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Federico Jiménez Losantos

La indefensión absoluta o la dictadura mediático-judicial que se nos viene encima

La jueza Remírez va aún más lejos que la jueza del Caso Gallardón y dicta que no puedo criticar a Zarzalejos por nada de lo que haya hecho, como si yo fuera un maltratador de periodistas contra el que se dicta orden de alejamiento

Tras mi condena por la jueza Remírez en el caso Zarzalejos, y dados los términos en que se produce, a mi juicio radicalmente incompatibles con la libertad de expresión según la define y defiende el artículo 20 de la Constitución, debería proclamar la absoluta indefensión en que me coloca esa sentencia. Pero creo que ni a eso me deja derecho. ¿Puedo criticar a la jueza? No lo sé, pero diríase que no. Dada su poca, por no decir nula, comprensión de la función de los medios de comunicación en la sociedad democrática, es de temer que se saque de la manga alguna forma de desacato, que es algo así como el honor de los jueces visto por los jueces mismos, y me crucifique después de apalearme. Sí, me considero una víctima de esa sentencia que considero injusta, y lo soy hasta tal punto que ni siquiera sé si tengo derecho a defenderme. Según la sentencia, creo que no.
 
Si yo no temiera la arbitrariedad de la Justicia española en general y de ciertos jueces o juezas en particular, podría decir que una sentencia que se lanza sin un solo argumento serio a castigar con multas estratosféricas el supuesto "daño moral" infligido en un área tan nebulosa como la del "honor" al director de un medio de comunicación por el director de otro medio de comunicación enfrentado políticamente con él no es compatible con una sociedad democrática y un Estado de Derecho digno de tal nombre. Pero como no tengo ninguna confianza en una justicia politizada hasta el tuétano y aún menos en un caso político de cabo a rabo y que sigue paso a paso el Caso Gallardón, no puedo ni siquiera pedir justicia. Porque esa sentencia me condena a la total indefensión.
 
Puedo apelar, claro, pero la condena infligida por esta sentencia a mi honor personal, a mi familia y a mi prestigio profesional, ¿me la pagará la jueza Remírez si una instancia superior la revoca? Lo dudo. ¿Me la pagará el director de ABC en el momento de los hechos, que de forma astutamente torticera y lacrimosa ha presentado una típica pelea política entre medios de comunicación como el asalto a un pobre padre de familia indefenso por parte de un periodista omnipotente y malvado? Zarzalejos, personalmente o a través de su periódico, ha atacado mi honor personal, sea lo que sea esa figura, y mi integridad profesional en centenares de ocasiones. Pero, lo mismo que hay clubes que ganan en los despachos lo que pierden en el campo de fútbol, hay periodistas que si no ganan al enemigo político en un debate de opinión lo intentan aplastar en los tribunales sin dejar de atacarlo en sus medios. Y a veces les sale bien.
 
Si los zarzalejos, cebrianes o gallardones, piezas de un mismo bloque político y mediático que está dispuesto a cambiar el régimen constitucional español sin consultar a los ciudadanos y machacando a los pocos medios de comunicación que nos oponemos a su dictado, acuden a los tribunales para continuar en los estrados la misma campaña de destrucción personal y profesional que llevan a cabo en sus medios, no lo hacen sólo por jugar a la lotería de las fidelidades político-mediáticas de las distintas familias judiciales, sino porque en el ámbito de la Justicia ha cundido también la especie de que todo vale y de que hay que hacer méritos ahora para prosperar en el régimen que viene. Y porque hay jueces que se arrogan por sí y ante sí la capacidad de decidir lo que es necesario o innecesario, insultante o no, pertinente o no en un debate político dentro de los medios. La jueza Remírez va aún más lejos que la jueza del Caso Gallardón y dicta que no puedo criticar a Zarzalejos por nada de lo que haya hecho –sea hundir el ABC o tratar de hundir la COPE–, como si yo fuera un maltratador de periodistas contra el que se dicta orden de alejamiento. Así que, con todo el respeto que merece, y si me atreviese a decirle algo, yo le rogaría a la señora Remírez que me diga de qué puedo hablar y qué adjetivos puedo usar, así como el tono que debo utilizar en los micrófonos.
 
Si una Justicia desnortada cuanto implacable impone la vuelta a la censura previa o a la autocensura, yo prefiero la primera. Pero sin la benéfica orientación censora uno se siente, sobre indefenso, perdido en un sombrío bosque embrujado, o sea, enrevesadamente judicial. Como hay una sentencia divertidamente clásica de un juez de lo mercantil, que hizo la lista de adjetivos que se podían o no podían decir a Zarzalejos, y aunque luego fue revocada de forma drástica en una instancia superior y más sensata, yo me atrevería a pedir a la jueza, si no temiera su justicia, que me dijera también los sustantivos y adjetivos que puedo utilizar contra los periodistas y medios que, como Zarzalejos, se meten conmigo salvajemente a diario. Y si mi único derecho es el de callar, también agradecería que se me dijera. ¿Pero a quién llamo? ¿A Cándido, cuyo representante respaldó la demanda del otrora director de ABC, y al que en un día de ferocidad insultadora llamé "malo"? ¿O a Bermejo, aunque osé llamarle Bermejinski? La verdad es que, sobre estar indefenso, temo fundadamente que me corten el teléfono.
 
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