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Que dos etarras huyendo de la policía española se metan en la Embajada de Cuba demuestra fundamentalmente una cosa: que piensan que allí pueden esconderse, que de una u otra forma están en territorio amigo. No es imaginable que traten de refugiarse en la embajada norteamericana, ni en la francesa, ni siquiera en la nunciatura de El Vaticano. Han ido directamente a la oficina diplomática, política y policial de Fidel Castro en la capital de España. Y sería un error deducir de la entrega de las etarras a la policía española una voluntad de colaborar con España por parte de los funcionarios del castrismo. Si lo hacen es porque piensan, con razón, que la policía puede saber que están allí dentro y el escándalo perjudicaría al régimen castrista. Nada más.

Pero acaso no sea la primera vez que esas etarras frecuentan esa embajada. Acaso no sea ajena la embajada castrista a la actividad terrorista de ETA en Madrid de la misma forma que el Gobierno de La Habana no es ajeno a la estancia y a los negocios de los etarras, buscados o no por la policía española, que allí viven y sestean. Desde esa siniestra embajada se trató de secuestrar a un disidente del castrismo en pleno paseo de la Castellana, y no es ni puede ser ajena al envío de libros-bomba a conocidos escritores anticastristas. En La Habana tiene su segundo hogar, si no el primero, Hebe de Bonafini, la propagandista proetarra. Nada relativo al terrorismo de izquierdas en los últimos cuarenta años en cualquier país del mundo es del todo ajeno al régimen de La Habana.

Nada en el régimen de La Habana es del todo ajeno al terrorismo etarra. Ya nos contará el Gobierno Aznar por qué razón quiere ahora reanudar las privilegiadas relaciones comerciales con el castrismo que montó el Gobierno del PSOE. Ya nos contará alguien por qué hay en Madrid una embajada donde los etarras piensan que pueden esconderse. Esperamos que nos lo cuenten y seguramente esperamos en vano.

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