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Rompiendo todas las normas, las reglas, las costumbres y lo que, exagerando un poco, podríamos llamar la tradición informativa de la Casa Real, Su Alteza Real don Felipe de Borbón y Grecia, príncipe de Asturias, ha anunciado que sus relaciones con Eva Sannum han concluído. Sorprende que lo que no existía deje de existir, pero ya se sabe que en este terreno rara vez se sale de la superchería: todo el mundo sabe que se miente y se miente porque lo sabe todo el mundo. Nada bueno, pero nada nuevo. Ahora llega el runrún y el toletole de la opinión pública a certificar la defunción del impopular idilio y a buscarle tres pies al gato, porque algo que tenía tan soliviantada a la ciudadanía no puede terminar así como así. Es mucho el muerto y el entierro exige su trámite.

Los que en este asunto hemos defendido la responsabilidad y la libertad del heredero de la Corona de España para buscar novia y casarse –si es que de una vez se casa, que ya va siendo hora–, no tenemos nada que rectificar. Por lo mismo que podía casarse puede dejar de hacerlo. Si era libre para buscarse novia, es libre para dejarla. Por desgracia, la ruptura ha venido precedida por una campaña presuntamente originada en la Zarzuela para sabotear la inminente boda. Supuestos abogados del Rey, algunos de ellos del género monárquico indeseable, de los que fabrican republicanos cada vez que hablan, se han excedido en la cortesanía rastrera y en la puñalada trapera, se han volcado en elogios a la prudencia del príncipe al tiempo que se le negaba capacidad mental y moral para elegir esposa. Lo escrito queda, y lo que se ha escrito contra esa boda, ahí está. No será fácil de borrar, aunque algunos quisieran que se olvidase tanta alevosa oficiosidad.

Como la opinión pública es veleidosa, los mismos que hasta ahora rechazaban a la modelo noruega como futura reina de España, ahora criticarán al Príncipe por la forma de despedirla, que no ha sido especialmente elegante. Tal vez no podía serlo, pero ahora se buceará en la Historia buscando ingratitudes semejantes, tan frecuentes en la nuestra y en otras dinastías reinantes. Y, por supuesto, muchos esperarán ahora la jugosa exclusiva en la que doña Eva desmenuce rencorosamente los pormenores de la ruptura, las promesas rotas, toda la vajilla sentimental cuyos añicos barre apresuradamente el servicio. Por el desarrollo de esta relación, cabe temer una tempestad de indiscreciones, aunque este río informativo debería llevar ya muy poca agua. Pronto sabremos si la ruptura ha sido tan educada como nos la cuentan.

No cabe duda de que, en términos generales, la ruptura será apreciada positivamente. Tampoco de que tras este episodio, en tantos aspectos desgraciado, se acrecientan las expectativas matrimoniales del Príncipe, se acortan los plazos y se abre un período de febril atención informativa sobre el casorio pendiente. A ver si también en esto el príncipe de Asturias, por supuesto en uso de su libertad, sigue la corriente. Y se nos casa. Hace unos cuantos años que ya va siendo hora.


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