Es no sólo bueno sino absolutamente imprescindible que el Gobierno intervenga en algunos procesos de fusión empresarial si el mercado y la libre competencia pueden quedar menoscabados o reducidos al mínimo. Pero se trata de que el mercado quede por encima del interés de una empresa, no de asegurar que el Gobierno quede siempre por encima del mercado. Y uno tiene la impresión de que las durísimas condiciones que, según se rumorea, recomienda el Tribunal de Defensa de la Competencia deben mucho a dos procesos fallidos, el de Hidrocantábrico y la fallida opa de Repsol sobre Iberdrola, así como a un deseo inconfesable, el de diseñar desde el gobierno el mapa de la competencia, es decir, de practicar desde el poder político la ingeniería social, pero poniendo como excusa la libertad de mercado.
Y es que España está alumbrando unos liberales muy curiosos en materia empresarial: profesores universitarios y comentaristas de distintos medios se han lanzado a diseñar en la pizarra una competencia perfecta para el futuro de España, haciendo abstracción de la realidad empresarial de nuestro país y de la realidad de las empresas extranjeras que pretenden entrar en nuestro mercado, que en muchas ocasiones sólo tienen de empresa el nombre, porque son simples emanaciones del Estado en régimen de empresa pública y con monopolios casi seculares. A ver si vamos a desmantelar lo que hay aquí para impedir monopolios de hecho y vamos a entregárselo a monopolios de hecho y de derecho de otros países que compiten con ventaja en el mercado español merced a las ocurrencias de nuestros políticos.
En el caso de Unión Fenosa e Hidrocantábrico, probablemente es falsa, o inventada a propósito, la explicación que dio Rodrigo Rato sobre las cuatro piezas que consideraba indispensables para la competencia en el sector eléctrico. Es posible que las imprudentes declaraciones de un consejero electrogalaico amenazando al Gobierno si impedía la fusión, y nada menos que en vísperas de las elecciones, animara al propio Aznar a demostrar quién mandaba. Como si hiciera falta, aunque entonces no lo parecía tanto. Peor fue la oficiosidad frívola de Repsol en su asalto a Iberdrola, zanjada con el movimiento defensivo de echarse en brazos de Endesa, que fue obligada a la fusión. Pero sería lamentable que, tras dos espectaculares traspiés, el Gobierno quisiera cancelar sus pésimos antecedentes poniéndoselo difícil a la posible nueva compañía. Lamentable: o sea, que el Gobierno lo acabaría lamentando.
Como la huella del malhadado Fernández Armesto es alargada y no acaba en la CNMV, del Tribunal solanáceo llegan alarmantes indicios de un "submarino" de Repsol que ha filtrado a la prensa informaciones sesgadas de lo que allí se ha discutido. Convendría que cuanto antes el señor Solana González descubriera y expulsara al espía. No sea que al final las condiciones de fusión las pongan a medias Alfonso Cortina, Reinoso y otros damnificados del sector eléctrico, con la inestimable ayuda de ciertos "ingenieros sociales" que han encontrado en la doctrina liberal una perfecta excusa para el socialismo real.
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