La tentación totalitaria que anida siempre en la Izquierda, la vocación cainita que se ha convertido casi en su única razón de ser en los últimos años de la vida española ha llevado al PSOE al Gobierno sin merecerlo, pero cometería un grave error si quisiera ir más allá. El argumentario de campaña para el 13-J acredita la vocación de exterminio del socialismo español, que ni ha sabido nunca perder ni está sabiendo administrar una escuálida victoria. Dos episodios recientes deberían hacerles tascar el freno en su afán de destruir a la derecha española: la derrota en el Senado pese al juego sucio de Javier Rojo (menuda pieza) y la obligada disculpa del ministro del Interior por las intolerables imputaciones al PP de responsabilidad en el 11-M, hechas en el clásico calentón de seradicto con aquella conciencia de impunidad absoluta de tiempos de Filesa y el GAL que tan malos resultados produjeron en la vida española y en el propio PSOE.
La gran diferencia con los años 80 del primer felipismo, no digamos ya con los de los últimos años, no estriba en que la izquierda se haya civilizado, bien al contrario, sino en que la derecha se ha reconstruido. Y con casi diez millones de votos, un programa coherente, una excelente ejecutoria de Gobierno y un líder de primera clase como Rajoy, el PP es mucho PP para este PSOE que sigue siendo muy poco PSOE. Zapatero hace muy bien de bueno: hace muy bien, lo hace muy bien y acredita inteligencia. Pero no se puede mantener a la vez el discurso del buen talante democrático de ZP y la mala baba golpista y cainita del profesional Rubalcaba o del aficionado Alonso. Es natural que ZP quiera ampliar su base electoral a costa del PP y es normal que aproveche las circunstancias que le favorecen, pero cometería un grave error pensando que el PP es liquidable sin que a la vez se hunda el sistema pillando al PSOE dentro.