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Federico Jiménez Losantos

El partido del Gobierno, ni más ni menos

El rajoyismo no se ha apartado un ápice de las costumbres del aznarismo en el Poder. Cuando se gobierna, lo primero que se gobierna, ahorma y somete es el Partido. Eso no es bueno, simplemente es.

Donde sobra harina, nada es mohína. La plétora de cargos, la superabundancia de ilusiones y la razonable expectativa de ambiciones aplaca cualquier desavenencia interna o la disimula en la esperanza de compensación. El Congreso del PP en Sevilla ha tenido menos gracia que la película del mismo título de Carmen Sevilla, debut estelar de una de las cumbres estéticas de la Bética. Pero por no recordar el deterioro de la actriz o, más probablemente, por falta de cultura popular, cinematográfica y televisiva, nadie ha hablado de aquellas ovejitas que tan populares hizo la bellísima. Hasta ellas se hubieran aburrido en la apoteosis de Rajoy, pero es que allí fueron tres mil a aburrirse a gusto. Y vaya si se aburrieron. Y vaya si disfrutaron. Y como vinieron, se fueron, las churras y las merinas. Desde que los pastores llevan GPS, la seguridad ovina está garantizada. Y con ella, el bienestar.

El rajoyismo no se ha apartado un ápice de las costumbres del aznarismo en el Poder. Cuando se gobierna, lo primero que se gobierna, ahorma y somete es el Partido. Eso no es bueno, simplemente es. Si los partidos se crean para la conquista del Poder, cuando se logra tanto poder como ha hecho el PP, es normal que la estructura del partido sirva a las necesidades del Gobierno. Nadie discutirá la lógica de esa costumbre. Al menos, con la ley electoral española que castiga severamente cualquier atisbo de democracia interna. Faltaría más.

Que Cospedal equilibre a Soraya es natural: son presidenciables de la próxima generación. Que Arenas equilibre a Gallardón es lógico: son presidenciables de la generación de Rajoy. Que dos de Aguirre equilibren a los grotescos Cobo y Prada es juicioso: los jueces han ridiculizado la invención de la "gestapillo" aguirrista y Mariano no puede permitirse que Madrid, rompeola de todas las manifas, parezca abandonado a su suerte por el Gobierno. La resistencia de Aguirre está probada; la del Gobierno, no.

Naturalmente, habrá quien eche en falta algunas ideas, algunos principios, algo que en el orden moral pueda maquillar la brutal belleza del Poder. No está mal que así sea, pero temo que se equivocan de ciudad y de género. En Sevilla hay elecciones en cinco semanas y en Moncloa hay Gobierno para cuatro años. Otra vez será. Cuando falte harina, sobrará mohína.

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