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Federico Jiménez Losantos

La inmediata descomposición del PSOE y la próxima ruina del PP

El partido de Rajoy padece exceso de liderazgo como déficit el de Sánchez pero ambos son víctimas del desastre que han provocado en el sistema constitucional.

El partido de Rajoy padece exceso de liderazgo como déficit el de Sánchez pero ambos son víctimas del desastre que han provocado en el sistema constitucional.
Pablo Genovés. El ruido y la furia. Obras 2009-2014.

La defenestración de Tomás Gómez, en cuya zafiedad no ha faltado el descerrajamiento de su despacho ni hacer cautiva su colección de vespas, era un paso fatal, inevitable en la descomposición del PSOE. No es que Pedro Sánchez careciera de argumentos para eliminar a Invictus –"semper victus, nunc mortus", sería el lema para circundar su marmórea faz funeral- en vísperas de la Batalla de Madrid, donde se decidirá en apenas tres meses el futuro del régimen constitucional español. Pero si necesaria o más que prudente para el PSOE era su decapitación electoral, no era posible sin la colaboración del reo, y éste se ha negado al hacha, como cuando Zapatero y Rubalcaba se empeñaron en sustituirlo por Trinidad Jiménez y fracasaron.

Gómez se ha negado así una salida honrosa y muy conveniente si, antes de mayo, le cae la imputación por el escándalo del tranvía de Parla, que ha sido el argumento definitivo de Rubalcaba, basado en datos de su policía sobre el sumario, para que Sánchez hiciera la hombrada de echarlo, junto a los órganos de control de la PSM, esos Wilfredos y Alcalás que figuran entre los once seguros de la alineación de imputados tranviarios. No sabremos nunca si Rubalcaba iba de farol –la mayoría de los zahoríes judiciales apostaban por la imputación de Gómez, pero a partir de junio- o adelantó un hecho que ahora resulta ya indiferente. Lo esencial es que para echar a Gómez y los suyos, excepto el flamígero saltimbanqui Carmona, se ha esgrimido el argumento de una imputación posible, ni siquiera real, y si esa es la regla para componer las candidaturas municipales y autonómicas del PSOE, Sánchez debería empezar por disolver el PSOE de Andalucía. O sea, el alcázar de su poder territorial y la alternativa a la Secretaría General.

La condición históricamente revoltosa del socialismo madrileño –que ha recordado brillantemente Redondo Terreros en El Mundo- no altera esta novedad: alzar la bandera del Poder en Ferraz supone la liquidación de las baronías territoriales, hecho nacionalmente positivo si Sánchez tuviera un programa político, si la fuerza del PSOE no estuviera en Andalucía y si la afirmación de Sánchez a cuenta de Gómez no supusiera un desafío frontal a Susana Díaz como líder nacional, agazapada a la sombra de Despeñaperros.

'El juicio', 2010. Pablo GenovésPero la realidad es terca y el gomecidio sólo puede desembocar, tras las elecciones andaluzas –y siempre que gane el PSOE y pueda gobernar sin Podemos-, en el asalto de Díaz a la Secretaría General y el desalojo de Sánchez como candidato a la Moncloa. Salvo que Díaz no gane o quede en manos de Podemos, en cuyo caso Sánchez atacará la ciudadela andaluza, seguro de que no faltarán carmonas dispuestos a sacrificar a esa Susana ante cuya peana juran inmolarse. El resultado, tras la cantada destrucción del PSC en septiembre, es la descomposición del PSOE al terminar el año.

La metástasis del PP en el País Vasco

En circunstancias normales, la crisis del PSOE debería acarrear una victoria del PP, o al contrario. Pero esa ley de bronce ya no rige en España. El partido de Rajoy padece tanto exceso de liderazgo como déficit el de Sánchez pero ambos son víctimas del desastre que han provocado en el sistema político constitucional, en el que la democracia ha sido devorada por la partitocracia, que tiene su más obscena manifestación en el reparto de jueces del CGPJ perpetrado por Gallardón tras haber prometido en su toma de posesión que acabaría precisamente con el "obsceno espectáculo de los políticos nombrando a los jueces que los pueden juzgar". Antes del paso por el ministerio de Justicia del más desvergonzado de los políticos españoles, los partidos se repartían el 80% de los jueces; después, el 100%.

Todo lo que no sea revertir ese camino de corromper la justicia para garantizar la impunidad delictiva de la clase política es condenar al sistema democrático a morir de descrédito. Pero ni PP ni PSOE, ni solos ni en compañía de otros, están dispuestos a fingir siquiera que lo intentan. Y de los dos, es evidente que la responsabilidad mayor corresponde al único partido nacional que aún tiene un líder y que además ocupa el Gobierno. Rajoy es el político más responsable de la ruina del sistema democrático. Él ha tenido en la mano todas las cartas, con oposición o sin ella, para limpiar la política española, pero ha dedicado toda la legislatura a emporcarla con esa mezcla tan suya de desprecio a la ciudadanía y de asco por sus votantes.

'El museo', 2011. Pablo Genovés

Lo ha hecho con un único propósito: mantener su poder personal en el partido y en el Gobierno. Ha disfrutado un PSOE en pleno proceso de autodestrucción, pero también ha metido al PP en un callejón sin salida: el de la conservación del Poder en un sistema bipartidista de un solo partido. Y así como las facciones del PSOE están abocadas a la mutua extinción asegurada, el PP está condenado a morir por etapas a lo largo de este año, a perder poder territorial, a liquidar al rajoyismo y a buscar, no se sabe cómo ni dónde, la fuerza de un partido que nació para buscar la regeneración de la nación española y que ha acabado llevándola a morir a su propia fosa. Ni el PP ni el PSOE sobrevivirán a la crisis nacional española. Y si del PSOE sólo quedan pedazos, del PP sólo queda la cáscara de un liderazgo muerto, sin saber qué partes de él sobrevivirán a la riada de mayo y si se rehará otra fuerza política con los restos y sobre los escombros del partido de Aznar.

No es casualidad que en esta misma semana el PP haya mostrado su metástasis orgánica en el País Vasco, justo donde empezó su suicidio ideológico y moral. Que borjitas, marotitos, aranchitas y demás pandillitas carquirrosas se peleen a muerte por los sueldos y cargos que les quedan, y que menguan con los votantes, es el final lógico del proceso que empezó en el congreso de Valencia con la vil campaña de Rajoy y Martínez Castro tachando de loca a María San Gil por defender el carácter nacional del PP. Los miserables oportunistas que abjuraron de sus propios héroes son ahora ratitas presurosas que no consiguen llegar penúltimas. No otro es el destino del PP catalán. El andaluz lo liquidó Rajoy. Y en regiones tan importantes como Valencia no saben qué será del PP si pierde el Poder. Tampoco Rajoy sobrevivirá a una derrota electoral. Y sólo Soraya puede creer que gracias a Cebrián sobrevivirá y heredará a Rajoy. Están muertos, pero no lo saben.

Por esas casualidades estéticas que en los viejos países acompañan a las debacles históricas, el Museo del Canal de Isabel II ha inaugurado una exposición de Pablo Genovés, El ruido y la furia, que parece ilustrar o anticipar el turbión que amenaza con llevarse por delante las instituciones. Hay una de las composiciones fotográficas, con unos ángeles que observan espantados la inundación de su paraíso, el hundimiento del Titanic celeste, y que parecen los grandes partidos políticos arrastrados por el deshielo de la superficie institucional en la que llevan patinando desde hace décadas. Hay otro en el que una gran sala llena de retratos de, tal vez, los grandes personajes españoles de los últimos siglos se viene abajo, inundada por las aguas que desde los agujeros de los sótanos se tragan las paredes. "Miré los muros de la patria mía / si un tiempo fuertes, ya desmoronados…", dice un soneto de Quevedo que acaso trata sólo de sí mismo pero que sirve para cualquier español que hoy se atreve a mirar los ojos de esas alcantarillas oscuras, insondables, por las que parece condenada a irse la nación entera.

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