Menú
Federico Jiménez Losantos

La desastrosa capitulación de Aznar

Sigfrido ha perdido su mágica invulnerabilidad. A Hércules se le ha declarado la gota. El Faraón de la Moncloa está hecho una calamidad, como cuando las elecciones vascas. En el apogeo de su poder y de su gloria, con mayoría absoluta y sin tener que presentarse a las elecciones, hete aquí que el predicador flamígero y campeón de las reformas económicas estructurales para Europa se ha rendido incondicionalmente a Méndez y Fidalgo, sin exhalar siquiera un “ay” de queja. ¡Ni que fueran los Albertos!

Aznar se ha cargado la legitimidad del Parlamento para legislar en materia laboral, cediéndosela a “la calle”, esa entelequia puesta en pie de ciento a viento por unos sindicatos que no representan nada y a casi nadie, salvo la incomprensión tozuda y la obstrucción sistemática a todas y cada una de las medidas de política económica del Gobierno Aznar que tan excelentes resultados han tenido para España, aunque los sindicatos lo nieguen. Pero el Gobierno ganó el pulso que UGT y CCOO decidieron echarle con una huelga general tan injustificada como fracasada. Sólo Polanco se ha empeñado en sostener que lo negro era blanco y lo blanco era negro, por fastidiar. Y, de pronto, Aznar le ha dado la razón. Pero no algo de razón: toda, absolutamente toda. Todas sus reformas eran malas, estaban injustificadas, atropellaban los derechos de los trabajadores, no debieron tramitarse como decreto ley y por el trámite de urgencia, vulneraban los derechos de los trabajadores y atentaban contra la “paz social”, otra entelequia sindicalera que, según creímos equivocadamente, mantenía el Gobierno en cumplimiento de sus obligaciones. No es de extrañar el “irrintzi” de Polanko. Tampoco el engallamiento de Zapatero, porque para él ha comenzado la sucesión. Sólo para él.

Como un boxeador sonado, lo único que el Faraón ha acertado a balbucir sobre un cambio tan escandaloso en las leyes, en las ideas y en los principios es que los que criticaban al Gobierno por no dialogar y no ceder ahora lo critican por lo contrario. Como siempre que trata de medios de comunicación, Aznar generaliza en su desprecio y se equivoca de medio a medio. Los que lo criticaban por no ceder a la demagogia y la violencia sindical no eran los mismos que lo defendían –lo defendíamos– contra ella. Y los que lo defendían porque era el Gobierno que los coloca, les paga y les manda, lo defienden también ahora, aunque diciendo editorialmente lo contrario de lo que decían cuando la fracasada huelga general, ahora triunfante por voluntad de Aznar.

Sucede que el Presidente sólo parece conocer a dos clases de periodistas: a los que teme y compra y a los que paga y desprecia. En rigor, sólo el imperio polanquista lo criticaba ayer por no ceder ante los sindicatos y sólo él lo critica hoy por haber cedido. Pero, como para Aznar Polanco es ya lo único que cuenta en materia de opinión pública –esa a la que él ya ha renunciado a convencer–, le habla como un sonámbulo y gimotea como un niño quejica. Y después de quejarse, como de los sindicatos, se dispone a entregarle el santo y la limosna, el monopolio, el duopolio y el megapolio de la comunicación española. Todo.

¿Y todo a cambio de qué? Evidentemente, a cambio de “protección”. Para su sucesor, en teoría. Para él y los suyos, en la práctica. Capitulando ante los sindicatos busca lo mismo que entregándole el futuro de la comunicación y la opinión pública a Polanco: que lo dejen en paz, disfrutando en buena compañía de su último verano en el Poder. Que le dejen marcharse de la Moncloa sin escándalos, como un noble prócer que siempre fue fiel a los principios, que no retrocedió ante los chantajes y que dejó el poder neto en manos de su sucesor. Para lograrlo, traiciona los principios, accede a los chantajes y compromete gravísimamente el futuro del sucesor, que a este paso será Zapatero. Uno tiene la impresión de que Aznar se siente íntimamente desautorizado, que ha perdido la autoridad moral que tenía en el Gobierno, en el PP y en la opinión pública, que ha empezado a dar bandazos a cuenta del sucesor... y que ésta es sólo la primera factura de la Boda del Escorial. Llegarán más. Y, como entonces, pagará España.

– ¡Es lo menos que se le debe al que lo ha sacrificado todo! –responderán al unísono Marta Ferrusola y Alejandro Agag.

Y en eso estamos.

En Opinión