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Está claro que la inflación produce efectos letales en el cerebro de los altos cargos de Economía y Hacienda. Cada vez que los precios se disparan y las cifras del Gobierno no salen –o sea, desde hace un año largo– ministros, subsecretarios, directores generales y periodistas de cámara pierden el oremus y comienzan a decir disparates. Por alguna razón extraña, pero que la experiencia demuestra de forma irrefutable, la encefalitis gubernamental se manifiesta en una inflamación de las glándulas colectivistas, que a su vez se traduce en ataques al empresariado por el presunto delito de ganar dinero. En un Gobierno dizqueliberal y tan, tan de derechas que se proclama de centro, si eso no es volverse tarumba, ya nos contarán.

José Folgado es la última víctima de este deterioro mental que vuelve socialistas de parvulario a los más conspicuos liberal-conservadores. Le ha echado la culpa del descontrol de los precios a los empresarios del sector servicios y amenaza con no bajarles los impuestos a quienes aumentan cuanto pueden sus beneficios. Por lo visto, ya se ha olvidado de que ellos mismos, los del PP, vienen defendiendo desde hace años frente al PSOE que una bajada continua de impuestos favorece el crecimiento económico y la creación de empleo, sin que descienda la recaudación fiscal como los gobiernos aznaristas demuestran cumplidamente. Si los empresarios renunciaran a ganar dinero dejarían de ser empresarios. Ganan lo que el mercado les permite ganar, y hacen bien en pagar al Fisco lo menos posible, dentro siempre de la ley. ¿Cómo podrían seguir creando empleo si perdieran dinero o dejaran de ganarlo?

Que Folgado se preocupe de controlar el gasto público, de favorecer la competencia real en todos los sectores estratégicos, y de abaratar la contratación laboral, y ya verá como la inflación vuelve a sus cauces de ayer o de anteayer. Y, aprovechando el puente de Semana Santa, que dedique también estos días a la meditación y, sobre todo, a la relajación. Su mente, desorientada y febril, lo necesita de verdad. Está al borde del socialismo, o sea, del precipicio.

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