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Es probable que al FC Barcelona le haya perjudicado finalmente su identificación con la causa política del nacionalismo catalán. De momento, no le beneficia, pero entiendo que en el ámbito de las adhesiones irracionales o sentimentales, todo pueda discutirse. Lo que me parece imposible es que al Rácing de Santander le convenga convertirse en una especie de consejería de deportes de la autonomía de Cantabria, financiada con dinero público y concebida como un instrumento que “haga más plural” el accionariado, es decir, que beneficie a los accionistas mayoritarios del club, Santiago Díaz y el famoso Piterman, que, por cierto, según unas declaraciones recientes que hemos podido leer en la Prensa (supongo que fidedignas), encuentra de lo más razonable el Plan Ibarretxe.
 
Pero aunque ese tío, que si las declaraciones son ciertas es el memo que llegó del frío, no entibiara las tradicionales simpatías que el equipo santanderino despierta en toda España; incluso si el tal Piterman no renegara de la España que le acoge, se acordara de los sufrimientos de los ucranianos bajo el totalitarismo soviético y no se identificara con el separatismo vasco sino con las víctimas de ETA y con los damnificados del PNV, es verdaderamente pasmoso que el dinero de la Comunidad Autónoma de Cantabria se emplee en comprar acciones del Rácing, por añadidura sin capacidad de control. En 1996, el Ayuntamiento de la Ciudad vendió el 50% de las acciones que tenía, con tan excelente criterio que pocos años después el club anda en las mismas, y los munícipes han decidido insistir en el acierto. No quieren ponerle dinero a Piterman. Natural.
 
En cambio, el nuevo gobierno presidido por un regionalista a quien el PSOE prefirió regalar el poder con tal de quitárselo al PP, ha decidido recuperar el antiguo error. Trescientos o cuatrocientos millones de pesetas se van a emplear en lo que llama el Consejero de Deportes, López Marcano, “inversión en identidad”. Qué duda cabe que la identidad de Benayoun o la de Regueiro, grandes jugadores, merecen ese esfuerzo de sus paisanos, pero, sorprendentemente, no lo hacen. Son los contribuyentes de Cantabria  los que deberán financiar sus fichajes para, previo paseo por la Primera División, facilitar quizás algún día su traspaso al Real Madrid, si es que las cosas les van maravillosamente y logran seguir los pasos de Gento y Santillana. O de Helguera. ¿Se sentirán felices los cántabros por haber ayudado, quitándoselo de otras necesidades aparentemente más perentorias, a hacerse rico a un uruguayo y feliz a Florentino?
 
Por lo visto, que Revilla o Marcano se instalen todos los domingos en el palco, como accionistas de referencia con dinero que no es suyo, es más urgente que gastar esos cientos de millones en atender a los ancianitos de La Montaña o a los niños de los barrios de la capital. El autonomismo, que cuando exalta la “identidad” regional no suele pasar de tribalismo subvencionado, ha degenerado de forma muy natural en esta suerte de juliganismo, que convierte a los políticos autonómicos en hinchas de lujo a costa del dinero del contribuyente. Un modelo de lo que no hay que hacer.
 

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