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Federico Jiménez Losantos

El Gobierno ladra, Polanco muerde

El Caso Liaño y el Caso del vídeo de Pedro Jota mostraron con claridad lo que Polanco y/o González entienden por diferencias políticas, que es algo muy parecido a lo que la Cosa Nostra entiende por diferencias de criterio: una intolerable provocación que sólo se zanja con la liquidación física del provocador. No importa que el siciliano de turno o el madrileño montañés no tengan razón. Precisamente por eso tienen que ser implacables, porque no se trata de discutir quién tiene razón y, si es posible, demostrarlo, sino de demostrar sin lugar a dudas, con la fría elocuencia de los hechos, quién tiene la fuerza.

La reacción estrepitosa, desproporcionada y aparentemente disparatada del imperio polanquista contra el indulto parcial al juez Liaño no es lógica ni normal ni deseable en una sociedad democrática. Pero es lógica, comprensible y hasta inevitable dentro de una lógica mafiosa que es la que Polanco y González imprimieron a su comportamiento profesional y político durante la última legislatura del PSOE y la primera del PP. No se trata de tener razón. Se trata de tener poder y de demostrarlo. En la democracia basta con la legitimidad, En la política al estilo de Chicago la autoridad es hija del temor, a su vez hijo de la violencia.

Liaño ha sido una prueba viviente o apenas sobreviviente del enorme poder de Polanco mientras ha sufrido con su expulsión de la carrera judicial las consecuencias de una monstruosa exhibición de fuerza de Polanco y González, para demostrar que el poder de Aznar no pasaba de la Moncloa y del BOE. Que en España y en todas sus instituciones, empezando por la Justicia, sigue mandando don Jesús con Cebrián a su diestra y Felipe a su siniestra. El indulto del Gobierno al juez, camuflado, disimulado, como pidiendo perdón por el atrevimiento de remediar aunque sea tarde el atropello cometido, sólo romperá el prestigio del terror si con él cesa la violencia polanquista. Y ello sería posible si aceptaran la división de poderes y la pluralidad política e informativa en España.

Pero no es así. No las aceptan porque no les gustan y, sobre todo, porque pueden permitírselo. Cuanto más salvaje se muestre Polanco y más servil el PSOE -Zapatero sigue sumisamente la pauta de González-, mayor será la voluntad de pacto del Gobierno casi en pleno. Aznar es implacable contra los "suyos", es decir, los que le sirven con una sonrisa. Puede dar y quitar, levantar y demoler proyectos mediáticos con la ligereza de un niño rompiendo sus juguetes, pero con el imperio de Polanco sigue siendo, en el fondo, muy respetuoso. De vez en cuando dice cosas, se le escapa algo, pero se trata de un desahogo verbal sin traducción ejecutiva. Naturalmente, tiene que demostrar que manda, de ahí el indulto, pero sin abrumar. Busca el empate de su equipo -porque él ya ha ganado- frente a otro equipo que sólo admite la victoria, aunque sea comprando al árbitro y lesionando a seis contrarios.

El resultado es que, mientras el Gobierno ladra, Polanco muerde. Así que para estas Navidades habrá cola de ministros en Valdemorillo. Del Jubileo del Milenio podemos pasar al Jubileo de Barreiros.

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