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Federico Jiménez Losantos

¿Exhibicionismo, prevaricación, amenaza?

Es difícil saber a qué clase de extravío moral e intelectual corresponde la intolerable y afrentosa actitud de la sala de los “perfectos” del Supremo, empeñada en no cumplir la Ley y en meterse con el Gobierno, con otras tribus judiciales y con la propia doctrina que ellos sientan, o levantan, a conveniencia. Lo evidente es que las cosas han llegado a un extremo de gravedad que sólo la miopía propia de esta casta de intocables retocados puede impedirles darse cuenta de sus disparates. Que, además, por tratarse de sentencias injustas, dictadas a sabiendas y con recochineo, contra el Gobierno y el Parlamento, son actos de rebelión contra le legalidad vigente. Nada más y nada menos.

Perfecto y compañía se niegan a juzgar a Otegui porque dicen que no puede ser delito lo que la Ley dice con meridiana claridad que sí es delito. Lo dice en la letra y está en el espíritu, precisamente porque la actividad terrorista se entiende como lo que es, como un todo, sin separar al que pega el tiro en la nuca de los que lo han reclutado antes y justificado después. Para eso se ha votado la nueva Ley de Partidos, porque terrorismo es todo lo que forma parte de la banda terrorista, crimen organizado, asociación para delinquir en la que los papeles cambian según la ocasión y la edad, como lo prueba el caso del terrorista Otegui, ahora parlamentario por inducción de la banda.

Si el Parlamento casi en pleno ha hecho el esfuerzo de clarificación que merece la gravedad del caso y los jueces se niegan a cumplir las leyes, la situación es insostenible. Cuando se llega a este punto, o sobra el Parlamento o sobra el Supremo. En este caso, es evidente que sobra el Supremo. Y que falta un Consejo General del Poder Judicial que, además de reflejos corporativistas, tenga un mínimo de patriotismo y un poco de respeto a las instituciones emanadas de la soberanía popular. Lo de Bacigalupo, Perfecto y compañía está bien para Argentina, pero sobra en un Estado de Derecho. Si no les gusta la Ley, si les repugna aplicarla, que se vayan a su casa. Y si no se van, que los echen. Porque este reto al Estado no ha hecho más que empezar.

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