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Federico Jiménez Losantos

Después de Tabarnia, Palmarnia

Palma de Mallorca que está hasta las narices de que la desgobiernen, arruinen y acateten los separatistas de los pueblos de la isla.

No hay duda de que la palabra de 2018 será Tabarnia. No hace falta que se reúna FUNDEU, salvo para recauchutar ese acrónimo que parece una versión catalana de FUNDES que, por pre-tabarnesa, ya ha caducado. Prueba de la importancia, sustancia y polivalencia semántica de Tabarnia es que ya le ha nacido una hermana: Palmarnia, que es la Palma de Mallorca que está hasta las narices de que la desgobiernen, arruinen y acateten los separatistas de los pueblos de la isla, lo que en mallorquín se denomina Part Forana, por oposición a Palma, a la que llaman, simplemente, Ciutat.

Nada menos que un notario, Alvaro Delgado, ha certificado y dado razón de ser de la nueva criatura política en El Mundo de Baleares, este 4 de Enero, en un artículo titulado "¿Y si creamos Palmarnia?".Y hay que decir que los argumentos son tan aplastantes como en el caso de Tabarnia, esa Cataluña española saqueada, humillada y discriminada por la Cataluña separatista pero que se niega a seguirla al abismo indeperruinoso y quiere independizarse de los psicópatas y cleptócratas del Prusés para ser lo que siempre ha sido: una parte de España, para lo bueno, lo malo y lo regular.

Una casta política rural

La semejanza electoral entre Palmarnia y Tabarnia es asombrosa: "Examinando los resultados de las últimas convocatorias electorales de los años 2015 (Municipales y Autonómicas) y 2016 (Generales), resulta que entre un 65 y un 70 por ciento de los votos emitidos en la capital de las islas se decantaron por partidos constitucionalistas, siendo verdaderamente marginal -y eso que el centro derecha obtuvo sus peores resultados en años- el voto a formaciones de tendencia separatista. Todo ello hay que ponerlo en relación también, pese a las conocidas distorsiones que genera la vigente Ley Electoral -que siempre favorece a los territorios rurales y a las islas pequeñas frente a las zonas urbanas-, con la verdadera importancia económica y social de la ciudad de Palma en el conjunto de nuestras islas. Palma, con sus 434.516 habitantes censados en el año 2017 (según el Instituto Nacional de Estadística), y con un área metropolitana de 560.240 personas, reúne el 50,5% de la población de toda la isla de Mallorca, y el 37,44% del conjunto de las Islas Baleares. Y, en términos económicos, la capital representa holgadamente bastante más de la mitad del PIB de todo el territorio insular balear".

Como los tabarneses, los palmarnienses padecen desde una capital que era un modelo de integración y cosmopolitismo la tiranía que impone una clase política abundosamente rural, separatista, catalanista y aboinada:

Palma constituye sin duda una ciudad de acogida con un gran éxito en número de visitantes nacionales y extranjeros, gran centro cultural y económico, dotado de excelentes infraestructuras en materia de seguridad ciudadana, sanidad, educación, alojamientos hoteleros, restauración, comercio y comunicaciones, y con un buen número de población foránea residente y perfectamente integrada, podríamos decir que estamos ante una ciudad verdaderamente europea, moderna y cosmopolita.

Y todo ello contrasta enormemente con el hecho de estar dirigida en sus diferentes instituciones autonómicas, insulares y municipales, de manera creciente en los últimos tiempos, y tanto en los partidos de gobierno como en los de la oposición, por un montón de políticos y políticas que no son palmesanos, procedentes en su gran mayoría de la Part Forana de la isla de Mallorca, y cuyas decisiones las siguen adoptando con los ojos cubiertos por una enorme boina, que además les viene a casi todos demasiado grande.

Nuestro notario da algunas pruebas del tractorismo separatista mallorquín, pavorosamente parecido a las fechorías de Colau y Carmena:

Pretender cambiar sus fiestas y tradiciones seculares (como la Festa de L'Estendard), tener sus calles como una pocilga o un vertedero, cerrar el acceso rodado a todas las calles del centro, cambiar sin ton ni son un montón de direcciones, meter carriles bici por donde no caben con alto riesgo para sus usuarios, eliminar las terrazas del Borne, querer celebrar en este elegante Paseo hasta las ferias de ganado, o intentar por todos los medios, legales o ilegales, derribar algunos de sus monumentos -que no han generado nunca conflicto alguno entre sus habitantes y han sido convenientemente despojados de cualquier símbolo que pudiera ofender a alguien-." (…) "la octava ciudad de España y la primera de nuestras islas se está cansando de ser dirigida por personas que no han gestionado antes ni un bar de pueblo y que, además de incompetentes, tienen una mentalidad estrecha, paleta, folklórica, prohibicionista y, además, secesionista.

¿Y qué proponen? Algo muy lógico y aparentemente sencillísimo:

La emancipación de nuestra ciudad para seguir siendo una capital europea, española, balear y mallorquina y, ante todo, limpia, acogedora, internacional, libre y cosmopolita. Por ello, exigiremos que dejen de gastar dinero de los palmesanos para pagar actos contra nuestra Constitución y lo gasten en limpiar mejor nuestra ciudad, y que saquen sus ojos miopes, sus arados mentales y su mentalidad rural de nuestras avenidas, nuestros paseos y nuestras calles, y que nos dejen gobernarnos en paz. Vamos a promover el sacrosanto derecho a decidir de los nacidos en Palma. Ese derecho que tanto les gusta cuando se usa solo a su favor. Y en su sano ejercicio les mandaremos a todos los dirigentes foráneos a tomar viento.

A los separatistas les sobran todos los que no lo son

Por supuesto, al notario Delgado lo han insultado frenéticamente los odiadores separatistas en El Mundo balear. El racismo, la xenofobia y la burricie que exhiben son de ferocidad rufianesca. Uno lo confunde –para insultarlo– con Carlos Delgado, alcalde de Calviá y consejero de Bauzá, que acaba de dejar el PP porque el partido de Rajoy ya acepta sumisamente la imposición del catalán y la marginación del español en todos los ámbitos de la vida pública. Inútil razonar. Para el separatista asilvestrado, y ahora lo están todos, respetar el bilingüismo es una intolerable agresión. En cambio, imponer el monolingüismo –y de paso liquidar las variantes dialectales de las islas– es defenderse contra la agresión.

¿Y qué es agredir? Pues para esos separatistas que de cerebro apenas tienen surcos, es cualquier cosa que no les suene bien: venir, llegar de otra parte de España o de Europa, considerarse ciudadano libre e igual ante la Ley y votar a un partido de los que defienden, en Madrid, la Constitución. Pero mientras a los separatistas catalanes de las Islas, les sobre, como a los de la Península, más de la mitad de la población, mayoritariamente urbana, la tabarnización de España continuará. Tabarnia o Palmarnia son los pasos primeros de la reacción necesaria de las mayorías democráticas nacionales ante la apisonadora separatista, cebada con dinero público y que sólo puede seguir un camino: el de la destrucción de España. Si no se le destruye antes.

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