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Federico Jiménez Losantos

Hoy, en Andalucía puede empezar un proceso reconstituyente

Los andaluces pueden redactar hoy una enmienda a la totalidad para recuperar el sentido cívico que necesita todo régimen constitucional.

Cuando a las nueve de la noche de este domingo 22 de Marzo el árbitro pite el comienzo del enésimo clásico FC Barcelona-Real Madrid –que si Mas convoca elecciones plebiscitarias en Septiembre, sería enésimo y último- en Andalucía habrá ya un primer recuento de votos sobre unas elecciones regionales que, como las de Cataluña, tienen hondo significado nacional. Si las catalanas están diseñadas para iniciar un proceso desconstituyente, de desguace del Estado Español, cuya forma legal es el régimen constitucional del 78, las andaluzas pueden iniciar un proceso reconstituyente del Estado y la nación españoles.

Nunca tantos andaluces –seis millones y medio van a poder votar, casi medio millón de ellos por primera vez- habrán tenido en sus manos los destinos de tantos. Ni más ni menos que el futuro de la nación que tiene en su tierra el solar primero de su civilización. Me remito al sabio Antonio Domínguez Ortiz, nacido en Sevilla, muerto en Granada, cuyo testamento fue la historia breve de los tres mil años de civilización decantados en lo que desde hace muchos siglos venimos llamando, y con nosotros el mundo entero, España. Y a la mejor frase para definir, humilde y orgullosamente, nuestra condición nacional: la del malagueño Antonio Cánovas del Castillo cuando dijo en las Cortes: "nosotros venimos a continuar la historia de España".
Esos nosotros somos nosotros.

En Andalucía queda la ciudadanía

Si Cataluña es el fruto podrido de un Estado cuyos dirigentes, por egoísmo de partido, permitieron y alentaron que dejara de ser nacional, Andalucía es el solar arrasado por la corrupción de un partido convertido en banda que, sin más plan que el de saquear su tierra, no ha buscado -ni tal vez hubiera podido- destruir su condición de pieza esencial de España. No en dinero, influencia, ni presencia institucional, pero sí en lo más esencial y valioso de la nación: su ciudadanía. No es ésta la primera vez en que los andaluces parecen sólo súbditos; tampoco sería la primera en que se constituyen en ciudadanos españoles. La más gloriosa, la de Cádiz en la guerra nacional contra Napoleón que lo fue también de la Libertad contra el Absolutismo. Hoy tal vez los andaluces empiecen a redactar una enmienda a la totalidad de la política española para recuperar ese sentido cívico que necesita todo régimen constitucional, y que desde 1978 ha ido perdiendo nuestra Nación.

La reconstitución del Estado nacional español puede empezar hoy, sí, de forma nítida y clara en las urnas andaluzas, pero es probable que lo haga de forma sinuosa, con el bipartidismo atrincherado, como el absolutismo antañón, en la obtusa voluntad de negar un cambio que ven como su acta de defunción. No debería ser así. Si Fernando VII hubiera aceptado, siquiera como penitencia a sus traiciones, la Constitución gaditana, es seguro que la España orgullosa pero destrozada por la guerra contra Francia hubiera podido reconstruirse físicamente y reinventarse políticamente como lo que ya era: uno de los cuatro primeros regímenes constitucionales del Mundo. Y si los constituyentes de Cádiz, abrumadoramente liberales, hubieran tenido el tino de no forzar un pulso que no podían ganar, porque, aunque esclarecidos, eran una minoría en el conjunto de la nación, tal vez hubieran podido, en 1814 o en 1820, la gran ocasión perdida del Trienio Liberal, vaciar el vino viejo de la nación en los odres nuevos de un régimen en el que pudieran vivir, convivir y alternarse en el poder sin recurrir a las armas los diversos partidos u opiniones que, lealmente, sostenían los españoles.

No fue así. Ni el Rey Felón rindió el tributo que la nación merecía ni los constitucionales, sectarios, divididos, atrincherados en sus pequeñas logias y en vanidades personalistas, dieron salida a una situación que, como se demostró en tres guerras civiles, no se decantaba en un sentido liberal ni absolutista, aunque la inmensa mayoría fue a la guerra sin tener la menor idea de lo que era la Constitución, la Ley Sálica o la Pragmática Sanción.

El bipartidismo felón

Hoy, el bipartidismo felón, podría dar un paso atrás en su sórdido empeño de conservar lo que sólo al precio de la ruina y la disolución nacionales podría salvar, y aun eso por poco tiempo. Hoy, los partidos nacionales emergentes, el que podría salir con la cabeza alta –Ciudadanos- y el que podría levantar cabeza uniéndose a la renovación que inauguró –UpyD-, tienen la posibilidad de ofrecer a toda España, desde Andalucía, el arranque de ese proceso de reconstitución del Estado que precisa la Nación. Contra el despotismo absoluto de Podemos y el absolutismo podrido del PSOE y del PP. Y contra los que en Cataluña esperan darle la puntilla a España, en Septiembre, cuando todos los árbitros sueñan con pitar el enésimo clásico.

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