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Federico Jiménez Losantos

La España esperpéntica

Lo trágico de la esperpentización de la democracia española es que no parece escandalizar a nadie. O nadie se atreve a confesarlo.

Lo trágico de la esperpentización de la democracia española es que no parece escandalizar a nadie. O nadie se atreve a confesarlo.
Pablo Iglesias bailando en el Orgullo Gay Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. | Flickr Podemos/ Dani Gago

En Enero de 1920 moría en Madrid Benito Pérez Galdós, el mejor novelista español desde Cervantes. Y el mayor dramaturgo de nuestro siglo XX, Ramón del Valle Inclán, escribía Luces de Bohemia, publicada en la revista "España" de Julio a Octubre de ese mismo año. En ella se vengaba del poco aprecio de Galdós a su adaptación de Marianela y le llamaba "Don Benito El Garbancero", acuñación tan injusta como exitosa. El creador de El doctor Centeno, Miau, Misericordia y otros prodigios de sensibilidad, inéditos desde El Lazarillo, quedaba enterrado así como símbolo de algo chabacano, zafio, indigno de aprecio y memoria.

En realidad, en esa obra genial sobre la última noche de Max Estrella y Latino de Hispalis, por "un Madrid absurdo, brillante y hambriento", en una de cuyas callejuelas, la de Álvarez Gato ("el Callejón del Gato"), Valle acuña el esperpento, la primera figura "grotescamente deformada" según el canon del nuevo género es la de Galdós. Y no es algo anecdótico. Con el gran novelista de la Restauración, el genio del 98 enterraba la idea liberal de España que habita los "Episodios" galdosianos, relegitimando todas las deformidades de la España Negra. Valle dice volver a Quevedo y Goya pero se instala en la idea tenebrosa de España acuñada por Las Casas y Antonio Pérez, para la que sólo entrevé una salida, la destrucción: "¿Dónde está la bomba que destripe el terrón maldito de España?" (Escena VI).

Definición política del esperpento

Siempre se cita la definición del esperpento, que no pasa de ser una de las infinitas formas de lo carnavalesco: los héroes clásicos, al pasar por los espejos del Callejón del Gato, quedarían deformados, ridículos. Pero junto a esa fórmula grotesca, semejante a la del Entierro de la sardina de Goya, aparece una ideología política que se basa en el descrédito de lo español frente a lo europeo y que alcanza su más célebre y más estúpida expresión en la frase orteguiana de esos mismos años: "España es el problema; Europa, la solución". En línea con esa majadería, que cursa endémicamente hasta hoy, Valle Inclán presenta el Esperpento como la plasmación estética de una situación ética y política. El nuevo género sería la puesta en escena de la vida pública española, un conjunto de muecas sin sentido, una serie de instituciones sin valor, unos valores que no lo son más que por vía de imitación. En definitiva, el esperpento vendría a demostrar que España no puede ser, ya que no es lo que se supone que es: Europa.

¿Y qué se supone que era, entonces, la España de 1920? Con todos los defectos caciquiles propios de la época –y de todas las épocas, y de todos los países, hasta hoy- ¿no era la monarquía constitucional española una de las fórmulas políticas más civilizadas de Europa? Por detrás de Francia, Inglaterra y Alemania, las grandes potencias de entonces, claro, pero por delante de muchas otras, que además no tenían que recuperarse de la guerra contra Napoleón y las tres guerras civiles de liberales y carlistas.

Desde 1874, el de la Restauración canovista, España llevaba 46 años en paz civil, prosperando más o menos, con los conflictos sociales propios de su tiempo, pero siempre con gobiernos constitucionales que no sólo eran fruto de pucherazos turnantes sino de la adecuación a la democracia de un país en el que la mitad de la población había vivido alguna de las matanzas turnantes desde 1808. De una nación en la que se iba abriendo paso, cada vez con mayor autenticidad, la representación democrática.

Ajenos a la realidad de su país, infatuados por una superioridad de la que ya Larra se burlaba en su artículo "En este país", Valle Inclán, como el último Galdós, convertido en pobre parodia radical de sí mismo, pero sobre todo como el máximo pensador del 98, Unamuno, y casi toda la Generación del 14 -Ortega, Azaña, Madariaga, Pérez de Ayala, Marañón- despreciaban lo mucho que en España valía la pena no sólo reformar sino conservar. Porque la soberbia del 98, acrecida en los del 14, despreciaba a su país no por lo que seguía siendo o aprendía a ser, sino por lo que no era, que solía reducirse a una palabra: París. El radicalismo estético era parejo a la frivolidad política. Nunca tan gran artista como Valle enhebró tantas majaderías como las del belén del Esperpento (Luces de Bohemia. E. XII):

"Max- Latino, la tragedia nuestra no es tragedia.

Don Latino.- ¡Pues algo será!

Max.- El esperpento.

(…)

Max.- "Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento, el sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada".

Don Latino.- ¡Miau! ¡Te estás contagiando!

Max.- España es una deformación grotesca de la civilización europea.

Don Latino.- ¡Pudiera! Yo me inhibo.

Max.- Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.

Don Latino.- Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos del Callejón del Gato.

Max.- Y a mí. (…)"

El Esperpento toma los Ayuntamientos

Viendo el grotesco espectáculo de los politicastros extremistas que han tomado posesión (PSOE mediante) de los Ayuntamientos de todas las grandes ciudades españolas, diríase que el Esperpento se ha hecho realidad, al menos municipal. La alcaldesa de Barcelona es una actriz fracasada que se metió a activista contra los desahucios sin haber sido desahuciada nunca. Su portavoz es una dizque actriz post-porno, que se fotografía perniabierta orinando en la Gran Vía de Murcia, se baja los pantalones en la Puerta de Brandenburgo y ejecuta con su compañera Llopis (ojo al sarcasmo yeísta) diversas poses con bigote o sodomizando a un varón, quién sabe si alcalde.

Madrid no se queda atrás en esta actualización del esperpento: su portavoz es una de las asaltantes de la capilla de la Universidad Complutense que, tras quedarse en top-less o en sujetador, gritaban frases como éstas: "¡Vamos a quemar la Conferencia Episcopal!", "¡Arderéis como en el 36!", "¡El Papa no nos deja comernos las almejas!".

El entierro de la sardina, de Goya; la salida de los concejales de Podemos (Vera Benavente) y la colaboradora de Colau, en una imagen de su web

El nuevo concejal de Cultura del Ayuntamiento madrileño, un tal Guillermo Zapata, se había solidarizado con un cómico llamado Vigalondo que, tras decir que "el Holocausto es un montaje", había sido expulsado de El País. Lo hizo mediante éste chiste antisemita: "¿Cómo caben cinco millones de judíos en un 600? En el cenicero". Al que añadió éste: "Van a cerrar el cementerio de las niñas de Alcásser para que Irene Villa no vaya a buscar repuestos". Y este otro: "Rajoy dice que va a bajar el paro y va a encontrar a Marta del Castillo".

Pero se ha comentado poco que Zapata, profesor de guionización cinematográfica en Cuba, dijo de la masacre terrorista islámica en las Torres Gemelas: "El 11S fue un acontecimiento internacional del miedo, de la soledad, del horror de las élites del mundo contra sí mismas". O sea, nada que ver con el islamismo (¿quizás, entonces, otro montaje judío?) y muy distinto del 15M madrileño: "un acontecimiento colectivo, para mí casi tan potente como el 11S en términos de acontecimiento internacional sólo que con el signo cambiado" (…) "todo lo que hay por debajo del planeta, y, en nuestro caso, de modo hiperlocal, en Madrid, en Europa y en diferentes nodos del mundo, un momento de alegría, de imaginación, de producción de cosas nuevas, de rehacer la manera de hacer política, de rehacer la vida… incluso de obviar esa cuestión de la política y la vida y juntar las dos cosas para hacer otra vida".

¿Cabe más palabrería cursi, más ensimismamiento logorreico? Cabe. En el Ayuntamiento de Madrid, cabe. El concejal Soto dijo que habría que torturar y asesinar a Gallardón en la Puerta del Sol. Y otro, García Castaño, dijo que habría que "empalar" a Toni Cantó, a la sazón diputado de UPyD. Es verdad que, aunque expresando abiertamente sus deseos de asesinar a los rivales políticos o riéndose de las víctimas de los asesinatos genocidas, no han salido borrachos de la toma de posesión de sus cargos, como los del Ayuntamiento de Zaragoza. Tal vez esperan la reinauguración de la Checa de Fomento-Bellas Artes para brindar por el futuro.

Lo malo de tanto esperpento es que no es episódico, como toda farsa carnavalesca, sino que tiene vocación de continuidad, como el esperpento de Cuba, de Venezuela o de Corea del Norte. En realidad, lo trágico de la esperpentización de la democracia española es que no parece escandalizar a nadie. O nadie se atreve a confesarlo. Ayer, en el desfile del Orgullo Gay, la lucha contra la discriminación se tradujo en no dejar desfilar a los del PP, o sea, en discriminar al partido más votado por los madrileños. Y la figura más aplaudida fue Pablo Iglesias, cuyo gran héroe, el Che Guevara, fue el creador de los campos de concentración para homosexuales en la UMAP. El esperpento ha llegado al arco iris. Parece difícil ir más allá. Pero iremos.

En España

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