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Federico Jiménez Losantos

Gallardón reta a Aguirre... y a Rajoy

Un liderazgo tierno, todavía verde, como el de Rajoy, no puede permitirse que el único aspirante claro a su puesto le eche un pulso al partido en la comunidad más importante de España y lo gane

Se supone que Ruiz Gallardón representa “una sensibilidad” dentro del PP. Esto de las “sensibilidades” dentro de los partidos políticos es una cursilada importada del PSOE, de las épocas de la guerra civil entre guerristas y felipistas, antes de desembocar en la actual cofradía de taifas. No está, por tanto, fuera de lugar, atribuirle a Gallardón esa cualidad tan socialista, porque todo en él aspira a serlo. Pero empieza a desvanecerse esa fama de listo que él mismo, sus amigos y hasta algunos enemigos solían atribuirle. Sus últimas actuaciones, en la COPE, en el XV Congreso Nacional del PP y ahora en el PP de Madrid muestran a un político pasado de vueltas, tan acelerado en sus ambiciones como inconsciente de la limitación de sus recursos. Y que cada vez parece más abocado a salir del partido o a dejar la política si no es capaz de atenerse a las reglas del común.
 
Un liderazgo hipertrofiado, como el de Aznar, podía permitirse el indulto al final de la legislatura y recolocar a Gallardón en la alcaldía de Madrid cuando todos lo daban por políticamente muerto. Un liderazgo tierno, todavía verde, como el de Rajoy, no puede permitirse que el único aspirante claro a su puesto le eche un pulso al partido en la comunidad más importante de España y lo gane. Porque Esperanza Aguirre quedaría mal si finalmente el vicealcalde o vicegallardón Cobo se impone en la secretaría general del PP madrileño, con una presidenta de adorno, pero Rajoy quedaría muchísimo peor. Estaría listo para el relevo al primer traspiés electoral. Galicia, por ejemplo. Gallardón, pese a conocer los estragos del juego, parece empeñado en jugar con fuego. Pero hay distintos finales para esa tendencia, esencialmente dos: Eróstrato e Ícaro, Faetón en otras mitologías. Uno acabó muriendo por acercarse demasiado al Sol, víctima de su ambición desmesurada. El otro quiso hacerse inolvidable quemando su ciudad y, en efecto, consiguió que aún se recuerde su monstruoso afán de protagonismo. Entre ambos oscila, vacila o deambula el desnortado alcalde de Madrid.
 

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