A Kakoffi Annan, uno de los sujetos más despreciables de la política internacional, casi ningún delito le es ajeno. Desde la corrupción en Irak a la complicidad en el genocidio de Ruanda, ambos responsabilidad directa suya, pasando por el antisemitismo abyecto y el compadreo con todas las dictaduras antiamericanas y antioccidentales, no hay indeseable al que no haya apoyado ni gobierno decente al que no haya atacado. Siempre, eso sí, con esa meliflua sintaxis burocrática que cultivan los delincuentes de alto bordo instalados en organismos pomposamente inútiles. El primero, la ONU.
Le faltaba en su abultadísimo historial de fechorías (véase el informe de Álvaro Martín) un caso de complicidad directa en el acoso sexual y también ha cobrado esa pieza en el escándalo de su amigote Dileep Nair. Habrá sido su forma de consolarse de la muerte de otro amigo y protegido suyo, Yaser Arafat, ese asesino, ese delincuente. O de la toma de Faluya, que ha intentado evitar a toda costa. O es posible que el corrupto y acosador Nair denunciado por el propio personal de la ONU y ahora personalmente absuelto por Kakkoffi es compañero de francachelas y abusos. O quizás lo ha chantajeado con divulgar alguna de sus infinitas hazañas. Todo es posible e incluso probable. Todo, menos la inocencia.