirse el mejor club del mundo.

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