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Federico Jiménez Losantos

Arafat es parte del problema, no de la solución

La escalada de atentados suicidas palestinos en Israel, más cerca de la masacre civil generalizada que del asesinato selectivo de agentes o militares enemigos, responde a la misma lógica que puso en marcha la Intifada, la única que parece entender Arafat: la violencia terrrorista como forma de conseguir sus objetivos políticos. No hace tanto tiempo, rechazó las propuestas de Ehud Barak que equivalían en muchos aspectos a la creación de un Estado Palestino, con la excepción de Jerusalén. Pero es que aceptar ese reto suponía que Arafat y sus colegas de la OLP se olvidaban de la jerarquía del pistolón y se entregaban a la dura e inhóspita tarea de conseguir una administración eficiente, una burocracia honrada, una educación digna de ese nombre, un sistema representativo basado en la plural voluntad popular. Aceptar la autonomía palestina ofrecida por Israel suponía también el abandono definitivo de la violencia. Y por ahí no pasan los jefes palestinos. La respuesta a la oferta de Barak fue la Intifada: centenares de padres desnaturalizados llevando a sus hijos como escudos y haciéndolos matar frente a los soldados de Israel.

La parte de Israel que desconfiaba de la buena fe de la Autoridad Palestina se vio reforzada. Los “halcones” como Sharon tuvieron su oportunidad, después el fracaso de las “palomas” como Barak. Pero esa oportunidad se la concedió Arafat, que al parecer tampoco entiende que, a la hora de la verdad, ni el Likud ni los laboristas van a ceder en la defensa de Israel, que es algo por encima de cualquier querella partidista. Sharon es hoy más fuerte que ayer y, si continúan los crímenes palestinos, menos fuerte que mañana.

Parece que Arafat, como en la Guerra del Golfo, se ha vuelto a equivocar en su apuesta. O ha vuelto a apostar, según su costumbre, por lo moralmente más abyecto y militarmente más débil. La movilización occidental tras el 11 de septiembre la ha entendido como una oportunidad de poner de rodillas a Israel subiendo la apuesta del terror. No entiende que, puestos a elegir, Estados Unidos y sus aliados, siempre elegirán a Israel. No por judío, sino por estar dentro o mucho más cerca de lo que entendemos por civilización política. Un zote sanguinario como Arafat nunca pudo ser una solución, pero ahora se ha convertido además en parte del problema. Parte prolija y compleja, porque se le ha conferido legitimidad exterior por su presunta fuerza interior y en estos momentos ha perdido ya una y la otra.


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