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El presidente del Gobierno es un centrista extremoso, un moderado colérico, un hombre frío de tirón incandescente y un tipo previsible pero que acostumbra a dar sorpresas. O sea, que el Presidente es como todo el mundo y lleva las cosas con paciencia hasta que la pierde –la paciencia y, con ella, el humor–; entonces, se lía la manta a la cabeza y, de perdidos, al río. "¿Me buscábais?" –parece decir. "Pues ya me habéis encontrado". "¿Queréis guerra?, pues la vais a tener". ¿Alguien esperaba otra cosa?

Los sindicatos decidieron retar al Gobierno por razones que o no lo son en absoluto o no parecen suficientes. Ahora bien, Aznar ya ha aceptado el reto con todas sus consecuencias, en las Cortes y en el BOE. Desde el escaño le advirtió el miércoles a Zapatero que pagaría cara su apuesta por la Huelga General. Ahora, desde el Consejo de Ministros, ha hecho saber a los sindicatos que el acto de fuerza que supone una Huelga General lo harán porque así se han empeñado, pero que les haría falta mucha más fuerza, que seguramente no tienen, para que un Gobierno con mayoría absoluta en el Parlamento diera marcha atrás. Y por si había dudas, ahí está la reforma: tramitada como decreto ley.

Así las cosas, la Huelga se va a limitar a establecer el censo de la gente dispuesta a organizar una zapatiesta monumental contra Aznar porque tiene un interés particular en fastidiarle la fiesta en Sevilla. ¡Precisamente en Sevilla! ¿Cómo no iba a ser ése el escenario de la Huelga del Rencor? Pero aunque Felipe González haya sido el hombre capaz de elevarlo a estrategia política, tampoco Aznar desconoce ese sentimiento. Rencor por rencor, vamos a ver quién gana. O sea, quién pierde más. De momento, todas las papeletas de la rifa de la ruina las lleva Rodríguez Zapatero. Para variar.

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