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Federico Jiménez Losantos

La herencia de los Pujol o el tren blindado del nacionalismo

El proceso separatista está blindado, mediática y políticamente, y por eso mismo acabará llegando a su Estación Término.

El proceso separatista está blindado, mediática y políticamente, y por eso mismo acabará llegando a su Estación Término.
Saludo de Pujol en el balcón de la Generalidad. A su lado, Lenin a su llegada a la estación de Finlandia

Jordi Pujol ha confesado en una grotesca carta exculpatoria que desde 1980 su familia viene disponiendo de una fortuna en el extranjero, proveniente de su padre al morir y cuyos beneficiarios serían su mujer y sus hijos. Esa herencia de cuantía sin especificar habría sido confiada a una persona sin identificar y desde entonces habría arrojado tantos beneficios como delitos, porque "lamentablemente, nunca se encontró el momento oportuno" para que Hacienda participara de la parte correspondiente de esa fortuna para pagar el gasto público de toda España, incluida Cataluña. O sea, que, desde el mismo año en que llegó al poder y durante los 23 años en que lo ocupó, Jordi Pujol y su familia se han negado a colaborar en el mantenimiento de todos los servicios públicos de Cataluña y se mantuvieron en huelga fiscal no sólo durante los años del Tripartito sino también cuando su partido, es decir, la coalición Convèrgencia i Unió, con Mas al frente, volvió al Poder.

Lo único que no es mentira en la carta es que, desde el año en que llegó al Poder, Pujol ha ocultado en el extranjero su fortuna a Hacienda. Todo lo demás, desde que es fruto de una herencia hasta que los beneficiarios eran su mujer y sus hijos, dizque para prevenir la miseria que aguardaba al Molt (Poc) Honorable en la política profesional, es una sarta de patrañas que, por supuesto, se tragará la opinión pública catalana tras abrevar en el pesebre de la opinión publicada, es decir, subvencionada por el partido de los Pujol. Hay quien cree -o quiere creer- que la confesión del patriarca separatista de que su trayectoria desde 1980 es la de un delincuente profesional puede hacer descarrilar el tren del separatismo cuya primera y acaso última parada será la estación de Otoño, entre la Diada del 11 de Septiembre y el referéndum del 9 de Noviembre. Como siempre, los optimistas sobre el nacionalismo catalán se equivocan. El proceso separatista está blindado, mediática y políticamente, y por eso mismo acabará llegando a su Estación Término. No habrá "choque de trenes", como repiten en aburrida metáfora los que pretenden igualar la legitimidad de la Cataluña separatista y la unionista, de la España dispuesta a disolverse federalmente y la empeñada en no hacerlo. No habrá choque porque en esa vía hay sólo un tren, el del nacionalismo, al que se le ha despejado la vía hasta Francia, es decir, hasta la independencia.

El tren blindado de Lenin

Desconozco si el Gobierno de Rajoy sabía de esa carta de Jordi Pujol aparentemente autoinculpatoria y, en realidad, totalmente exculpatoria de sus actividades delictivas y las de su clan. Lo supongo. De lo que estoy seguro es de que ni PP, ni PSOE, ni Izquierda Unida, ni Podemos harán de este episodio, que equivale a una confesión de ilegitimidad desde hace 34 años del nacionalismo catalán, la base para un contraataque en defensa de la nación española y su régimen constitucional. De hecho, para entenderse con el separatismo puesto en marcha por Pujol en 1980 se creó la estrategia socialista del "federalismo asimétrico" con la que comulga IU y Podemos, amén de todos los nacionalismos, fuerzas que, según todas las encuestas, lograría una amplísima mayoría parlamentaria en las próximas elecciones generales y una mayoría aún más arrasadora en unas elecciones catalanas extraordinarias, antes, durante o después de proclamar la independencia.

El blindaje del nacionalismo es hoy, sin duda, catalán; pero no sería completo ni eficaz sin el blindaje que todos los partidos e instituciones españoles le han brindado desde que Jordi Pujol, al frente de su grupo parlamentario, desembarcó en la primera legislatura democrática, en 1977. Hace unas semanas, un grupo de presión encabezado por el conde de Godó, cabeza del separatismo mediático catalán, quiso entregarle al rey Felipe VI un proyecto de reforma constitucional para lo que llaman "el encaje de Cataluña en España", aunque más justo sería referirse a lo que tendría que encajar toda España para que Cataluña se sintiera levemente satisfecha. El proyecto, encargado por el "sector negocios" de CiU, sería obra de Herrero de Miñón, amanuense jurídico habitual de los separatismos vasco y catalán, y supone la abolición de la soberanía nacional española, base de todas las constituciones desde la de 1812, mediante el reconocimiento de lo que se ha dado en llamar el "blindaje" de las competencias del Gobierno catalán en las áreas escolar, lingüística, fiscal, administrativa y judicial. Es decir, que la Constitución española sería el marco legal de la soberanía catalana.. O dicho de otro modo: legalizaría como derecho lo que hoy es un hecho: la abolición de cualquier legalidad nacida del Estado Español en Cataluña. En realidad, supondría un régimen legal transitorio –previsiblemente, de breve duración- desde el reino de España a una república independiente.

Todo lo que han hecho los partidos e instituciones españolas desde 1977, aboca fatalmente a la abolición de la Nación y a la liquidación del Estado. El blindaje del tren separatista catalán –que, por supuesto, incluye al Molt Poc Honorable, su primer maquinista- recuerda horrores al tren blindado que Alemania puso a disposición de Lenin para llegar a Rusia, derribar al gobierno democrático de la revolución de Febrero, que mantenía la política exterior del Zar de apoyo a Francia e Inglaterra frente a Alemania y Austria, y, tras pactar la rendición rusa, permitiera a los imperios centrales sacar sus fuerzas del frente oriental y concentrarlas en el frente occidental.

Es conocida la historia del vagón blindado en ese tren que llevó a Lenin desde Zurich, a través de toda Alemania, hasta la costa frente a Suecia, y como a través de Suecia y Finlandia llegó a San Petersburgo, donde Kámenev, director de Pravda y que, en teoría, apoyaba al primer Gobierno constitucional de Rusia, le habría preparado el primer acto del golpe de Estado revolucionario que culminó con la legendaria toma del Palacio de Invierno en Octubre –en realidad, el palacio estaba vacío, sólo custodiado por una unidad femenina de ciclistas- y la guerra civil que duró hasta 1920 y terminó con la victoria del Ejército Rojo, dirigido por Trotski, y la creación de la URSS.

Kámenev y Kollontai

Los lectores del libro de Edmund Wilson La Estación de Finlandia y los curiosos de esta obra maestra del sabotaje tras las líneas enemigas que es el episodio del tren blindado sabrán de la participación de los más variopintos personajes, empezando por el millonario y pro-alemán Parvus, introductor del marxismo en Rusia, contra el que tanto escribió Lenin desde su trilogía ¿Quiénes son los amigos del pueblo?. También es conocido que Lenin temía caer en una trampa del Káiser, se negó a ir en el vagón sólo con su esposa Nadezda Krupskaia y negoció que con él viajasen Zinoviev, Radek y unos veinte camaradas, entre ellos su amante Inessa Armand.

Otros pasajeros: Zinoviev, Armand y Krupskaia

La línea de tiza

Pero hay otra cosa que negocia Lenin: la condición extraterritorial del vagón, como si de una embajada clandestina rusa –en rigor, bolchevique- se tratase. Y al darse la caricaturesca circunstancia de que sólo había un vagón blindado en el que debían viajar los soldados alemanes que los escoltaban, Lenin logra también que haya un traductor, Fritz Platten, que evite que alemanes y rusos hablen durante el viaje, y un detalle simbólico: que los tres departamentos del vagón asignados a los alemanes y los siete de segunda y tercera de los rusos estuvieran separados por una línea de tiza trazada en el suelo, prueba de que había una frontera, una extra-territorialidad entre rusos y alemanes.

Esa línea de tiza, ficción convertida en realidad si los otros la acatan, es la que trazó Pujol desde 1977, en el Título VIII de la Constitución de 1978 (las "nacionalidades y regiones") y en la Generalidad que ocupó en 1980. Como Lenin, él tuvo clara desde el principio la "extraterritorialidad" de su poder político. Lo que diferencia a los alemanes de los gobiernos españoles es que el Káiser supo colocar tras las líneas enemigas a un traidor a Rusia, mientras que los Gobiernos de UCD, PSOE y PP aceptaron la colocación de unas líneas enemigas dentro de nuestro propio país, y han respetado bajo cualquier circunstancia esa condición inapelable, indiscutible y sólo en los plazos negociable del poder nacionalista catalán. Ese es el blindaje de Pujol y de los Pujol. Ese es el tren blindado del separatismo que, una vez puesto en marcha, tras salir de la estación de Zurich y atravesar Alemania, llega fatalmente a San Petersburgo. Pocos años después se llamaba Leningrado.

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