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Federico Jiménez Losantos

Argentina, escarmiento para España

Lo que sucede en Argentina podría suceder en España. Podría suceder en cualquier país donde la clase política vive de espaldas a los que supuestamente representa y dedica todas sus energías a luchar por parcelas de poder que a su vez se traducen en ingresos ilícitos. Pero la corrupción generalizada no es una invención exclusiva ni una tradición particular de la Argentina. No sólo España: los grandes países europeos como Francia, Italia, Alemania o Gran Bretaña han padecido en los últimos años gravísimos problemas de corrupción que han deteriorado la confianza en las instituciones representativas. En algunos casos --el británico, el alemán-- las instituciones se han impuesto sobre corruptelas particulares o sobre esa forma de corrupción institucionalizada que es la financiación ilegal de partidos, fundaciones políticas y sindicatos. Pero en Italia, tras la demolición de toda una clase política corrupta, la nación se ha resignado a que su primer ministro sea el primer problema para firmar los tratados europeos de extradición sistemática de delincuentes.

Francia presenta un panorama todavía peor, con los jueces tomando parte activa en las campañas de unos políticos corrompidos contra las corrupciones de otros. ¿Pero puede asombrarnos eso a los españoles, que alimentamos en el Tribunal Constitucional, el Supremo y la Audiencia Nacional jueces cuya politización, pactada públicamente por el PP y el PSOE, es la primera condición para acceder al cargo? Casos como los del Gal, Filesa y el juez Liaño, acreditan, valga el retruécano, el descrédito de la Justicia. En Madrid querían juzgar a Pinochet los mismos jueces que se negaban a tomar declaración a Felipe González. Un Poder Judicial independiente y una administración de Justicia al margen y por encima del poder político es algo que añoran los argentinos... y buena parte de los españoles. Sin esa institución, clave de todas las demás, no hay Estado de Derecho, ni habrá libertad ni puede haber prosperidad. Y la necesidad de unas instituciones independientes y fiables como auténtica base política y económica es la gran lección de la tragedia argentina.

Pero no la única. Hay países corrompidos que evitan la ruina, al menos temporalmente. A lo que ninguno sobrevive es al cultivo del déficit público y la deuda externa por parte del Gobierno y a la manipulación de la moneda por parte del Banco Central. Como pormenorizadamente ha explicado aquí Alberto Recarte, a esos peligros permanentes han querido los europeos poner remedio duradero con la creación de la moneda única, el euro, que implica una disciplina financiera y una lucha permanente contra el descontrol presupuestario, precisamente el cáncer del que agoniza la economía argentina. ¿Pero somos inmunes los españoles a esa enfermedad? En absoluto. Los meritorios esfuerzos del Gobierno Aznar para impedir por ley el descontrol del gasto público tropiezan en varias autonomías --que se están endeudando vertiginosamente-- y muchos ayuntamientos --endeudados y corrompidos-- con una clase política que no desmerecería en Buenos Aires. El último síntoma es el anuncio de que mil ayuntamientos controlados por el PSOE presentarán un recurso ante el Tribunal Constitucional contra la Ley de Estabilidad Presupuestaria. En casos como el de la Ley del Suelo, el TC ya ha demostrado su propensión a la más onerosa demagogia. Ya saben los políticos a qué jueces acuden.

Por eso mismo y por escarmentar en cabeza ajena --hasta donde puede serlo la argentina--, sería deseable que esa bulimia presupuestaria de la que presumen en vez de avergonzarse los socialistas tuviera en los tribunales y en la opinión pública la respuesta que merece: un varapalo tan duro en los tribunales y una “cacerolada” tan ruidosa en los medios de comunicación que los políticos propensos a la demagogia y a su hermana gemela la corrupción se abstuvieran en el futuro de pregonar su inmoderado apetito de saqueo del erario. Porque conviene no engañarse: en lo que a ese mal respecta --gastar más de lo que se ingresa y endeudar a los que vienen detrás--, todos somos argentinos. O podemos serlo.


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