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Federico Jiménez Losantos

La España de Galdós enseñada a Pablo Iglesias

Pablo Iglesias padece esa enfermedad del odio a España que se basa en la zafia identificación de España o el "nacionalismo español" con la derecha.

Según todas las encuestas, Pablo Iglesias ganará las elecciones generales en Noviembre y podría comerse el turrón en la Moncloa como Presidente del Gobierno de España. Después de Zapatero, que es lo más parecido a Carlos II El Hechizado que hemos padecido en democracia y después de Rajoy, émulo de Fernando VII, el Rey Felón, ningún presidente del Gobierno debería asustarnos. Sin embargo, ninguno de ellos hizo profesión de fe, en largo y por escrito, de odio a la nación, esa que este año podría presidir.

Pablo Iglesias, sí. El 27-8-2008, firmando como "Doctor en ciencia política" publicó en el portal Rebelion.org, donde se cita lo mejor de la intelectualidad antisistema, proetarra o que no le hace ascos a la violencia, un largo ensayo La selección de baloncesto y la lucha de clases, en el que, aparte de declarar leninista a Aito García Reneses, proclamar a Lenin MVP (jugador más valioso) de la final España-Estados Unidos y politizar una táctica baloncestística de forma tan disparatada como no se veía desde El cultivo del tomate y el pensamiento Mao Tse-tung, vertía con abundancia y claridad sus ideas sobre España y lo español, sin duda el asunto más importante en quien puede ser Presidente de España, más o menos entre el día de la Lotería y el de los Santos Inocentes.

Iglesias arranca con un introito de afectuoso respeto al separatismo catalán y vasco, que, recuérdese, es el del racismo de Arana y el Doctor Robert, el régimen de Pujol y el PNV, el terrorismo etarra y el de Terra Lliure, que eran en 2008 sus manifestaciones históricas más importantes:

"Los catalanes, los vascos y todos aquellos que sufren de emociones nacionales no representadas en forma de Estado deberían tener derecho a disfrutar, al menos, de sus colores, himnos y demás parafernalia patria. Vaya eso por delante."

Ya ha ido. Vayamos ahora a su idea de España y de sus símbolos:

"Los que somos de izquierdas y sufrimos un irredentismo particular soportando día tras día el nacionalismo español (por definición de derechas) y su bandera monárquica y postfranquista, deberíamos también ser objeto de una solidaridad similar, o al menos de una cierta compasión. Ya me gustaría a mí ver a los jugadores de la selección de basket con uniforme tricolor y escuchar un himno como La Marsellesa y no la cutre pachanga fachosa, antes de los partidos o cuando se gana algo."

"Pero esto es lo que hay, y si te gusta el baloncesto y quieres emocionarte con un equipo que conoces (yo hasta que el baloncesto boliviano no llegue las olimpiadas paso de cambiar de equipo) te tienes que tragar la infame pompa nacional (...)"

"El caso es que a mí, a pesar de que me revienta el nacionalismo español (mucho más que el vasco o el catalán, que le voy a hacer), el basket me vuelve loco desde chico y esta mañana, desde las ocho y pagando con un cruel dolor de cabeza los excesos nocturnos y la falta de sueño, he disfrutado de la final olímpica como nadie".

Le ahorraré al lector varias páginas sobre el supuesto leninismo de García Reneses, amén de citas del filósofo italiano Toni Negri, considerado por la policía italiana cerebro del grupo terrorista Autonomía Operaia –ligado o confundido con las Brigadas Rojas, las asesinas de Aldo Moro- y que explica el catenaccio o cerrojo del fútbol italiano como una forma de resistencia obrera. Otra prueba de que la psicopatología leninista es una ideología universitaria que puede abocar en la sociopatía de Stalin o el Che. Pero vayamos a lo que piensa de España el probable presidente Iglesias:

"El resultado final en el marcador en nada empaña estas enseñanzas revolucionarias. De hecho, nos ha librado de aguantar el himno, de las celebraciones de exaltación nacional, del orgullo de ser español (yo preferiría sentirme orgulloso de algo un poco más meritorio) y de la sucesión de infames actos protocolarios que acompañan los éxitos de los héroes de la patria. Ya tuvimos esta suerte en el pasado europeo de Madrid, con el extra añadido de escuchar los acordes del viejo himno soviético y poder recordar esa final mítica de Munich 72 en que la Unión Soviética, con canasta de Sergei Belov en el último segundo a pase de Ivan Edeshko, hizo morder el polvo a los estadounidenses, en plena Guerra Fría."

Nostalgia del Gulag y de la Checa

Iglesias no puede recordar, salvo en sueños, la final de Munich 72, porque nació en 1978, año en que la inmensa mayoría de españoles votó la actual Constitución. Su identificación con el himno de la URSS, el de los inmensos genocidios de Lenin y Stalin -40 millones de muertos- en un año en que decenas de miles de presos políticos se pudrían en Siberia es mera fantasía identificatoria con los creadores de la Vétcheka, vulgo checa. Pero mucho ha de odiar a España alguien que se siente aliviado de la derrota por ahorrarse el himno nacional y otras manifestaciones del "orgullo de ser español", ya que "preferiría sentirme orgulloso de algo más meritorio". ¿Meritorio como el himno de la URSS? ¿Como el Gulag, obra de Lenin? ¿Como las condenas a los homosexuales del castrismo en las UMAP, o los ahorcamientos en Irán, con el que Iglesias ha renovado contrato televisivo?

Sentirse orgulloso de todo lo español y todos los españoles es algo en lo que sólo caerán los muy necios. En la URSS, tan necios como asesinos. Pero pocas naciones en el mundo tienen méritos cuyo recuerdo y emulación puedan alimentar las virtudes ciudadanas como España. Una nación cuya civilización empieza –véase Domínguez Ortiz- hace tres mil años, que hace dos mil estaba romanizada y cristianizada casi por completo, que era reino cristiano independiente hace mil quinientos, el primer estado nacional europeo hace cinco siglos, el tercer país en proclamar su constitución, con el añadido heroico de hacerlo en Cádiz, cercado por el ejército napoleónico, el más poderoso del mundo, al que derrotó tras seis años de cruenta guerra. Esa es España. Pues bien, al nacer Pablo Iglesias, en 1978, España había recobrado, tras la guerra civil y la dictadura franquista, un régimen constitucional y democrático, que, si los españoles lo votan, le permitirá ser presidente del Gobierno este año 2015. Asombra que no lo agradezca.

Algunas cosas meritorias de España

¿Nada en la milenaria historia de España le permitiría al Presidente del Gobierno de Podemos sentirse orgulloso de nuestro pasado común? ¿Ni una sola obra musical, clásica o popular, ópera o zarzuela, Victoria o Falla, Concha Piquer o Miguel de Molina, nada hasta Lluis Llach y Javier Krahe? ¿Nada en la arquitectura, celtíbero, romano, mozárabe, mudéjar, románico, gótico, nazarí, plateresco, barroco, neoclásico o modernista? ¿Nada? ¿Nada en la pintura: Velázquez, Goya, ni siquiera Picasso, le suscita admiración?

¿Nada tampoco meritorio ni de lo que enorgullecerse humildemente en la literatura? ¿Ni el Poema del Cid ni el Romancero, ni el Arcipreste de Hita, ni Jorge Manrique, ni el Lazarillo, ni La Celestina, ni Garcilaso, ni Fray Luis de león, ni Santa Teresa, ni san Juan de la Cruz, ni Cervantes, ni Lope, ni Quevedo, ni Góngora, ni Calderón, ni Gracián, ni Moratín, ni Larra, ni Espronceda, ni Zorrilla, ni Bécquer, ni Rosalía de Castro, ni Valera, ni Galdós, ni Pardo Bazán, ni Juan Ramón, ni los Machado, ni Unamuno, ni Baroja, ni Azorín, ni Valle Inclán, ni Gómez de la Serna, ni Ortega, ni Azaña, ni Pérez de Ayala, ni Guillén, ni Lorca, ni Cernuda, ni Alberti, ni Miguel Hernández, ni Bergamín, que era del FRAP como su padre? ¿Nada hay meritorio o que le obligue a ser humildemente orgulloso, por todo lo que vale esa lengua que es la suya y de otros quinientos millones más, y que durante muchos siglos ha creado tanto que el mundo cree meritorio?

Pablo Iglesias padece esa enfermedad del odio a España que se basa en la zafia identificación de España o el "nacionalismo español" con la derecha: "El nacionalismo español (por definición de derechas)", dice muy campanudo el doctor en Ciencia Política en el artículo citado. No creo que nadie que odia a su país y lo dice pueda llegar a presidirlo, salvo en España, donde una izquierda que desconoce patológicamente su propia historia es capaz de respetar a cenutrios racistas como Arana y asesinos como los etarras o hacer de "L'Estaca" del separatista catalán Lluis Llach, el himno de Podemos, mientras exhibe su odio al himno y la bandera de España, a los que, en su vanidosa burricie académica, llama "de derechas".

La patria según Galdós, diputado republicano-socialista

Nadie, salvo un asno universitario, podría tomar a Galdós por uno de esos reaccionarios que tantos progres, a cambio de odiarlos, se ahorran leer. Pero si hay un símbolo durante medio siglo largo del liberalismo exaltado, del anticlericalismo, de la izquierda de todas las tendencias, al punto de ser diputado por la conjunción republicano-socialista, ese es Don Benito Pérez Galdós. Pues bien, hace casi siglo y medio, en 1873, antes de que naciera Franco pero cuando ya teníamos himno y bandera nacionales desde hacía un siglo, en el primero de sus Episodios Nacionales, Trafalgar, que Pablo Iglesias debió leer en el bachillerato -pero si leyó, olvidó- Galdós pone en boca de su joven héroe, Gabriel Araceli, como nace en él la idea de patria, como se ve parte de la nación española, cómo a orillas de la muerte, nada menos que en la batalla de Trafalgar, entiende la gran idea que guiará su vida y que muchos años después, a punto de morir, evoca emocionado:

"Por primera vez entonces percibí con completa claridad la idea de la patria, y mi corazón respondió a ella con espontáneos sentimientos, nuevos hasta aquel momento en mi alma. (...) en el momento que precedió al combate, comprendí todo lo que aquella divina palabra significaba, y la idea de nacionalidad se abrió paso en mi espíritu, iluminándolo, y descubriendo infinitas maravillas, como el sol que disipa la noche, y saca de la obscuridad un hermoso paisaje. Me representé a mi país como una inmensa tierra poblada de gentes, todos fraternalmente unidos; me representé la sociedad dividida en familias, en las cuales había esposas que mantener, hijos que educar, hacienda que conservar, honra que defender; me hice cargo de un pacto establecido entre tantos seres para ayudarse y sostenerse contra un ataque de fuera, y comprendí que por todos habían sido hechos aquellos barcos para defender la patria, es decir, el terreno en que ponían sus plantas, el surco regado con su sudor, la casa donde vivían sus ancianos padres, el huerto donde jugaban sus hijos, la colonia descubierta y conquistada por sus ascendientes, el puerto donde amarraban su embarcación fatigada del largo viaje, el almacén donde depositaban sus riquezas; la iglesia, sarcófago de sus mayores, habitáculo de sus santos y arca de sus creencias; la plaza, recinto de sus alegres pasatiempos; el hogar doméstico, cuyos antiguos muebles, transmitidos de generación en generación, parecen el símbolo de la perpetuidad de las naciones; la cocina, en cuyas paredes ahumadas parece que no se extingue nunca el eco de los cuentos con que las abuelas amansan la travesura e inquietud de los nietos; la calle, donde se ve desfilar caras amigas; el campo, el mar, el cielo; todo cuanto desde el nacer se asocia a nuestra existencia desde el pesebre de un animal querido hasta el trono de reyes patriarcales; todos los objetos en que vive prolongándose nuestra alma, como si el propio cuerpo no le bastara.

Mirando nuestras banderas rojas y amarillas, los colores combinados que mejor representan al fuego, sentí que mi pecho se ensanchaba; no pude contener algunas lágrimas de entusiasmo; me acordé de Cádiz, de Vejer; me acordé de todos los españoles, a quienes consideraba asomados a una gran azotea, contemplándonos con ansiedad (...). Un repentino estruendo me sacó de mi arrobamiento, haciéndome estremecer con violentísima sacudida. Había sonado el primer cañonazo."

Ese cañonazo es el que suena siempre en los grandes momentos históricos. En la España actual sonó en las Elecciones Europeas, de donde nació un posible Presidente de Gobierno que odia a España. Tal vez adivinándolo, con su último aliento, Gabriel Araceli dice:

"Cercano al sepulcro, y considerándome el más inútil de los hombres, aún haces brotar lágrimas en mis ojos, ¡amor santo de la patria! En cambio, yo aún puedo consagrarte una palabra, maldiciendo al ruin escéptico que te niega y al filósofo corrompido que te confunde con los intereses de un día."

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