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Federico Jiménez Losantos

Cuando el periodismo sirve al terrorismo

Cuando la policía lleva ante los jueces a un presunto terrorista que ejerce socialmente de ingeniero, arquitecto o albañil, en los medios de comunicación no es ingeniero, arquitecto o albañil, sino lo que social e informativamente importa: un presunto terrorista. Pero cuando un terrorista camufla su actividad criminal o lleva una doble vida en la que ejerce el periodismo, no es un presunto terrorista sino un periodista. Y es sabido que, para la gran mayoría de los medios de comunicación, un periodista sólo por error policial o judicial, o por típica perversidad política puede dedicarse al terrorismo.

En realidad, estamos ante un caso que va más allá del corporativismo –que ya sería execrable– para incurrir en una evidente complicidad con muchos aspectos del terrorismo internacional. Que la cadena Al Yazira ha servido abiertamente a Ben Laden y funciona como un banderín de enganche para el terrorismo antioccidental es algo que sólo pueden dejar de ver los que consideran que el periodismo es una profesión al margen y por encima de las demás y que los periodistas, por el mero hecho de ejercer como tales, están absueltos de cualquier responsabilidad penal, política y hasta moral. Por supuesto, esos periodistas tan amigos de su profesión, la ejerza quien la ejerza, dirán que no es así, pero la realidad demuestra a diario que es así. Escandalosamente así.

Y es que en el periodismo occidental, el sesgo ideológico izquierdista, antiamericano y favorable a cualquier tipo de movimiento pacífico o violento que ataque cualquier aspecto de la sociedad occidental es tan abrumadoramente claro y evidente que sólo los que lo padecen lo ignoran o lo niegan. La cobertura entusiástica que se ha brindado a los violentísimos movimientos antiglobalización de los últimos años, la simpatía con las guerrillas terroristas de signo comunista, y, de dos años acá, la fascinación cómplice con el terrorismo islámico y la malevolencia sistemática cuando no la calumnia descarada contra los gobiernos occidentales que luchan contra él son realidades objetivas que sirven objetivamente al terrorismo y que sólo el periodismo en general se niega a ver. Con razón, porque piensa que tiene derecho a todo, menos a respetar la verdad sino le parece lo suficientemente progresista o políticamente correcta.

Ahora resulta que todos sabían que un tío de Al Qaeda con pasaporte español que ejercía de periodista de Al Yazira era un devoto propagandista y presumible cómplice de Ben Laden. Pero aún no se ha secado en las hemerotecas la tinta de los periódicos que han salido a defenderlo antes de saber nada, e incluso sabiéndolo. ¿Pedirán perdón a sus lectores? Por supuesto que no. ¿Dudarán de su omnisciencia? Jamás. ¿Pondrán en duda el carácter simplemente periodístico y no filoterrorista de Al Yazira? Ni soñarlo. El mal es tan hondo y tiene raíces tan profundas que sólo un amplio movimiento dentro y fuera de los medios contra la actual tendenciosidad ideológica de signo antioccidental y favorable al terrorismo podría remediarlo a largo plazo. Pero ni las empresas ni los profesionales parecen mayoritariamente dispuestos a mirarse en el espejo. Prefieren el incienso al reflejo y el afeite a la cirugía, ética y estética.

En España

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