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Nada nuevo en la conferencia, tenida o asamblea de IU para preparar el cartel electoral de marzo. Nada, excepto que todas las diferencias son posibles siempre que se aparquen a la hora de la verdad, que es la de hacer las listas y contar los votos, o lo que es lo mismo: prever los sueldos. Cuando hay poco que repartir, la discrepancia suele ser un lujo que pocos se pueden permitir.
 
La prueba de que el Programa Máximo de IU es la supervivencia personal en la política, por encima de lo político en lo personal, es que los dos más destacados opositores a la política separatista de Llamazares en el País Vasco -su predecesor, Francisco Frutos, y la alcaldesa de Córdoba, PSOE mediante, Rosa Aguilar- figuraron en su séquito oficial, lista de consenso o acuerdo de mayorías, como quiera llamársele, mientras Juan Carlos Rejón y el pintoresco y vetusto alcalde de Marinaleda componían el paisaje de fondo para que la mayoría oficialista resultara esmaltada por minorías irrelevantes. Incluso sin los avales suficientes le dejaron presentarse a una de ellas, para fastidiar un poco más a la otra. Irrelevancias, sí, sin más importancia política que la de reflejar la relevancia de la subsistencia a cualquier precio, que es en lo único en que los comunistas observan fielmente una forma primitiva de economía de mercado.
 
En tiempos de Anguita, la famosa pinza PP-IU tenía un efecto higiénico mucho más importante que el electoral, que al fin y al cabo sólo lentísimamente fue minando la roca felipista. Ese efecto era el consenso sobre un discurso político de regeneración de las instituciones democráticas o representativas y un acuerdo ético de fondo entre la Derecha y la Izquierda sin corromper para que no se impusiera la trompetería de la Izquierda mayoritaria y mayoritariamente corrompida, que era la del PSOE. Hoy, IU es algo así como el sector crítico del PSOE y su discurso es la vanguardia del golpismo zapaterista. Con el agravante de que en el País Vasco su representante Javier Madrazo es uno de los militantes en primera línea y propagandistas más fervientes del Plan Ibarreche.
 
Que mientras participa de ese proyecto separatista y liberticida de los hijos de Sabino Arana, salga Llamazares diciendo que la democracia en España se debe al “hilo rojo y republicano” de la Izquierda, la suya, y no al PP, es uno de esos sarcasmos de totalitario indocumentado a los que Llamazares nos tiene acostumbrados. Nada queda del PCE de la Transición, el que ni siquiera Carrillo conocía, pero que le sirvió para cumplir un papel relevante de la mano de Suárez y el Rey, naturalmente guardándose el "hilo rojo" y la República donde les cupo. Ni el recuerdo de aquello, ni siquiera el de Anguita: sólo un discurso antinacional, antisocial, golpista y antisistema, al que sólo la radicalización suicida del PSOE permite sobrevivir en las urnas. No obstante, los síntomas de "rigor mortis" son tan acentuados que muchos pensarán que el viejo PCE es una cosa nueva, como embalsamada. Razones hay para la confusión: Llamazares ha recuperado el nivel político, ideológico y estratégico de Bullejos. El día menos pensado recuperarán a Carrillo y se pondrán en contacto con la Pasionaria en el Gulag de la Ultratumba, para apalabrar unos nichos colectivos que garanticen su paso a la Historia. En el apartado de desechos, que tanto gustaba a Trotski, tienen casi seguro el panteón.

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