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Todo lo que este lunes exponíamos como razonable sospecha en el caso del barco de los supuestos niños-esclavos se ha confirmado con creces. Nunca hubo cientos de esclavos. Nunca hubo ningún esclavo en ese barco. En realidad, casi no había niños. Y de los que había, menos de treinta, nueve iban de la mano de mamá. Todo era mentira, pero en el mundo de la telebasura, del periodismo-basura en general, una mentira con el celofán del humanitarismo no es una mentira, es sólo un exceso de buena intención, si en las buenas intenciones hay exceso.

Este culebrón de falsedades, esta olimpiada de trolas parte de un hecho que nadie parece tomar en serio en un mundo con cada vez más información y, en realidad, cada vez peor informado: que los hechos no pueden, no deben ser sustituídos por las noticias y menos aún con la coartada de una ideología supuestamente humanitaria que empieza por negar el derecho de los ciudadanos libres a una información veraz. Poco estará mejorando el mundo si nos acostumbramos a que unos farsantes profesionales, que viven de la subvención pública gracias a las noticias de los males del mundo, puedan inventarse la noticia y hasta manipular los males para conmover a unos ciudadanos mentalmente menores de edad que viven las realidades de un mundo complejo como un culebrón televisivo, con la llantina garantizada y con todos sus sentimientos, los buenos, los malos y los regulares, a merced de guionistas sin escrúpulos.

Pero puesto que se ha demostrado el filón de atletas de la bondad y de público papanatas dispuestos unos a repartir y el otro a comulgar con ruedas de molino, lo mejor es que la Unicef contrate con Tele 5 la emisión de un "Gran Hermano Africano" para los meses veraniegos, con Garzón en lugar de la Milá. El juez todavía no se resigna a haber perdido otra ocasión de salir en la tele. Merece otra oportunidad.

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